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Oppenheimer: ¿Golpe en Brasil, o en Venezuela?

597885162Contrariamente a lo que está diciendo el ex precandidato demócrata Bernie Sanders y sus amigos de la vieja izquierda, la destitución de la ex presidenta de Brasil Dilma Rousseff no fue un golpe de estado. Lo que es un golpe de estado –y uno que ellos están ignorando– es la ruptura del estado de derecho por parte del régimen de Venezuela.

Rousseff, que fue formalmente expulsada de la presidencia tras un juicio político en el Congreso, fue destituida por manipular el presupuesto nacional para hacer que las finanzas del país se vieran mejor durante su campaña de reelección de 2014.

Sanders, haciéndose eco de los reclamos por los presidentes de Venezuela y Bolivia, dijo en un comunicado sobre Brasil el 8 de agosto que el “el polémico proceso de juicio político se parece más a un golpe de estado”. Agregó que “el esfuerzo para destituir a la presidenta Rousseff no es un juicio legal, sino más bien político. Estados Unidos no puede quedarse en silencio”.

¿Pero fue realmente un golpe de estado lo que pasó en Brasil, o incluso un “golpe blando”?

Según la mayoría de las definiciones, un golpe implica una acción militar, u otra forma de tomar el poder que quiebre el estado de derecho.

Por el contrario, el proceso de juicio político de Rousseff siguió todos los pasos judiciales y legislativos exigidos por la Constitución de Brasil, incluyendo el derecho de la ex presidenta a defenderse públicamente.

El diccionario de Merriam-Webster dice que un golpe de estado es “un intento súbito por un pequeño grupo de personas para asumir el control del gobierno generalmente a través de la violencia”.

Lo que pasó con Rousseff no cae bajo ninguna definición de un golpe, ni remotamente.

Como me dijo en una entrevista esta semana el ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso, el arquitecto de la recuperación económica de Brasil en la década de los 1990: “No hubo ningún golpe. La Constitución brasileña es muy clara en cuanto a que si el presidente desobedece las reglas presupuestarias sufragando gastos sin previa autorización del Congreso, está cometiendo un crimen de responsabilidad”.

Asimismo, José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch, afirma que “nunca hemos caracterizado lo que ocurrió como un golpe de estado, ni lo vamos a hacer”.

Incluso hay varios politólogos para quienes el juicio político a Rousseff fue una señal de madurez democrática.

“Un juicio político es saludable porque es el equivalente a un voto de no confianza en un sistema parlamentario”, escribió el politólogo John Polga-Hecimovich enLatinAmericagoesglobal.org.

Bernie, permítame explicarle lo que es un golpe de estado: Un golpe de estado es lo que hizo el dictador chileno Augusto Pinochet en 1973, lo que hizo la dictadura argentina en 1976, lo que intentó hacer el teniente coronel venezolano Hugo Chávez en 1992 , lo que intentaron hacer contra Chávez en 2002, y el quiebre del estado de derecho que está realizando ahora el presidente venezolano Nicolás Maduro.

Maduro, que ganó una elección controvertida en 2013, amplió ilegalmente el Tribunal Supremo de Justicia nombrando a más de una docena de jueces chavistas para tenerlo bajo su control en 2015, y luego usó el Tribunal para invalidar las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional, de mayoría opositora.

Asimismo, Maduro encarceló a líderes de la oposición como Leopoldo López, y ahora está recurriendo a tecnicismos para negarle a la oposición su derecho constitucional a recolectar cuatro millones de firmas necesarias para convocar un referendo revocatorio.

Mi opinión: Quienes llaman a lo que sucedió en Brasil un “golpe” están mirando al país equivocado. En lugar de indignarse con el proceso constitucional que tuvo lugar en Brasil, deberían indignarse contra el proceso inconstitucional que está teniendo lugar en Venezuela.

No debe haber un doble rasero en materia de golpes (Seguramente habré hecho muchos errores en mi carrera periodística, pero uno de mis orgullos es haberme opuesto siempre a los golpes de estado, ya fueran de derecha o de izquierda, incluyendo el de 2002 contra Chávez).

