Cultura y Artes

José Martí, el poeta nacional

1400512650_josemartiJosé Martí, el poeta nacional

David Brooks – New York Times

La Habana – Muchos países han intentado la transición desde el socialismo revolucionario hacia alguna forma de capitalismo democrático; Cuba sólo resulta ser el definitivo.

Mientras trata de hacer ese viaje, el país tiene muchas cosas en su contra. Sufre las disfunciones que afectan a naciones con estados burocráticos gigantes, toda una carga onerosa sobre la sociedad. Quienes están en la cima han sido entrenados toda su vida para regular y controlar. Las élites gobernantes hablan (con gran amplitud) una jerga ideológica y sin vida.

La actual consigna gubernamental – no sin prisa, pero sin pausa – sugiere un proceso constante de reformas, pero en realidad los ancianos que dirigen estos esfuerzos son glacialmente lentos. El mundo está cambiando a Cuba más rápido que lo que el estado cubano es capaz de hacer frente.

Los barrios se sienten más cálidos y más comunales que los de muchas otras naciones, pero sin duda hay una gran cantidad de jóvenes que pasan letárgicamente todo el día sin mucho que hacer.

Las instituciones cívicas independientes son escasas. Los jóvenes, dicen los expertos locales, están desilusionados con todos los sistemas. Tienen la esperanza de que la tecnología, o irse al exterior, los va a salvar.

Pero hay una cosa grande que Cuba definitivamente tiene a su favor: el orgullo nacional. Uno se encuentra con un intenso amor por el país, un sentido de la solidaridad nacional y un espíritu patriótico lleno de convicción que no poseen en la actualidad los Estados Unidos.

El patriotismo tiene manifestaciones complicadas. Los funcionarios cubanos, en sus conversaciones con estadounidenses,  hacen alusiones aleatorias sobre Bahía de Cochinos, sólo para obtener una cierta satisfacción hostil con ello. También hay una sensación generalizada (y, a veces completamente inútil) de excepcionalidad cubana; la idea es que ningún otro modelo se adapta a Cuba porque el lugar es notablemente distinto.

Sin embargo, hay demostraciones espléndidas. Una gran parte del orgullo nacional se basa en los logros culturales. Me encuentro aquí junto al Presidente del Comité de Artes y Humanidades, que forma parte del programa de reconciliación que el presidente Obama impulsa hacia Cuba. Músicos como Smokey Robinson, Dave Matthews, Joshua Bell, John Lloyd Young y Usher, y creadores como el dramaturgo John Guare y la coreógrafa Martha Clarke, pudieron interactuar con sus homólogos cubanos, mientras que los funcionarios del gobierno negociaban futuros intercambios.

Esta es la manera de ver lo mejor de Cuba. La comunidad artística es siempre deslumbrante. No es sólo la gran calidad artística. Hay una alegría que irradia en su desempeño, y que ilumina a cada artista, un resplandor de algo profundo en el alma cubana.

Pero el orgullo nacional cubano tiene otra fuente: el poeta y periodista del siglo 19 José Martí. Me sorprendió lo tanto que el nombre de Martí surgía en las diversas conversaciones que sostuve, y lo poco que se mencionaba a Fidel Castro. Martí es el poeta nacional, el que cambió el imaginario nacional, el que le dijo a los cubanos quiénes eran y cuál era su historia. Él inspiró una fe común en un futuro digno.

Un directivo de una fundación me dijo: «Cuando estoy deprimido intento leer a Martí. Él es un padre que te abraza. Creo que se acopla con lo mejor de Cuba «.

Martí enseñó con el ejemplo, luchando toda su vida por la independencia de Cuba. Encarcelado en su país, fue enviado al exilio en España y en otros lugares. Vivió una buena parte de su vida en los EE.UU., mientras combatía el imperialismo estadounidense, escribiendo asimismo ensayos admirables sobre Whitman, Emerson y el puente de Brooklyn. Se destacó como prosista y como poeta, además de actividades organizativas en la política. Murió en batalla, peleando por la independencia de su país frente a España.

También enseñó a través de su escritura, que se cita en todas partes. Creía en una Cuba independiente, con un sistema político moderado y democrático, y con protecciones que ayudaran a domesticar el capitalismo. Su amor por Cuba le llevó a amar a todos los cubanos. Pasó gran parte de su vida tratando de unirlos y reconciliarlos. «Si no queremos que fallen, las ideas absolutas deben adoptar formas relativas», escribió.

Pero Martí no era fundamentalmente un pensador sistemático o programático. Él creía que «el problema de la independencia no es un cambio en la forma, sino un cambio de espíritu». Emanaba patriotismo y confianza en sí mismo. Encontró satisfacción interior poniéndose al servicio de un proyecto nacional e imaginando un propósito nacional.

