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Entrevista con Gilles Lipovetsky: La ligereza de la alegría es efímera

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De la ligereza (Anagrama), el más reciente libro de Gilles Lipovetsky, constituye el eje de esta entrevista en la que el autor de La era del vacío conversa con Alejandro García Abreu sobre la idea de la civilización de lo ligero, la visión del arte en Friedrich Schiller, la arquitectura, el concepto de levedad en Milan Kundera y la disciplina de la verdadera ligereza a la que se refirió Friedrich Nietzsche. El escritor francés aseveró: “La ligereza es escasa en nosotros y se pierde sin que podamos hacer gran cosa. Como las burbujas del champán, la ligereza de la alegría es efímera: inevitablemente, un momento ligero se vuelve opresivo sin que podamos hacer nada”.


Alejandro García Abreu: Afirma que “la experiencia de la ligereza es deseable y buena. Tanto más porque no se transforma en una carga por sistema: un viaje, un concierto, una lectura, una cena entre amigos, un espectáculo ameno, todo esto seguirá siendo ameno ‘para siempre’. […] La ligereza no es por sí sola una experiencia trágica: lo trágico no es la levedad del ser, sino la falta de levedad”. ¿Qué agregaría a este planteamiento?

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Gilles Lipovetsky: Tu pregunta me remite a La insoportable levedad del ser de Milan Kundera. Quise corregir esta idea: no es la levedad lo que resulta insoportable, es la pesadez. Pienso que todos amamos la ligereza, es un deseo que recorre la Historia. Antes no se valoraba mucho esta palabra. Ahora se estima cuando hay una preocupación, cuando uno quiere ser dichoso, cuando hay algo pesado. La aspiración a la ligereza es un campo inagotable. Porque en la idea de felicidad está el concepto de ligereza. Pero cuando digo que padecemos la falta de ligereza actualmente no afirmo que no haya otra cosa que ese concepto. Hay que hacer la distinción entre la observación y, de inmediato, las recomendaciones. La observación es que cada vez somos menos ligeros. ¿Y cómo ser feliz? Hay que ser ligeros. No es tan complicado, pero, simultáneamente, hay que ver que para la vida global —en tanto que padres, que personas que trabajan— la ligereza no basta. Hay que seguir defendiendo una moral del trabajo, del esfuerzo. Estoy a favor de la ligereza, pero también estoy a favor del contrapeso de la ligereza, porque educar a un niño sólo en esa cultura no es hacerle un bien. Hay que dejar atrás la idea de una ligereza trágica. Para mí la ligereza no es trágica, lo trágico es lo pesado.

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AGA: No pude sino recordar a Italo Calvino, quien en la conferencia “Levedad” —incluida en Seis propuestas para el próximo milenio— llegó a considerar la levedad más como un valor que como un defecto. El escritor destaca la oposición levedad-peso.

GL: Absolutamente. Estoy de acuerdo con el planteamiento de Italo Calvino, pero en la conferencia “Levedad” no lo ve más que en el plano de la literatura. De la ligereza trata de plantear esta cuestión al fracaso de la civilización. Están las técnicas, la medicina, el cuerpo, el consumo, la vida social, pero —como él— pienso que la ligereza es una dicha, y es la novedad de nuestra época, ya que —durante siglos— la ligereza fue más un contra-valor, estaba mal. Actualmente amamos la ligereza. Es necesaria para un mundo más ecologista, para respetar más el medio ambiente y, también, para depender menos de las ideologías extremas.

AGA: En De la ligereza alude el “sí ligero y transparente de la lectura” que Maurice Blanchot incluyó en El espacio literario. ¿Cuál es la relación entre la transparencia y la ligereza?

GL: La relación entre la transparencia y la ligereza acusa una importancia nueva en la era moderna con la arquitectura. Ocurre en un momento preciso, se tiene la fecha exacta de ese nacimiento arquitectónico: es la construcción del Crystal Palace.

