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New York Times: ¿Cómo pueden los Estados Unidos recuperarse de Donald Trump?

22Blow-web-master768Donald Trump se dirige a noviembre cual un zepelín rumbo a Nueva Jersey, en un cielo oscuro que crepita con electricidad. Él está luchando contra vientos cruzados, probando nuevas viradas, como la contratación del director de Breitbart News para dirigir su campaña,  intentando nuevas emociones (pesar) en un discurso la noche del jueves, prometiendo que esta semana hablará más sobre inmigración, su tema principal. Todavía no se sabe qué va a pasar cuando la bolsa de gas llegue al amarradero.

Puede ser que las encuestas estén en lo cierto, y el Sr. Trump caiga envuelto en llamas. Sin embargo, mientras ello resuelve un problema inmediato, uno más importante permanecerá. El mensaje de odio y paranoia que está incitando a millones de votantes durará más que el mensajero. Los efectos tóxicos del trumpismo tendrán que ser abordados.

El daño más evidente ya se ha hecho – al debate sobre la inmigración, un tema que es el orgullo de la nación, pero que también puede mostrar la peor faz del país. La solución del Sr. Trump es la construcción de un muro fronterizo imposible de construir y expulsar del país a 11 millones de personas, mientras que permite que millones de «buenos» ingresen – o tal vez no;  ahora dice que quiere prohibir la entrada de inmigrantes de buena parte del mundo, a excepción de unos pocos que pasen pruebas religiosas e ideológicas-. «Escrutinio extremo«él lo llama, re-introduciendo, en la era de la reality-TV, las Leyes de Extranjeros y Sedición (de 1798) y el macartismo.

Es cierto que Trump habla galimatías fronterizos. Un rotundo nativismo sigue siendo un fenómeno estadounidense marginal. Pero no son pocos los políticos importantes que, al apoyar su candidatura, respaldan su mensaje. Cualquier persona con la esperanza de construir una solución seria a la inmigración después de esta elección tendrá que enfrentarse a las ideas impracticables y a las emociones viciosas que el señor Trump, con muchos apoyos, ha traído a la luz pública.

Parece que fuera hace un siglo, pero en 2001 un presidente republicano, George W. Bush, comenzó a hablar de una reforma audaz de las anticuadas leyes de inmigración. Bush buscó un consenso bipartidista para impulsar la economía y lograr que la ley hiciera justicia a millones de personas. Luego vino 9/11. Aunque esa sensata reforma migratoria obtuvo un amplio apoyo de la opinión pública estadounidense, la legislación no pudo ser aprobada en el Congreso en varias ocasiones, emboscada por el ala más reaccionaria del partido republicano.

Este año nos trajo el sueño febril de la Convención Nacional Republicana en Cleveland, donde todos los oradores presentaron la visión de un extranjero que ingresa sigilosamente al país para robar, matar y violar. Siguiendo el ejemplo de Trump, usaron como chivos expiatorios a los inmigrantes y refugiados en general y a los latinos y musulmanes en particular. La multitud aplaudió al Sheriff Joe Arpaio, perseguidor de los latinos de Arizona, y a Rudolph Giuliani gritando acerca de terroristas y criminales como si fuera  candidato a alcalde de la ciudad de Gotham.

No es de extrañar que los nativistas se sientan inspirados, y los intolerantes envalentonados. El supremacista blanco David Duke es candidato a Senador. Stephen Bannon, director de Breitbart News, un generador de teorías conspirativas y de malevolencia antimusulmana y anti-inmigrante, es el aliado natural de un candidato que da a entender que el presidente Obama es un musulmán clandestino y que insiste que miles de musulmanes en Nueva Jersey celebraron cuando las torres cayeron en el 9/11.

Los optimistas,  con los ojos puestos en las urnas, esperan que Trump, al perder, desacreditará tales puntos de vista y que los republicanos el próximo año pedirán la paz. Bajo este escenario, Hillary Clinton, y Paul Ryan o quien dirija el Congreso van a actuar con rapidez para impulsar un proyecto de ley racional de reforma migratoria.

Hay que recordar, sin embargo, la autopsia electoral que encontró a unos republicanos escarmentados después del  nativismo más gentil de la campaña de Mitt Romney en 2012. Los últimos vestigios de ese acto de arrepentimiento se desvanecieron cuando Trump, advirtiendo sobre los violadores mexicanos, subía en las encuestas.

