Latinobarómetro 2016: Ni Trumpianos ni Brexitenses
La encuesta de Latinobarómetro
América Latina tiene preocupaciones diferentes a las de los Estados Unidos y Europa
El año transcurrido desde que The Economist publicó los resultados previos de la encuesta Latinobarómetro, de amplio alcance en la opinión pública en América Latina, ha sido un periodo lleno de acontecimientos. En tres países los votantes castigaron a gobiernos populistas de izquierda: los argentinos eligieron a un presidente de centro-derecha; los venezolanos y bolivianos usaron elecciones no-presidenciales para socavar a los actuales presidentes en ejercicio. Perú eligió a Pedro Pablo Kuczynski, de 77 años de edad, ex banquero, como presidente, por encima de la moderadamente populista Keiko Fujimori, hija de un antiguo hombre fuerte, Alberto Fujimori, quien está en la cárcel. La República Dominicana reeligió a su presidente de centro-derecha, Danilo Medina. Solamente los guatemaltecos votaron a favor de una cura milagrosa. Ellos eligieron como presidente a un comediante sin historial político, Jimmy Morales, sobre todo porque los votantes creyeron en su pretensión de no ser «corrupto».
Este pragmatismo en América Latina es un bienvenido contraste al aumento en el apoyo a candidatos y causas marginales en Europa y Estados Unidos. Pero el Latinobarómetro de este año sugiere asimismo que los latinoamericanos no están más satisfechos con el statu quo que los británicos, favorecedores del Brexit, o que los estadounidenses embriagados con Trump. La proporción de latinoamericanos que piensan que las élites gobiernan en su propio interés es, en promedio, un 73%, el nivel más alto en 12 años. Por primera vez, el porcentaje de personas que dicen que sus países van en retroceso es más grande que el de las personas que piensan que están progresando.
Los latinoamericanos no se preocupan por las mismas cosas que los europeos y norteamericanos. El terrorismo y la inmigración no están entre sus principales preocupaciones. No poseen tampoco un estado de ánimo proteccionista: un 77% está a favor de una mayor integración entre sus países y sus vecinos. La desigualdad, cuyo aumento explica en buena medida el descontento en Europa y Estados Unidos, ha caído en América Latina desde comienzos de la década de 2000. Las ansiedades en América Latina son un cóctel de preocupaciones sobre la economía, el crimen y la corrupción (véase el gráfico).
El optimismo económico se ha visto afectado por seis años consecutivos de desaceleración después del fin del auge mundial de materias primas. la satisfacción de los latinoamericanos con el desempeño de su economía está en su nivel más bajo desde 2004. El desempleo es la principal preocupación económica. Pero en Venezuela, la cual recibió el año pasado una absurda felicitación de la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas por la reducción de la malnutrición, la escasez sobrepasa la falta de empleo: 68% de los venezolanos dicen que el suministro de alimentos es el problema más acuciante.
La preocupación por la delincuencia, que se elevó a finales de la década de 2000, sigue siendo alta. En la mitad de los países, entre ellos México, Perú y El Salvador, es la queja más fuerte del 30% de los encuestados o más. La corrupción es la primera o segunda en la lista de preocupaciones de la gente en cuatro países: Bolivia, Brasil, Chile y Perú.
Esta medición es sensible al escándalo. En Brasil, donde las investigaciones han revelado que los partidos gobernantes recibieron miles de millones de dólares en sobornos de Petrobras, la petrolera controlada por el Estado, la corrupción es la principal preocupación del 20% de la población. Viene justo detrás de la salud, que se convirtió en la mayor preocupación después del brote, el año pasado, del virus Zika, que causa defectos de nacimiento. En todos los países al menos las dos quintas partes o más de los ciudadanos piensan que la corrupción va en aumento.
El apoyo a la democracia ha caído donde el disgusto con las travesuras de los líderes políticos es mayor. En Brasil cayó 22 puntos porcentuales, a sólo el 32% , entre 2015 y 2016; en un Chile sacudido por los escándalos, cayó 11 puntos, a un 54%. En El Salvador, Guatemala y Nicaragua está en su nivel más bajo en los últimos diez años.
Pero eso no significa que los latinoamericanos estén dispuestos a abandonar la democracia por algo distinto. En general, el 54% dice que es mejor que cualquier otro sistema, una proporción que no ha cambiado mucho desde 1995. Más bien están canalizando su descontento hacia el activismo. La indignación por la corrupción ha inspirado manifestaciones masivas en Brasil, Guatemala y Honduras. Miles de mexicanos han protestado contra la impunidad oficial; ahora los chilenos están manifestando en contra de pensiones insuficientes.
La evidencia de una mayor asertividad puede ser objeto de burlas a partir de los datos del Latinobarómetro. La encuesta del año pasado preguntó si los latinoamericanos estarían dispuestos a protestar por objetivos tales como salarios más altos, mejores servicios de salud y los derechos democráticos. En una escala de diez puntos, donde diez es el más alto nivel de entusiasmo, calificaron a su disposición a protestar de seis a siete, un ligero aumento a partir de 2013.
El cambio de actitudes sobre la violencia son evidencia de una mayor madurez y más firmeza entre los ciudadanos de a pie, sostiene Marta Lagos, directora de Latinobarómetro. Aunque los latinoamericanos dicen que la violencia del crimen callejero es el tipo más común, consideran que la más perjudicial para su país es la violencia doméstica. El que la gente le dé prioridad a la violencia doméstica es un dato nuevo, según Lagos (aunque la cuestión no se había planteado previamente). Ello sugiere que los latinoamericanos están empezando a desafiar la cultura del machismo, que es un fenómeno generalizado en algunos países. Las mujeres en particular están menos dispuestas a sufrir en silencio. Esto representa un «gran cambio cultural», dice Lagos.
