Entre la inocencia y la hipocresía
El mismo día que se realizaba el referendo constitucional, en el más concurrido circuito de cines habaneros se anunciaba el filme Inocencia, una película cubana del director Alejandro Gil que en la última edición del Festival de Cine de La Habana obtuvo el premio que otorga el público.
En esas mismas salas cinematográficas, hace 28 años, mientras se inauguraba en Santiago de Cuba el IV Congreso del Partido Comunista, apareció en las marquesinas el inquietante título Últimas imágenes del naufragio, escrito y dirigido por Eliseo Subiela y que en el Festival de 1990 había ganado el Gran Coral.
Superstición y simbolismo aparte aparte, la lectura de estos títulos cinematográficos sustituye en el imaginario opositor la ausencia de carteles contestatarios amordazados por la censura. Lectura subjetiva de un (no intencionado) mensaje subliminal.
La caprichosa mano de la casualidad advirtió en el año 1991 el presumible hundimiento que nos esperaba en el periodo especial
La caprichosa mano de la casualidad advirtió en el año 1991 el presumible hundimiento que nos esperaba en el periodo especial y ahora, este 24 de febrero de 2019, subrayaba esa peculiaridad de la conducta humana que justifica la comisión de errores y facilita el trabajo a los victimarios.
Poco después de ejercer su derecho al voto el señor Miguel Díaz-Canel, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, ofreció declaraciones a la prensa. Cuando le preguntaron cuál era su idea de los resultados del referendo respondió: «Estoy optimista, más que optimista estoy seguro. (…). La gente no puede ser tan hipócrita. Tanta gente buena no puede estar equivocada…»
Pudo haber dicho que la gente no puede ser tan ignorante, o tan de derechas o tan ciega. Pero eligió la hipocresía porque ese era su oculto temor; que todas esas manifestaciones públicas de irrestricto apoyo que había constatado en sus recorridos por el país fueran fruto de la doble moral que se alimenta del oportunismo, de la simulación que engendra el miedo.
Mirando los resultados del referendo, los oficiales, porque no hay otros, a este humilde redactor le sorprende cómo tanta gente puede ser tan hipócrita y plegarse al Sí queriendo decir que No. Porque una cosa es sabida, son muchos los que simulan estar de acuerdo con «esto» pero, exceptuando a uno que otro infiltrado, entre los inconformes nadie finge su posición política. Todos los hipócritas están en el mismo bando.
Porque una cosa es sabida, son muchos los que simulan estar de acuerdo con «esto» pero, exceptuando a uno que otro infiltrado, entre los inconformes nadie finge su posición política
Si alguien necesita un ejemplo de esta afirmación tan categórica basta recordar que en el referendo que puso en vigor la Constitución de 1976 solo un poco más de 50.000 electores marcaron el No en la boleta y cuatro años después, durante la estampida del Mariel, más de 120.000 cubanos se decidieron a abandonar el proyecto de nación que esa Constitución proclamaba. Es cierto que en ese éxodo había menores de edad, como también es verdad que no todos los que negaron la Constitución se montaron en un barco.
Una asignatura pendiente de las investigaciones sociales, un dato que quizás nunca se pueda conocer con certeza, es cuántos hipócritas votaron Sí en febrero de 1976. sobre todo porque después de lo ocurrido en 1980 pasó la crisis de los balseros de 1994 y más recientemente la riada migratoria que atravesó Centroamérica.
Los académicos lo tienen difícil cuando introducen la variable de que además de simulación ha habido conversiones y allí hay que hacer notar que estas solo ocurren en una dirección, la que transcurre desde la creencia en la utopía al desengaño.
Entre los más de 700.000 que votaron No y el millón que se abstuvo, seguramente no hay hipócritas, aunque sí debe haber muchos conversos. Sería injusto y además inexacto creer que los más de 6.800.000 que ratificaron la nueva Constitución son una partida de fingidores.
Queda la inocencia donde se mezclan la necedad del que no quiere dar su brazo a torcer y la ingenuidad del que no recibe otra información ni otras opiniones que no sean las que proceden de las fuentes oficiales
Queda la inocencia donde se mezclan la necedad del que no quiere dar su brazo a torcer y la ingenuidad del que no recibe otra información ni otras opiniones que no sean las que proceden de las fuentes oficiales. Los que nunca escucharon un argumento para rechazar la nueva Constitución padecen de una grave hemiplejia política. Son inocentes.
Ojalá que no se repita la historia, ojalá que no se produzca otra hemorragia migratoria como derivación de la nueva «consolidación revolucionaria» expresada en la institucionalización de la dictadura.
Ojalá que no haya que estar pendiente de los mensajes subliminales insinuados por las películas que se anuncien en los cines de estreno.