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AGA: De acuerdo. El Crystal Palace, concebido por Joseph Paxton, fue construido en Londres en 1851.

GL: Claro. Fue la primera construcción de cristal, constituyó una revolución de gran entusiasmo porque, con sus innovaciones, resultaba muy moderna. La edificación de cristal permitía efectos con la luz. Era atractivo incluso para los niños. Hay una idea desde finales del siglo XIX de crear una arquitectura transparente, asociada a la ligereza, porque en la transparencia todo pasa como si el exterior viniera al interior. Es como estar en un glaciar de cristal. Está la luz. Y la luz siempre tiene una relación con la ligereza, incluso en la arquitectura gótica, una arquitectura de la luz; es interpretada como la luz del Señor. Se convertirá en el objetivo para el autor. La arquitectura gótica, para nosotros, es una piedra. Pero están los vitrales. El vitral es la transparencia, la luz, el cielo. Ahí estamos en una ligereza mística en el caso soberbio, la obra maestra de la humanidad. Los modernos quisieron la transparencia, pero sin mística; una transparencia que —por otra parte—, en las vanguardias, es llevada por un ideal moral, ya que consideran que la arquitectura burguesa es de mentira. La decoración es un crimen —decía Adolf Loos— porque es una falsificación. Los modernos rechazan la falsificación, es un ideal moral en el origen. Tienen la idea de que se va a construir una arquitectura de verdad, auténtica, que respeta lo que debe ser una construcción; ya no se trata de un vínculo con lo religioso.

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AGA: Pienso en la pirámide de cristal del museo del Louvre concebida por el arquitecto Ieoh Ming Pei, quien declaró: “Espero hacer muchas más cosas, pero nunca más voy a tener otra oportunidad como la del Louvre”.

GL: Esta transparencia es vigente, ya que el cristal permite versatilidad. La tecnología del cristal es extraordinaria, gracias a las nuevas técnicas la pirámide del Louvre está en pie. Pienso que, en la modernidad, el vínculo entre transparencia y ligereza es especialmente fuerte en el campo de la arquitectura.

AGA: Grandes artistas del siglo XIX subrayaron el estrecho vínculo de la modernidad con lo transitorio, lo fugaz. Piensa en Charles Baudelaire. ¿Qué otros poetas inscribe en el ámbito de lo fugaz y transitorio?

GL: Desde luego, Charles Baudelaire puso el dedo —de manera genial— en el vínculo entre la modernidad y lo transitorio, lo efímero. Pero dice que la modernidad no sólo es lo transitorio, indica que tiene dos caras porque hoy lo eterno es lo fugaz. Porque Baudelaire sabe que lo más efímero, lo más transitorio, le desagradaría; lo que le gustaría a Baudelaire no es de Babakul. Baudelaire evoca a Friedrich Nietzsche, es un hombre de rigor, entonces, el poeta no cae en el caso de lo efímero. Está El pintor de la vida moderna. Por otro lado, Guillaume Apollinaire escribe poemas sobre el París del 1900, que tiene frente a los ojos. Es efímero, por supuesto, pero al mismo tiempo los poetas y los artistas modernos tienen una ambición allende lo efímero. Piensan construir al mismo nivel. Un pintor como Piet Mondrian piensa que la pintura debe decir la verdad última del mundo; no es efímero, es lo contrario. Después la modernidad deviene en hipermodernidad. Ahí lo eterno desaparece y no queda nada más que lo efímero. Entonces, ¿los artistas al inicio —ahí está el problema— no hacen más que registrar esta nueva realidad, o bien el arte está en la misma situación? Las apreciaciones son muy variadas en el campo del arte contemporáneo. Hay, innegablemente, una parte del arte contemporáneo que se acerca a la moda, pero no hay que decir que “el arte es inútil”. Escribí La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna con Jean Serroy. Se pueden desarrollar juicios bastante diferentes, pero decretar que el cine ha fenecido es un absurdo. Es cierto que hay muchas películas que son éxitos de taquilla, sin valor. Pero en el mundo entero hay películas excelentes con muchos medios, numerosas sensibilidades, de países diversos. Pienso en películas egipcias, rumanas, búlgaras. Se percibe una proliferación creativa. Probablemente no sea efímero. Igualmente se tiene la sensación, cuando uno va a los centros de arte contemporáneo, de que del absoluto que busca el arte ya no queda mucho, de que el arte contemporáneo se aproxima al gadget y sobre todo a la repetición. Se repite a Marcel Duchamp.