La foto instantánea de la opinión que nos ofrece el Latinobarómetro muestra que el progreso de las últimas décadas ha aumentado las expectativas, pero que los latinoamericanos tienen poca fe en que las instituciones actuales puedan cumplir con ellas. Como Marta Lagos destaca, los ciudadanos desafían las actuales formas de liderazgo, pero todavía tienen que inventar otras nuevas. A pesar de que los latinoamericanos tienen pocas inclinaciones por los dictadores del pasado, podrían surgir nuevos tipos de políticas antidemocráticas. A menos que los políticos electos ofrezcan respuestas a la delincuencia, el bajo crecimiento, la desigualdad y la corrupción, líderes menos democráticamente dispuestos quizá puedan hacerlo en su lugar.
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Latinobarómetro 2016
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The Economist
The Latinobarómetro poll
Neither Trumpian nor Brexiteer
Latin America has different worries from the United States and Europe
THE year since The Economist last published the results of the wide-ranging Latinobarómetro survey of Latin American public opinion has been an eventful one. In three countries, voters rebuked populist left-wing governments: Argentines elected a centre-right president; Venezuelans and Bolivians used non-presidential votes to undermine the incumbents. Peru chose Pedro Pablo Kuczynski, a 77-year-old ex-banker, as president over the mildly populist Keiko Fujimori, daughter of a former strongman, Alberto Fujimori, who is in jail. The Dominican Republic re-elected its centre-right president, Danilo Medina. Only Guatemalans voted for a miracle cure. They elected as president a comedian with no political track record, Jimmy Morales, mainly because voters believed his claim to be “not corrupt”.
Latin pragmatism looks like a welcome contrast to the rise in support for fringe candidates and causes in Europe and the United States. But this year’s Latinobarómetro poll suggest that Latin Americans are no more content with the status quo than are Brexit-voting Britons or Trump-drunk Americans. The proportion of Latin Americans who think the elites govern in their own interests is on average 73%, its highest level in 12 years. For the first time, the share of people who say their countries are going backwards is bigger than that of people who think they are progressing.
Latin Americans do not fret about the same things as Europeans and Americans. Terrorism and immigration are not among their chief concerns. They are not in a protectionist mood: 77% favour greater integration between their countries and their neighbours. Inequality, the rise of which explains much discontent in Europe and the United States, has fallen in Latin America since the early 2000s. Latin anxieties are a cocktail of worries about the economy, crime and corruption (see chart).
Economic optimism has been hurt by six successive years of deceleration after the end of the global commodities boom. Latin Americans’ satisfaction with the performance of their economies is at its lowest level since 2004. Unemployment is the main economic worry. But in Venezuela, which received an absurd commendation last year from the UN’s Food and Agriculture Organisation for reducing malnutrition, shortages outweigh joblessness: 68% of Venezuelans say the supply of food is the most pressing problem.
Preoccupation with crime, which jumped in the late 2000s, remains high. In half the countries, including Mexico, Peru and El Salvador, it is the loudest complaint of 30% of respondents or more. Corruption comes first or second on people’s list of worries in four countries: Bolivia, Brazil, Chile and Peru.
The measure is scandal-sensitive. In Brazil, where investigators revealed that governing parties took billions of dollars in bribes from Petrobras, the state-controlled oil company, graft is the top concern of 20% of the population. It comes just behind health, which became the biggest worry after the outbreak last year of the Zika virus, which causes birth defects. In every country two-fifths of people or more think corruption is increasing.
Where disgust with the shenanigans of political leaders is strongest, support for democracy has dropped. It plunged by 22 percentage points to just 32% in Brazil from 2015 to 2016; in scandal-racked Chile it dropped 11 points, to 54%. In El Salvador, Guatemala and Nicaragua it is the lowest it has been in ten years.
But that does not mean Latin Americans are ready to abandon democracy for something else. Overall, 54% say it is better than any other system, a proportion that has not changed much since 1995. Instead, they are channelling their discontent into activism. Outrage over corruption has inspired massive demonstrations in Brazil, Guatemala and Honduras. Thousands of Mexicans have protested against official impunity; now Chileans are demonstrating against inadequate pensions.
Evidence of greater assertiveness can be teased out from Latinobarómetro’s data. Last year’s survey asked whether Latin Americans would be willing to protest for such goals as higher wages, better health care and democratic rights. On a ten-point scale, where ten is the highest level of enthusiasm, they ranked their willingness to demonstrate at six-to-seven, a slight increase from 2013.
Changing attitudes towards violence are evidence of greater maturity and more assertiveness among ordinary citizens, argues Marta Lagos, Latinobarómetro’s director. Although Latin Americans say that violence from street crime is the most common sort, the most damaging to their country, they think, is domestic violence. The priority people give to domestic violence is new, Ms Lagos believes (although the question has not been directly posed before). It suggests that Latin Americans are beginning to challenge the culture of machismo, which is pervasive in some countries. Women in particular are less willing to suffer in silence. This represents a “huge cultural change”, says Ms Lagos.
Latinobarómetro’s snapshot of opinion shows that the progress of recent decades has raised expectations, but that Latin Americans have little faith that today’s institutions can fulfil them. As Ms Lagos puts it, they are challenging established forms of leadership but have yet to invent new ones. Although Latin Americans have little appetite for the dictators of the past, new types of anti-democratic politics could emerge. Unless elected politicians offer answers to crime, low growth, inequality and corruption, less democratically minded leaders may provide them instead.
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