Nuria Espert emociona a España con su apasionado discurso
La actriz y directora Nuria Espert saluda ante el público tras recibi de manos del rey Felipe VI el Premio de las Artes
En Twitter multitud de usuarios han alabado las palabras de la gran dama del teatro español
La gran dama del teatro español Nuria Espert ha resaltado este viernes en la ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias su relación de pasión y entrega que, durante su dilatada carrera como actriz, ha mantenido con esa «bellísima profesión» que es el teatro.
La actriz ha resuelto su agradecimiento por el galardón concedido premiando a los asistentes a la ceremonia con sendos textos de dos clásicos que son también contemporáneos, Federico García Lorca y William Shakespeare, «dos genios» del teatro.
Recitando «Doña Rosita», la veterana actriz ha rememorado la soledad de la solterona de Lorca que clamaba por la libertad de la mujer, pero con la esperanza muerta por el hombre amado.
Entre los aplausos de un auditorio entregado a la actriz, ha continuado con el «Rey Lear» y, recitando en catalán al dramaturgo inglés, ha reivindicado la figura de aquellos desamparados que viven el día a día una situación invivible como en la que se encontraba el legendario soberano de Bretaña
La actriz catalana, que cuenta con distinciones como el Premio Nacional de Teatro (1986) o la Medalla de Oro del Gran Teatro del Liceo (2010), ha querido compartir el Premio Princesa de las Artes, que le ha entregado el rey Felipe en el Teatro Campoamor de Oviedo, con todos su compañeros de profesión.
«El teatro se apoderó de mí a los 13 años. Me eligió. Al principio, suavemente, pero en tres, cuatro años se había convertido en dueño absoluto de mi vida, de mis deseos, de mis sueños. Cada vez con más fuerza, con más exigencia», ha subrayado.
Espert ha añadido que la escena hizo de ella «una persona apasionada, ambiciosa y tan entregada» que consiguió que no pudiera ser ella misma más que en el escenario, «más que transformada en otra persona, no un personaje, una persona».
«Esas transformaciones no son nunca placenteras», ha precisado Espert, que lleva actuando y dirigiendo montajes de ópera y teatro desde los 12 años.
DISCURSO DE NURIA ESPERT:
Majestades,
Autoridades,
Señoras y señores del jurado,
Amigos:
Este premio, esta distinción, ha sido para mí una gran alegría, ante todo, porque lo comparto con todos los compañeros de mi bellísima profesión: el teatro.
El teatro se apoderó de mí a los trece años. Me eligió. Al principio suavemente, pero en tres, cuatro años se había convertido en dueño absoluto de mi vida, de mis deseos, de mis sueños. Cada vez con más fuerza, con más exigencia. Hizo de mí una persona apasionada, ambiciosa, tan entregada que consiguió que yo no pudiera ser yo misma más que en el escenario, más que transformada en otra persona, no un personaje, una persona. Esas transformaciones no son nunca placenteras. Mi dueño es muy duro; me he lastimado muchísimas veces tratando de servirle. Aún lo intento. Pero él nunca dice basta, para, ya basta…
El Acta del jurado dice que represento un nexo de unión entre el clasicismo y la modernidad y que he construido mi carrera en mis dos lenguas amadas, el catalán y el español. Ambas cosas agradezco y me emocionan.
Y para hacer algo más que dar las gracias «me serviré» de dos genios: Lorca y Shakespeare. Ambos clásicos y ambos contemporáneos.
Comenzaré con «Doña Rosita la soltera», de Lorca. Monólogo del tercer acto: Rosita tiene 45 años y habla, por primera vez ante su tía y el ama, de lo que ha sido su espera. La vuelta de su primo, de quien estaba enamorada y comprometida para casarse, durante 30 años.
«Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que se había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y he estado recibiendo sus cartas con una ilusión llena de sollozos que aun a mí misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; cortando el mismo clavel, mirando las mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie; muchachas y muchachos me dejan atrás porque me canso, y uno dice: «Ahí va la solterona»; y otro, hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: «A esa ya no hay quien le clave el diente». Y yo lo oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de veneno y unas ganas enormes de descansar, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca, de mi rincón.
»Ya soy vieja. Ayer le oí decir al ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. No lo pienses. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi alma, con quien quise y… con quien quiero. Todo está acabado… y, sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía…, ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad? Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretase sus dientes por última vez.»
Y, para terminar, algo muy breve del «Rei Lear», de Shakespeare. Son sus últimas palabras cuerdas antes de elegir la locura como única posibilidad de soportar el dolor.
Habla de los desamparados que viven día a día esa situación invivible en la que él se encuentra. Confiesa que nunca se ha preocupado antes por ellos.
«Pobres desamparats, on sigui que us trobeu,
Vosaltres que heu de soportar els embats
D’aquest temporal ferotge,
¿com us defensaran d’un temps així
Els vostres caps desprotegits,
Els vostres ventres famolencs
O la vostra roba plena de forats?
Que poc m’ha preocupat, fins ara, tot aixó!»