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AGA: “La producción industrializada de la ligereza no equivale necesariamente a monotonía repetitiva y creatividad cero. Es una de sus tendencias, pero no es la única”, escribió en De la ligereza. El tema fue abordado previamente en La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico y en La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna —ambos escritos en colaboración con Jean Serroy.

GL: Se ha reaccionado contra la idea de Jean-Luc Godard de que el cine está muerto. Creo que el alegato del cineasta es falso. Es verdad que el cine muestra los éxitos de taquilla. Pero no se puede ignorar otra faceta de la realidad: la globalización del cine. Las mujeres se han convertido en realizadoras, antes no figuraban. Hay una sensibilidad nueva, se realizan películas extraordinarias, pero no las vemos mucho porque tienen un público reducido, pero nunca se habían producido tantas películas en el mundo, y con tanta creatividad. Hay efectos especiales técnicos en las películas estadounidenses. Pero no sólo está el cine estadounidense, aunque es el que domina. El arte jamás ha sido algo que toque forzosamente a las masas. Se da en los festivales, en las salas de cine. Cada semana veo en la BBC, en la pequeña ciudad donde vivo, películas llegadas de Corea, de Hong-Kong, de Bulgaria, de muchos países. Películas llenas de fineza, llenas de creatividad, llenas de inteligencia. No es verdad que el mundo moderno ha matado la creatividad. No se trata de deducirlo, se trata de observarlo. Cuando se dice “el arte está muerto” es una pose, es el dandismo, es la provocación de algunos intelectuales.

AGA: Regreso a La insoportable levedad del ser de Milan Kundera: “una amarga constatación de la Ineluctable Pesadez del Vivir […]. Su novela nos demuestra cómo en la vida todo lo que elegimos y apreciamos por su levedad no tarda en revelar su propio peso insostenible”, según Calvino en la conferencia “Levedad”.

GL: Lo que se hace ligero o lo que se hace pesado no marca el valor de la ligereza. Porque un amor es ligero al inicio, pero puede hacerse pesado. La ligereza no es realmente la que se hace pesada, simplemente la experiencia ya no es la misma. Se es más ligero; es más la misma realidad, simplemente. Debes de haber notado esto: en una velada con amigos hay una atmósfera ligera, bailan, es un momento de ligereza; no son ligeros para la eternidad, es verdad que cambia. Porque, después, uno regresa a casa y puede recibir un mensaje que anuncia la muerte. Ya no es ligero, es otra cosa.

AGA: Se refiere a La educación estética del hombre de Friedrich Schiller: el arte “aparecía como el medio ideal para elevar al hombre, para transfigurarlo haciendo que alcanzara un estado de plenitud, para volverlo mejor y más justo”.