A  los partidarios de Trump se les ha prometido una nación donde los extranjeros y sus hijos estarán del otro lado de las fronteras para siempre. Se les ha prometido, dentro de un nuevo muro, nuevas fábricas donde todo el mundo va a construir cosas, sólo hablará inglés y será rico. ¿Qué pasará cuando se enteren de que nada de esto es real?

El desafío para los líderes responsables de cualquier partido político será separar el descontento económico de la intolerancia y la paranoia que son la clave del fenómeno Trump. La pregunta, a los futuros  líderes republicanos, es si al menos van a intentarlo.

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The New York Times

How Can America Recover From Donald Trump?

Donald Trump is heading to November like a certain zeppelin heading to New Jersey, in a darkening sky that crackles with electricity. He is fighting crosswinds and trying new tacks — hiring the head of Breitbart News to run his campaign, trying on a new emotion (regret) in a speech on Thursday night, promising to talk more this week about immigration, his prime subject. There’s still no telling what will happen when the gasbag reaches the mooring.

It could be that the polls are right, and Mr. Trump will go down in flames. But while that will solve an immediate problem, a larger one will remain. The message of hatred and paranoia that is inciting millions of voters will outlast the messenger. The toxic effects of Trumpism will have to be addressed.

The most obvious damage has already been done — to the debate over immigration, a subject that is America’s pride but that can also show the country at its worst. Mr. Trump’s solution is to build an unbuildable border wall and force 11 million people out of the country, while letting millions of “good ones” back in. Or maybe not — now he says he wants to bar immigrants from most of the world, except for a few who pass religious and ideological tests. “Extreme vetting, he calls it, bringing the Alien and Sedition Acts and McCarthyism into the reality-TV age.

Yes, Mr. Trump speaks frontier gibberish. Outright nativism remains a fringe American phenomenon. But there is no shortage of mainstream politicians who have endorsed his message by endorsing the Republican nominee. Anyone hoping to build a serious solution to immigration after this election will have to confront the unworkable ideas and vicious emotions that Mr. Trump, with many enablers, has dragged into the open.

It seems like a century ago, but it was only 2001 when a Republican president, George W. Bush, began talking about a once-in-a-generation overhaul of the outdated American immigration laws. He sought a bipartisan consensus to boost the economy and make millions right with the law. Then came 9/11. Though sensible immigration reform gained the broad support of the American public, legislation in Congress repeatedly failed, ambushed by hard-core Republican partisans.

This year brought the fever dream of the Republican National Convention in Cleveland, where speaker after speaker presented a vision of foreigners stealing across the border to rob, rape and kill. Cued by Mr. Trump, they scapegoated immigrants and refugees in general and Latinos and Muslims in particular. The crowd cheered for Sheriff Joe Arpaio, brutalizer of Arizona Latinos, and Rudolph Giuliani, who hollered about terrorists and criminals as if running for mayor of Gotham City.

It’s no wonder that the nativists are feeling inspired, the bigots emboldened. The white supremacist David Duke is running for the Senate. Stephen Bannon, Breitbart’s chief purveyor of conspiracy theories and anti-Muslim, anti-immigrant venom, is the natural ally of a candidate who hints that President Obama is a secret Muslim and who insists that Muslims in New Jersey danced by the thousands as the towers fell on 9/11.

Optimists, eyes on the polls, hope that Mr. Trump, in losing, will discredit these views and that Republicans next year will sue for peace. Under this scenario Hillary Clinton and Paul Ryan or whoever is running Congress will move fast to push forward a rational immigration reform bill.

Remember, though, the post-mortem that found Republicans chastened after the more genteel nativism of the 2012 Mitt Romney campaign. The last vestiges of that contrition vanished as Mr. Trump, warning about Mexican rapists, vaulted atop the polls.

Trump supporters have now been promised a nation where non-natives, and their children, are locked outside the borders forever. They have been promised, inside a new wall, new factories where everyone will build things, speak only English and be rich. What will happen when they learn that none of this is real?

The challenge to responsible leaders of any political party will be to separate the economic discontent from the bigotry and paranoia that are the key to the Trump phenomenon. The question to future Republican leaders is whether they will even try to do so.

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