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Armando Durán / Laberintos: El regreso de Juan Guaidó y los carnavales de Nicolás Maduro

 

¿Una pesada broma de carnaval? No, no lo creo. Ni siquiera en el penoso escenario político venezolano podría producirse lo ocurrido este lunes de carnaval en el aeropuerto internacional Simón Bolívar, que sirve a Caracas, donde 12 embajadores de las Américas y la Unión Europea aguardaban el regreso anunciado de Juan Guaidó a Venezuela.

Voceros muy calificados del régimen, incluyendo al todopoderoso segundo hombre fuerte del socialismo venezolano, Diosdado Cabello, lo había advertido. Si Guaidó, que al haber violado la ley al salir de Venezuela el 23-F a pesar de la medida de prohibición de salida del país dictada por el Tribunal Supremo de Justicia había pasado a ser un prófugo, se atreviera a poner un pie en territorio venezolano sería detenido de inmediato por las fuerzas represivas del régimen.

No obstante estas y otras amenazas, en horas del mediodía de este lunes de carnaval, Guaidó llegó a Caracas en un vuelo comercial procedente de Panamá sin sufrir ningún contratiempo. Al contrario. A pesar de la militarización de la torre de control del aeropuerto y la presencia inesperada de varias tanquetas militares y numerosos efectivos de las fuerzas represivas del régimen, Guaidó fue recibido amablemente por los funcionarios de inmigración y, en compañía de los 12 embajadores que lo esperaban para respaldarlo en caso de que el régimen intentara actuar en su contra, se dejó abrigar por el público presente en el aeropuerto que lo ovacionaba, salió a la calle en plan de estrella luminosa de la política nacional y a bordo de una caravana de automóviles se dirigió a la tarima levantada en la avenida principal de la caraqueña urbanización de Las Mercedes a reencontrarse con decenas de miles de ciudadanos emocionados.

Fue, sin duda, el peor momento de estos oscuros días que vive el régimen chavista desde que Guaidó anunció que el 23-F, por sus fronteras terrestres con Colombia y Brasil y por mar desde Curazao, “sí o sí”, ingresarían al país toneladas y toneladas de esa asistencia humanitaria que Nicolás Maduro le negaba tercamente a los ciudadanos de a pie. La aparición del presidente interino ese día en Cúcuta había mostrado la inexplicable debilidad del agonizante régimen de la muy mal llamada revolución bolivariana, pues Guaidó había burlado tranquilamente el operativo militar montado por el régimen alrededor de los tres puentes binacionales sobre el río Táchira que comunican la ciudad colombiana de Cúcuta con Venezuela. ¿Cómo era posible que no se lo impidieran? El hecho cierto es que el mundo pudo ver, en vivo y en directo, que frente a los galpones cucuteños donde se hacía el acopio y se preparaba para su transporte a Venezuela la ayuda internacional que llegaba a la ciudad, ya estaban estacionados 14 grandes camiones, cada uno cargado con 20 toneladas de asistencia humanitaria, que allí esperara a Guaidó el presidente colombiano, Iván Duque, y que poco después se les uniera el presidente chileno, Sebastián Piñera. La simple presencia de los tres en ese lugar constituía un abierto desafío del presidente encargado de Venezuela y de la comunidad internacional democrática a la ya muy endeble autoridad de Maduro y compañía.

¿Cuál sería la respuesta real de Maduro a este reto? Si a pesar de sus advertencias y amenazas dejaba pasar los 14 camiones, su autoridad, sobre todo ante la mirada vigilante de sus fuerzas armadas, único sostén que le quedaba al régimen, sufriría un daño irreparable. En cambio, si como había sostenido, cerraba por la fuerza de las armas el paso de los camiones, el espectáculo le arrebataría el último velo que disimulaba la naturaleza tiránica de su régimen al descubierto, un daño igualmente irreparable, ante el cual, tanto el gobierno de Estados Unidos como la mayoría de las docenas de gobierno de todo el planeta que ya han reconocido a Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, ya le habían advertido a Maduro de las terribles consecuencias que acarrearía detener al presidente interino.

El mundo vio el sábado por la tarde a Guaidó dándole a los camiones la orden de ponerse en marcha rumbo a Venezuela. El régimen había desplegado unidades especiales de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional Bolivariana para impedir la entrada de los camiones al país y cuando los primeros camiones cruzaron la frontera, ese mundo, ahora consternado por lo que veía, fue testigo de cómo los efectivos militares que custodiaban el sector venezolano le cedieron sus sitios a grupos paramilitares del régimen, los tristemente famosos “colectivos”, que se encargaron entonces de la brutal tarea de quemar los dos primeros camiones con sus 40 toneladas de medicamentos y comida.