Es difícil ser demasiado optimista sobre el futuro a corto plazo de Cuba. Los líderes están tratando de cuadrar la madre de todos los círculos -tener una sociedad rica pero sin gente rica; tener una clase empresarial, pero sin perder la solidaridad igualitaria; tener el socialismo revolucionario y también la inversión exterior con crecimiento, asunción de riesgos e iniciativa.

Pero es emocionante ver una nación que tiene un sentido palpable de su propia alma. Es interesante ver cuán poderosa puede ser la fuerza de un poeta nacional. Muerto hace mucho tiempo, Martí es un recurso precioso que unifica en medio de desacuerdos, y fortalece en tiempos difíciles.

Cada nación necesita saber qué es y cuál es su historia colectiva. Me pregunto si el actual malestar de los Estados Unidos se debe a que hemos perdido el contacto con nuestros propios poetas nacionales, o incluso el sentido común de saber quiénes podrían serlo.

 Traducción: Marcos Villasmil

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ORIGINAL EN INGLÉS:

José Martí, the National Poet

David Brooks – New York Times

Havana — Many nations have attempted the transition from revolutionary socialism toward some form of democratic capitalism; Cuba just happens to be the final one.

The country has many things going against it as it tries to make the journey. It suffers from the dysfunctions that afflict countries that have giant bureaucratic states lying heavy on society. Those at the top have been trained all their lives to regulate and control. The governing elites speak (at great length) in lifeless ideological jargon.

The current government slogan — not without haste, but without pause — suggests a steady reform process, but in fact the old people running this effort are halting and glacial. The world is changing Cuba faster than the Cuban state can cope.

The neighborhoods feel warmer and more communal than those in many other nations, but there are certainly a lot of young men lethargically hanging about all day without much to do.

Independent civic institutions are scarce. The young people, local scholars say, are disillusioned with all systems. They hope technology will save them, or moving abroad will.

But there is one big thing Cuba definitely has going for it: national pride. One encounters a fierce love of country, a sense of national solidarity and a confident patriotic spirit that is today lacking in the United States.

The patriotism has prickly manifestations. Cuban officials drop random Bay of Pigs references into their conversations with Americans, just for the ornery satisfaction of it. There is also a pervasive (and sometimes completely unhelpful) sense of Cuban exceptionalism; the idea is that no other model quite fits Cuba because the place is so remarkably distinct.

But there are glorious manifestations. A lot of that national pride is based on cultural achievements. I am here with the President’s Committee on the Arts and the Humanities, part of President Obama’s reconciliation with Cuba. Musicians like Smokey Robinson, Dave Matthews, Joshua Bell, John Lloyd Young and Usher and creative types like the playwright John Guare and the choreographer Martha Clarke, got to interact with their Cuban counterparts, while government officials negotiated future exchanges.

This is the way to see Cuba at its best. The artistic community is consistently dazzling. It’s not only the high artistic standards. There is a radiating joy in performance that glows out of each artist, a blaze from something deep in the Cuban soul.

But Cuban national pride has another source: the 19th-century poet and journalist José Martí. I was amazed how much Martí’s name came up in conversation here and how little Fidel Castro’s did. Martí is the national poet, the one who shifted the national imagination, who told Cubans who they were and what their story was. He inspired a common faith in a dignified future.

One foundation head told me: “When I’m depressed I try to read something Martí wrote. He’s a father who embraces you. I think he engages the best of Cuba.”

Martí taught by example, fighting for Cuban independence all his life. He was jailed in Cuba and exiled to Spain and elsewhere. He lived a good chunk of his life in the U.S., fighting American imperialism but writing admiring essays on Whitman, Emerson and the Brooklyn Bridge. He excelled at prose, poetry and political organization. He died in battle, fighting for Cuban independence from Spain.

He also taught through his writing, which is quoted on all sides. He believed in an independent Cuba, a moderate and democratic political system with protections to tame capitalism. His love of Cuba caused him to love all Cubans. He spent much of his life trying to unite and reconcile them. “Absolute ideas must take relative forms if they are not to fail,” he wrote.

But he was not primarily a systematic or programmatic thinker. “The problem of independence is not a change in form but a change in spirit,” he believed. He fired patriotism and self-confidence. He found inner fulfillment by serving a national project and envisioning a national purpose.

It’s hard to be too optimistic about Cuba’s short-term future. The leaders are trying to square the mother of all circles — to have a rich society but without rich people; to have an entrepreneurial class but without losing the egalitarian solidarity; to have revolutionary socialism and also outside investment and growth, risk-taking and enterprise.

But it’s exciting to see a nation that has a palpable sense of its own soul. It’s interesting to see what a powerful force a national poet can be. Long dead, Martí is a precious resource who unifies amid disagreement and fortifies in hard times.

Every nation needs to know who it is and what its collective story is. I wonder if the current U.S. malaise has something to do with the way we have lost touch with our own national poets, or even a common sense of who they might be.

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