Lo que pasó en Brasil no fue un golpe. Lo que está pasando en Venezuela sí lo es, aunque esté ocurriendo en cámara lenta.

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VERSIÓN INGLESA (EN EL MIAMI HERALD)

What happened in Brazil was not a ‘coup,’ not even close

Contrary to what former Democratic presidential hopeful Bernie Sanders and other members of the U.S. romantic left are saying, the impeachment of former Brazilian President Dilma Rousseff was not a coup. What is a coup — and one they are conveniently ignoring — is the break of the rule of law by Venezuela’s regime.

Rousseff, formally ousted by a 61-20 vote in the Senate after a three-month congressional impeachment process, was fired for violating budgetary rules. She had been charged with manipulating the budget to make the country’s finances look better during her 2014 reelection campaign.

Sanders, echoing the claims by the presidents of Venezuela, Bolivia, Ecuador and Nicaragua, said in an Aug. 8 statement that Brazil’s impeachment process “resembles a coup d’état.” He added, “The effort to remove President Rousseff is not a legal trial but rather a political one. The United States cannot sit silently while the democratic institutions of one of our most important allies are undermined.”

But was it really a coup, or even a disguised coup? A coup usually involves a military takeover, or another way to take power breaking the rule of law. The Merriam-Webster dictionary says a coup d’etat is “a sudden attempt by a small group of people to take over the government usually through violence.”

What happened to Rousseff doesn’t apply to any definition of a coup, not even remotely. On the contrary, Rousseff’s congressional impeachment process followed all the judicial and legislative steps demanded by Brazil’s Constitution, including her right to publicly defend herself during her Senate hearing.

As former Brazilian President Fernando Henrique Cardoso, the architect of Brazil’s economic recovery in recent decades, told me in an interview this week, “there wasn’t any coup. The Brazilian Constitution is very clear in stating that if the president violates budget laws and makes expenditures without congressional approval, that’s a crime.”

Jose Miguel Vivanco, head of the Americas’ department of the Human Rights Watch advocacy group, agrees. “We have not called this a coup, nor will we,” he said.

Some political scientists even describe Rousseff’s ouster as a sign of democratic maturity, the very opposite of a coup.

“Impeachment is healthy because it is the presidential equivalent of a parliamentary vote of no confidence,” writes political scientist John Polga-Hecimovich in LatinAmericagoesglobal.org. “Even highly politicized processes like Brazil’s are an improvement over the coup-mongering politics of old.”

Bernie, I’ll tell you what a coup is. A coup is what Chilean dictator Augusto Pinochet did in 1973, what Argentina’s rightist military did in 1976, what Venezuelan Army officer Hugo Chávez tried to do in 1992 and what Venezuelan President Nicolás Maduro is doing right now.

Maduro, who won a controversial election in 2013, has illegally packed the supreme court with loyalists, filled his cabinet with army generals, imprisoned opposition leaders such as Leopoldo López, intimidated independent media, and now is using his supreme court to invalidate the laws passed by his country’s opposition-controlled congress. That’s breaking the rule of law, the very definition of a coup.

And now, Maduro is resorting to repression and legal technicalities to deny the opposition its constitutional right to gather the 4 million signatures needed to convene a recall referendum that would force early elections. Polls show about 80 percent of Venezuelans would vote for Maduro’s ouster.

Sanders and his friends who are calling what happened in Brazil a “coup” are misdirecting their indignation. Instead of looking at the constitutional process that took place in Brazil, they should be denouncing the blatantly unconstitutional process that is taking place in Venezuela.

There should be no double standards when it comes to coups. (I have probably made countless mistakes in my journalistic career, but I’m proud to have denounced all coups regardless of their political color, including the 2002 coup attempt against late Venezuelan President Chávez.)

What happened in Brazil was not a coup. What’s happening in Venezuela is a clear and increasingly bloody, slow-motion coup.

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