Fuerzas de seguridad venezolanas muestran una bandera junto a camión quemado con ayuda humanitaria. RAUL ARBOLEDA AFP

Aquella demostración de barbarie desenfrenada tuvo dos efectos inmediatos. Por una parte, el régimen transmitió el mensaje de que Guaidó podría prometer lo que quisiera pero que ellos tenían fuerza suficiente para impedirle cumplir sus promesas “contrarrevolucionarias”. Por otra, sin embargo, la desmesurada violencia oficial dejó al descubierto la impresentable naturaleza del régimen chavista. Una contradicción que se puso particularmente de manifiesto el lunes siguiente cuando Guaidó, para asistir a la reunión de cancilleres del Grupo de Lima, viajó a Bogotá en el avión presidencial de Colombia, fue recibido al aterrizar con los honores que se le brindan a los jefes de Estado en visita oficial al país y fue acogido como tal por los cancilleres, que en esta ocasión estaban acompañados de algunos presidentes latinoamericanos, y los vicepresidentes de Estados Unidos y Brasil. Es decir, si bien Maduro pudo sentirse vencedor en este pulso fronterizo con Guaidó, en el terreno de la política sufrió una derrota importante, quizá decisiva. Sobre todo porque inmediatamente después de este encuentro de altísimo nivel en la capital colombiana, Guaidó inició una gira presidencial por el sur del continente, donde se reunió, en su condición de presidente encargado de Venezuela, con sus homólogos de Brasil, Paraguay, Argentina y Ecuador, visitas que aprovechó para reunirse con numerosos venezolanos que forman parte de esos millones de ciudadanos que desde hace meses protagonizan un problema migratorio sin precedentes en la región. Un múltiple encuentro callejero con sus compatriotas, a quienes alentó a resistir un poco más, pues pronto, les dijo, podrían regresar a Venezuela y contribuir en su reconstrucción política, ética y material.

Juan Guaidó recibido por Mauricio Macri, presidente argentino

Antes de iniciar esta exitosa gira latinoamericana, Guaidó anunció desde Colombia que pronto volvería a intentarse ingresar la asistencia humanitaria que no cesaba de llegar a Cúcuta desde muy diversos lugares y añadió que mientras tanto, en los próximos días, él regresaría a Venezuela. Por último, afirmó que no lo haría más o menos disimuladamente, sino como lo hacen los presidentes de Venezuela, por el aeropuerto internacional Simón Bolívar. El ánimo de los venezolanos y de la comunidad internacional, sin duda golpeados por el fallido intento del 23-F, recuperaron de repente la esperanza de que sí se puede. De manera muy especial a medida que la estatura presidencial de Guaidó se consolidaba en Bogotá, Brasilia, La Asunción, Buenos Aires y Quito, pero también abrió dos interrogantes cruciales. ¿Se atrevería de veras Guaidó a regresar a Venezuela a pesar de las constantes advertencias amenazadoras del régimen y asumir el riesgo de correr la misma suerte de Leopoldo López, jefe de su partido, preso político desde hace 5 años? Por otra parte, ¿se atrevería Maduro ordenar capturar a Guaidó y meterlo preso, como coreaban a tambor batiente los dirigentes más radicales del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV)?

En previsión de lo que pudiera pasar, tanto si Guaidó regresaba al país y obligaba al régimen a detenerlo, como si decidía prolongar prudentemente su ilusión presidencial en el exterior, Maduro tomó la repentina decisión de extender la duración de los cuatro días festivos del carnaval 2019 a 6, o sea, desde el jueves 28 de febrero hasta el martes 5 de marzo, ambos inclusive. Un larguísimo fin de semana que incluía la aplicación de duras sanciones a los colegios que pretendieran permanecer activos ese jueves y viernes añadidos arbitrariamente al calendario de estos carnavales, que en Venezuela no se celebran con festejos de locura colectiva, como los de Río de Janeiro, Trinidad, Nueva Orleans o Venecia, sino con cortas vacaciones familiares a la playa o el campo. Tradición que deja desolados los espacios urbanos. Vaya, que con esta decisión, más la amenaza a los colegios y la distribución de bonos vacacionales especiales y otras prebendas, aspiraba Maduro a estimular incluso a las familias de menores recursos marcharse de las ciudades y despojar así a la nueva oposición venezolana de las muchedumbres naturales que le dan vida, substancia y peligrosidad a las manifestaciones ciudadanas de protesta y rechazo al régimen. Es decir, una última y desesperada maniobra oficial para reducir al mínimo, durante estos días claves, la capacidad de respuesta popular de Guaidó.

Nada de esto fue suficiente. A pesar de que muchas familias venezolanas se marcharon en efecto a la playa o al campo, no fue como en otros tiempos. La hiperinflación desorbitada puede más que los deseos de Maduro y compañía, y tanto en Caracas como en las principales ciudades del país miles y miles de venezolanos esperanzados acudieron a su cita con el regreso de Guaidó a Venezuela, le reiteraron su confianza y su solidaridad, y le enviaron a Maduro y a sus lugartenientes un mensaje que la comunidad internacional, incluyendo en el lote a Rusia y a Cuba, los únicos aliados que le quedaban al régimen chavista, escucharon con claridad y muchísima atención. Los carnavales de Maduro no han sido suficientes para neutralizar lo que representa el regreso triunfal de Guaidó, quien desde la tarima de las Mercedes convocó al país a una gran movilización nacional para el próximo sábado 9 de marzo y quien al día siguiente, martes de carnaval, en reunión multitudinaria con los sindicatos de empleados públicos, les anunció la organización de una “huelga escalonada” de empleados públicos y le advirtió al régimen que la presión que siente, por ahora, sólo es el comienzo de lo que vendrá. “El momento es ahora”, sostuvo durante la reunión. “El momento llegó.”  

 

 

 

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