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The Economist – Paz en Colombia: Cómo salvarla

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Nadie quiere volver a la guerra. Sin embargo, los votantes han bloqueado el camino hacia la paz.

Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, hizo una apuesta por el futuro de su país el 2 de octubre, y la perdió. Después de cuatro años de conversaciones en La Habana, los negociadores de su gobierno y el ejército rebelde de las FARC habían llegado a un acuerdo para poner fin a una guerra de 52 años, el conflicto más antiguo de América Latina. Santos pidió a los votantes que lo aprobasen en un referéndum, que se ha celebrado este fin de semana. Por un margen muy pequeño, dijeron «No». Ese resultado impactante deja el proceso de paz en un limbo, hunde al país en la incertidumbre y debilita al presidente. Ambas partes han dicho que van a cumplir, por el momento al menos, los altos al fuego declarados este verano. Pero está lejos de estar claro si y cómo la tregua puede ser sostenida en el largo plazo.

El gobierno no vio venir la derrota. En una entrevista reciente con The Economist, Santos dijo que estaba seguro de que el «Sí» ganaría, y parecía despreocupado por el margen de victoria. «Se gana con la mitad más uno», dijo. El margen de la derrota fue casi  tan estrecho: El «No» ganó con 50,2% de los votos. La participación fue baja; solo 13 millones de los 35 millones de votantes fueron a las urnas. El huracán Mateo probablemente inhibió la participación en la costa Caribe, donde la mayoría de la gente está a favor de la paz.

La estrecha mayoría de los votantes prestó atención al argumento de Álvaro Uribe, predecesor de Santos como presidente, de que el gobierno podría haber obtenido un trato mejor con las FARC. Para Uribe (hoy senador), las disposiciones del Acuerdo sobre una «justicia transicional» -castigos leves para los líderes de las FARC que confiesen crímenes de guerra-, eran demasiado indulgentes. Colombia podría ponerlos tras las rejas y aún así tener la paz, insiste. (Cuando los negociadores gubernamentales exigieron que los guerrilleros sirvieran tiempo en la cárcel, se negaron rotundamente.)

Aturdidos por el resultado, ni las FARC ni el gobierno están preparados para volver a la guerra. «No voy a tirar la toalla», declaró Santos en un discurso televisado. El máximo comandante de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, conocido como Timochenko, dijo que los guerrilleros «utilizarán sólo palabras como arma para construir el futuro». Los negociadores colombianos deben viajar a La Habana el 3 de octubre para reunirse con los líderes de las FARC y conversar sobre qué sucede ahora.

Esa discusión, hoy está claro, tendrá que incluir al señor Uribe y a otros opositores del acuerdo de paz, aunque el cómo es todavía algo incierto. Uribe ha pedido «correctivos» al acuerdo de paz, pero no ha especificado lo que tiene en mente. Santos dijo que llamará a una reunión de todas las fuerzas políticas, pero el partido de Uribe ha dicho que no asistirá.

Las FARC también tendrán que cambiar si se quiere preservar la paz. La votación dejó en claro hasta qué punto los colombianos las aborrecen, con su prédica y práctica del marxismo y -hasta hace muy poco- su empleo asiduo del secuestro, la extorsión, el reclutamiento forzado y el tráfico de drogas. Sólo en los últimos días de la campaña del referéndum el ejército rebelde, que espera ahora poder convertirse en un partido político, hizo la promesa de declarar sus activos y utilizarlos para reparar a las víctimas. «Con el resultado de hoy sabemos que nuestro desafío como movimiento político es aún más grande», dijo Timochenko.

La última vez que los colombianos votaron en un plebiscito fue en 1957, cuando aprobaron la formación del Frente Nacional, un pacto para compartir el poder entre los dos partidos políticos dominantes, los liberales y los conservadores, con el objetivo de poner fin a décadas de violencia partidista. Ese acuerdo funcionó durante un tiempo. Sin embargo, mediante la exclusión de otras fuerzas impulsó la creación de grupos que buscaron el poder mediante la violencia, incluyendo entre otros a las FARC. La lección del referéndum de Santos no es diferente: la paz depende del consentimiento de todas las fuerzas políticas de Colombia. 

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The Economist

A “No” vote in Colombia

Saving Colombia’s peace agreement

No one wants a return to war. But voters have blocked the path to peace

JUAN MANUEL SANTOS, Colombia’s president, took a gamble with his country’s future on October 2nd, and lost. After four years of talks in Havana, negotiators from his government and the FARC rebel army had reached an agreement to end a 52-year war, Latin America’s longest-running conflict. Mr Santos asked voters to approve it in a referendum, which was held this weekend. By a very slim margin, they said “No”. That shocking result leaves the peace process in limbo, plunges the country into uncertainty and weakens the president. Both sides have said they will honour, for the time being at least, the ceasefires they declared this summer. But it is far from clear whether and how the truce can be sustained over the long run.

The government did not see defeat coming. In a recent interview with The Economist Mr Santos said he was certain the “Yes” camp would win, and seemed unconcerned about the margin of victory. “You win with half, plus one,” he said. The margin of defeat was almost that narrow: “No” won 50.2% of the vote. Turnout was low; just 13m of Colombia’s 35m voters went to the polls. Hurricane Matthew probably depressed turnout on the Caribbean coast, where most people are pro-peace.

The slim majority of voters heeded the argument of Álvaro Uribe, Mr Santos’s predecessor as president, that the government could have driven a harder bargain with the FARC. The accord’s provisions for “transitional justice”—mild punishments for FARC leaders who confess to war crimes—were too lenient, contends Mr Uribe, who is now a senator. Colombia could put them behind bars and still have peace, he insists. (When government negotiators demanded that guerrillas serve jail time, they flatly refused.)

Stunned by the result, neither the FARC nor the government is prepared to return to war. “I will not give up,” declared Mr Santos in a televised address. The FARC’s top commander, Rodrigo Londoño Echeverri, known as Timochenko, said the guerrillas would “use only words as a weapon to build toward the future”. Colombian negotiators are to travel to Havana on October 3rd to meet the FARC’s leaders to discuss what happens next.

That discussion, it is now clear, will have to include Mr Uribe and other opponents of the peace deal, though just how is uncertain. Mr Uribe has called for “correctives” to the peace agreement but has not specified what he has in mind. Mr Santos said he will call a meeting among all political forces, but Mr Uribe’s party has said it will stay away.

The FARC, too, will have to change if it wants to preserve the peace. The vote made clear just how much Colombians loathe the group, which preaches Marxism and practised—until very recently—kidnapping, extortion, forced recruitment and drug trafficking. Only in the final days of the referendum campaign did the rebel army, which hopes now to become a political party, promise to declare its assets and use them to make reparations to victims. “With today’s result we know that our challenge as a political movement is even bigger,” Timochenko said.

The last time Colombians voted in a plebiscite was in 1957, when they approved the formation of the National Front, a power-sharing pact between the two dominant political parties, the Liberals and the Conservatives, to end decades of partisan violence. That agreement worked for a while. But by excluding other forces it spurred the creation of groups that sought power through violence, including the FARC. The lesson of Mr Santos’s referendum is no different: peace depends on the consent of all Colombia’s political forces. 

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