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Clintonomía – Lo mejor de la política económica de Hillary Clinton: no es la de Trump

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Una inusualmente relajada Hillary Clinton ofreció una refutación de las políticas económicas de Donald Trump en un discurso en una localidad próxima a Detroit el 11 de agosto. «Si suena demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo es«, opinó la candidata favorita sobre el plan del Sr. Trump, y con buenas razones. Las ideas de Trump son un desastre poco serio que podría causar un malestar económico generalizado mientras que, a cambio, se obtiene muy poco (véase nuestro líder). Clinton considera que la propuesta trumpiana, toda una hoguera de regulaciones, son una oportunidad para las empresas de contaminar el medio ambiente y explotar a los consumidores. Destacó asimismo que los prometidos recortes fiscales para las personas con altos ingresos enriquecerían a la familia del candidato republicano en miles de millones de dólares. Según la demócrata, la promesa de Trump de que incluso las empresas unipersonales no pagarán más de un 15% de impuestos sobre sus beneficios es un «vacío legal de Trump«. Incluso  rechazó con firmeza su propuesta de deducir impuestos para el cuidado de hijos, por estar injustamente sesgada hacia los ricos. Como una refutación de la agenda del señor Trump, el discurso fue un raro éxito de oratoria.

Sin embargo, la propia oferta económica de Clinton no es muy convincente. Ella comparte la quimera trumpiana de que se debe promover, en sus palabras, un «renacimiento de la manufactura». Por supuesto, mientras que el Sr. Trump ensalza las virtudes de la fabricación de acero, Clinton prefiere la construcción de cohetes y otros tipos de trabajos inteligentes en los que los trabajadores estadounidenses pueden competir a nivel mundial. Pero los trabajadores no cualificados que pierden con la competencia del exterior no están a punto de transformarse en  científicos espaciales. El aumento de la productividad en curso, impulsado por la robótica, limitará el crecimiento del empleo en la industria manufacturera de alta tecnología. Clinton lo sabe. Ella afirma que los trabajadores poco cualificados no han cosechado los beneficios que se les prometió de convenios comerciales del pasado y que ha faltado la ayuda del gobierno. Ella tiene razón en ambos puntos. El problema es que lo que ella ahora promete tampoco es probable que les sirva.

En cuanto a la política comercial, la señora Clinton ofrece lo que mi colega Lexington llama «política homeopática«: darle los votantes sólo un poco de una mala idea esperando, ingenuamente, que sirva para calmarlos. Le dice a los votantes que China les ha estafado, que los pasados acuerdos de libre comercio los han tratado injustamente, y que la Alianza Trans-Pacífica, el último acuerdo comercial, no es diferente. Pero cuando Trump lleva estas posiciones a su conclusión lógica, ella lo acusa de insularidad y de falta de espíritu competitivo. Un candidato más valiente podría decir lo mismo de las premisas que subyacen en la agenda de Trump. Esto podría no ser tan dañino; las actitudes del público hacia el libre comercio siguen siendo positivas (véase Libre de Cambios ). Incluso en 1980, antes del TLCAN (NAFTA, en inglés) o el ascenso de China, las manufacturas solo representaban uno de cada cinco trabajadores estadounidenses. Es cierto que una defensa plena del comercio probablemente le habría significado perder la primaria demócrata. Pero sus posturas a medio camino no van a ganar muchos votos. Ella tiene suerte de que el señor Trump haya adoptado otras políticas económicas, en especial sobre impuestos y regulaciones, que para ella son más fáciles de atacar.

Si por una parte Trump hace promesas infladas y encima poco detalladas, las ofertas de la Sra. Clinton son, en general, demasiado engorrosas. Ella desea crear nuevas deducciones múltiples de impuestos, por ejemplo, para estimular a las empresas a que compartan las ganancias con sus trabajadores. Esto solo afectaría superficialmente los problemas, mientras que complicaría aún más el laberíntico código tributario de los Estados Unidos. Algunas de sus propuestas, tales como su plan de infraestructura, y un salario mínimo más alto, apuntan a temas más importantes. Para este último, se ofrece un argumento serio: que mediante el desvío de los fondos de los accionistas distantes a los trabajadores que gastan dinero a nivel local, una política de salarios mínimos más altos puede ayudar a reactivar las áreas con dificultades. Sin embargo, lo mejor de la agenda de la Sra. Clinton sigue siendo que no es la de Donald Trump.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

Clintonomics

The best thing about Hillary Clinton’s economic policy: it’s not Trump’s

AN UNUSUALLY relaxed Hillary Clinton offered a rebuttal of Donald Trump’s economic policies in a speech near Detroit on August 11th. “If it sounds too good to be true, it probably is” said the front-runner of Mr Trump’s plan—and with good reason. Mr Trump’s ideas are a thoughtless mess that would cause widespread economic pain while achieving little in return (see our leader). Mrs Clinton cast his proposed bonfire of regulations as an opportunity for corporations to pollute the environment and exploit consumers. She observed that his promised tax-cuts for high-earners would enrich his family by billions of dollars. She labelled Mr Trump’s pledge that even single-person businesses will pay no more than a 15% tax on their profits as the “Trump loophole”. She even convincingly dismissed his proposed tax-deduction for child-care as unfairly skewed towards the rich. As a rebuttal of Mr Trump’s agenda, the speech was an unusual oratorical success.

Yet Mrs Clinton’s own economic offering is not all that compelling. She shares Mr Trump’s pipe-dream of nurturing, in her words, a “manufacturing renaissance”. Granted, whereas Mr Trump extols the virtues of steelmaking, Mrs Clinton prefers building rockets and other such brainy work at which American workers can compete globally. But unskilled workers who lost out to competition from overseas are not about to morph into rocket-scientists. Ongoing productivity increases, driven by robotics, will limit job growth in high-tech manufacturing. Mrs Clinton knows this. She says that low-skilled workers have not reaped the benefits they were promised from past trade deals and that help from the government has been lacking. She is right on both points. The problem is that what she now pledges is unlikely to work for them either.

On trade, Mrs Clinton offers what my colleague Lexington calls “homeopathy politics”: giving voters just a little of a bad idea, hoping, naively, that it will mollify them. She tells voters that China has ripped them off, that past free-trade deals have treated them unfairly, and that the Trans-Pacific Partnership, the latest trade accord, is no different. But when Mr Trump takes these positions to their logical conclusion, she accuses him of insularity, and of lacking competitive spirit.  A braver candidate might say that of the very premises underlying Mr Trump’s agenda. This might not be that damaging; public attitudes towards free trade remain positive (see Free Exchange). Even in 1980, before NAFTA or the rise of China, manufacturing accounted for only about one-in-five American workers. Admittedly, a full-throated defence of trade would probably have lost Ms Clinton the Democratic primary. But her half-and-halfism will not win many votes. She is fortunate that Mr Trump has adopted other economic policies, on tax and regulation, which are easier for her to attack.

If Mr Trump makes inflated promises with little accompanying detail, Ms Clinton’s offerings are on the whole too fiddly. She would create multiple new tax-deductions, for instance to encourage companies to share profits with their workers. These would only nibble around the edges of problems. They would, however, further complicate America’s labyrinthine tax code. Some of her proposals, such as her infrastructure plan, and a higher minimum wage, fry bigger fish. For the latter, she offers a thoughtful argument: that by redirecting funds from distant shareholders to workers who spend money locally, higher minimum wages might help revive struggling areas. Yet the best thing about Ms Clinton’s agenda remains that it is not Mr Trump’s.

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