GL: Había otra relación con el arte en la época de Friedrich Schiller. En él hay una especie de religión del arte. Pensar que el arte debe arreglar los problemas del hombre, la libertad, la democracia y que va a salvar a la humanidad, es un error. El arte no va a salvar a la humanidad. El saber, la ciencia, la técnica es lo que hay que desarrollar. No lo digo para menospreciar al arte, creo que hay que mezclarlo todo. Después del siglo XVIII proliferó la idea de que el arte nos hace conocer, sentir, acceder al absoluto. Mientras que la ciencia da verdades planas, justas pero planas. Hay un mensaje en los románticos y, después, hay otro en las vanguardias. Creo que eso acabó. Ya no se espera del arte la revelación de lo escondido, de lo insondable. La mayoría de la gente, frente al arte, espera tener una experiencia “interesada”. También se espera que haya algo nuevo. Me interesa la multiplicación de la gente que tiene una actividad artística, los no profesionales, llamados “amateurs”. La nueva tecnología lo permite: la cámara fotográfica, el sintetizador, la videocámara. Entonces las diferentes artes aspiran al absoluto, pero hay una búsqueda de cierta ligereza de vivir, la ligereza que consiste en no seguir las reglas del exterior. Porque cuando tú haces un cuadro, tú eres el maestro. Es desorganizar todo. Creo que actualmente la gente que danza, canta, tiene una manera de liberarse de un peso. Evidentemente es muy diferente de Schiller: la ambición es más débil pero no corresponde a las exigencias del individualismo hipermoderno. Es un aspecto positivo de las cosas, porque busca cierta creatividad. De cualquier manera llegará la obra maestra, de cualquier manera se hará sombra, no hay razón para que eso cambie, ya no hay genios, pero habrá una teoría del genio. Se deben dar herramientas a las personas para que sean más creativas y sobre todo que hagan cosas pulcras. Es una bella política de la multitud.

AGA: En De la ligereza escribió que Friedrich Nietzsche, “cuya filosofía palpita como un himno al aligeramiento de la vida, asestó serios golpes al culto a la ligereza, definida como el bienestar, el mínimo esfuerzo, la vida fácil, la ‘dejadez’. La verdadera ligereza, por el contrario, exige trabajo encarnizado, disciplina, valor para resistir la desgracia”.

GL: Nietzsche tiene el mérito de ser un filósofo que ha tomado la ligereza casi como un ideal. Combate el espíritu de pesadez; Zaratustra es el mensaje de la ligereza. Es el primer mérito. En segundo lugar, dice que la ligereza se construye —creo que tiene razón—, quiere decir que las reglas no son contrarias a la ligereza. Algunos poetas trabajan mucho con las reglas de la versificación, los alejandrinos. Permitirán el estilo, que exige dificultad, y Nietzsche defiende la dificultad. Es un instrumento de la voluntad de poder. De hecho, en tercer lugar, me separo de Nietzsche. Para Nietzsche somos pesados, los hombres modernos tienen pesadez a causa de la religión, la moral, la metafísica. El problema es que, actualmente, las metafísicas son más pesadas. Hay que notar las nuevas paradojas, es más lo pesado lo que estorba a la ligereza; es lo ligero lo que produce lo pesado, eso es más nietzscheano. Y para Nietzsche todo lo que es fácil, ligero, no está bien. Es la filosofía de la voluntad de poder; la ligereza es la desenvoltura, es el dejarse ir. Nietzsche odia el dejarse ir, como Baudelaire. Es despreciable para el filósofo; no comparto el argumento en el campo moral. Veo el beneficio colectivo de la ligereza. Después de todo nos ha liberado de los horrores, las guerras mundiales, el Holocausto, las masacres, los campos de concentración. Entonces el mundo de la frivolidad también tiene un papel muy positivo, pero asimismo tiene caras que se pueden denunciar, pero soy mucho menos severo que Nietzsche. Él tiene un punto de vista, no toma en cuenta el destino del conjunto de la gente. A mí me interesa porque yo no hubiera querido vivir en la primera mitad del siglo XX, no porque crea que la actualidad sea maravillosa, pero creo que es mejor. Incluso si se trata del supermercado o la televisión; no es genial, de acuerdo, pero no hay una dictadura, no hay masacres. Es gracias al mundo de la ligereza, de la libertad y del consumo.

Alejandro García Abreu
Ensayista y editor.

Traducción de Héctor Iván González.

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