Malestar castrista ante el voto negativo colombiano
A casi una semana de que la mayoría de los colombianos votaran No a los acuerdos de paz firmados entre la guerrilla y el Gobierno de ese país, la prensa oficialista cubana apenas se ha referido a ese acontecimiento en las urnas. Solo alguna que otra información contentiva de los resultados de la votación, pero han faltado los análisis y comentarios que intenten desentrañar el porqué de la victoria del voto negativo.
Da la impresión de que el castrismo se halla desconcertado tras la decisión de los votantes colombianos, quienes al parecer valoraron más la repercusión de esos acuerdos para el futuro de Colombia que la presencia en el rimbombante acto en Cartagena de Indias de muchos jefes de Estado, incluido el numeroso séquito de seguridad que siempre acompaña a Raúl Castro.
Aunque, en honor a la verdad, es muy probable que algunos de los periodistas oficialistas que laboran en la prensa escrita, radial y televisiva de la Isla hayan arribado ya a una conclusión acertada. Sin embargo, la cúpula del poder no permitiría jamás que la expresaran.
Por supuesto que casi todos los colombianos desean el fin de la guerra. Pero discrepan en el modo de acceder a la paz. Los que votaron por el No, no aceptan que haya impunidad para todos los guerrilleros, ni que se incorporen a la vida política del país sin pasar por el voto democrático, con posibilidades de llegar algún día al gobierno de la nación. Con razón, temen a un nuevo chavismo en Suramérica.
La mayoría de los colombianos quieren el castigo a los guerrilleros, causantes de la sangre derramada inútilmente, de los secuestros de personas, y de la incorporación de niños al infierno de la guerra, entre otros crímenes. Además se preguntan: ¿qué habría sido de Colombia si la guerrilla hubiese triunfado y tomado el poder político de la nación? Claro que no habrían implantado un Estado de derecho. Habrían solicitado el asesoramiento cubano. Y aunque ahora no quieran reconocerlo, no dudamos de que al castrismo le hubiese agradado semejante posibilidad.
Porque los gobernantes cubanos, en el fondo, siempre han simpatizado con el método violento para la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias o de izquierda; y si en algún momento se alejaron de esa vía fue por conveniencia o razones ajenas a su voluntad.
Al finalizar la década del 60, tras el fracaso de la aventura guevarista en Bolivia, los cubanos echaron a un lado la estrategia del «foco guerrillero» con miras a penetrar en la órbita de Moscú. En ese entonces la Unión Soviética, a diferencia de China, prefería la lucha de los partidos comunistas en lugar de la acción armada.
Sin embargo, en los años 80 retomaron su vieja preferencia por las guerrillas, de tal manera que convirtieron la Isla en la retaguardia del frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que libró una sangrienta lucha contra el Gobierno salvadoreño. Lucha que provocó la devastación de ese pequeño país centroamericano, y que concluyó en el contexto de la debacle del comunismo internacional y la desaparición de la Unión Soviética. No faltan criterios en el sentido de que esa contienda clasificaba como uno de los tantos conflictos regionales alentados por el enfrentamiento Este-Oeste.
Mucha razón tuvo el entonces mandatario salvadoreño Francisco Flores durante la Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá en el año 2000, cuando acusó a Fidel Castro en su cara de tener las manos manchadas con la sangre del pueblo salvadoreño. Tanto efecto causó la acusación, que el máximo líder jamás volvió a participar en una Cumbre Iberoamericana.
Todo lo anterior indica que los gobernantes cubanos —con independencia del apoyo que le hayan brindado a la guerrilla colombiana en estas cinco décadas de conflicto— no ven con buenos ojos la condena que reciba cualquier movimiento guerrillero. Y el voto mayoritario de los colombianos el pasado 2 de octubre fue precisamente eso: un rechazo a la guerrilla.