El tirano banderas
La dramática relación de la izquierda española con el nacionalismo ha deformado aquí la trágica relación de la izquierda con el nacionalismo. Y en particular la del comunismo. Contra lo que a veces se cree, la subordinación de la izquierda al nacionalismo no es una singularidad española. La aciaga verdad, mucho más dolorosa teniendo en cuenta el origen internacionalista del movimiento, es que allá donde lo ha habido, el comunismo ha sido una forma más de nacionalismo. Desde Stalin a Kim Jong-un. Y pasando, obviamente, por Fidel Castro. El despiadado control de la vida de los ciudadanos ha permitido que el castrismo haya durado medio siglo y haya sobrevivido a su fundador. Pero en el homenaje que rinden hoy muchos cubanos a ese tirano groseramente literaturizado -la literatura, empezando por el periodismo ficcional de Herbert L. Matthews, ha tenido también su poderosa culpa en la hegemonía de la mentira castrista- se advierte la inconfundible huella del nacionalismo más primario, si hubiere alguno secundario.
La disyuntiva cubana nunca fue Socialismo o muerte sino Patria o muerte. Se proyectó, además, sobre el Otro más odiado, que en nuestro tiempo es América. La imperiofobia -para nombrarlo con la palabra que usa Elvira Roca para titular su reciente y ejemplar ensayo (Siruela) sobre el Imperio español y los imperios- es general; pero en ningún lugar como en Cuba ha logrado encarnarse con la potencia simbólica que enfrenta a David con Goliat. Un nacionalismo imantado con el antiamericanismo tiene una fuerza de atracción difícil de resistir. Esa fue la subterránea razón poética de las tradicionales buenas relaciones de la España de Franco (¡y la Galicia de Fraga!) con la Cuba de Castro. El tirano banderas quitó el hambre, la miseria y la invalidez moral de sus ciudadanos a porrazos; pero muchos de ellos se consolaron eficazmente de la circunstancia gracias al nacionalismo. No les consoló la igualdad marxista, sino la singularidad nacionalista. No les acunaron los mitos sobre la educación y la sanidad cubana sino el mito de la revolución patriótica. Es irrelevante que Castro se hiciera o no marxista con el tiempo: nunca dejó de ser un vulgar nacionalista con costra.
No hay tumba más honda para el comunismo, del género humano portavoz.