El padre Luis Ugalde no necesita presentación. Es uno de los jesuitas de mayor influencia en Venezuela a través de la historia, una figura solvente de la academia y un estudioso de los problemas de la actualidad que ha destacado por la profundidad y la honradez de sus opiniones. No caben dudas sobre su compromiso con los problemas de la sociedad, demostrado a través de su participación en eventos colectivos de significación y de las opiniones que habitualmente presenta en sus libros, en los periódicos y en revistas especializadas. Una voz respetable, por lo tanto. Hoy acudimos a ella por las declaraciones que ha ofrecido hace poco, dignas de la mayor atención.
El padre Ugalde ha sido partidario del diálogo de la oposición con el régimen, o lo fue hasta hace poco. Acompañó con sus palabras y sus pertinentes consejos los acercamientos del liderazgo de la Mesa de la Unidad Democrática, sin vacilaciones. Mientras el Vaticano ofrecía su auxilio oficial para llegar a acuerdos entre las fuerzas beligerantes, no ocultó en ningún momento sus simpatías por el encuentro.
Sin embargo, ahora se presenta con un análisis a través del cual se distancia significativamente de los intentos de paz. Seguramente piensa que no han fructificado ni que llegarán a buen puerto, si consideramos la solución que ahora proclama sin ambages.
Wolfgang Larrazábal
¿Cuál debe ser ahora la salida, de acuerdo con esta influyente figura de la Iglesia venezolana? El padre Luis Ugalde habla de un Larrazábal II, es decir, acude a la figura que fue uno de los protagonistas del golpe militar que derrocó a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez en el año 1958. Quiere un actor semejante, alguien que haga lo mismo en 2016, o en 2017.
¿Qué hizo Wolfgang Larrazábal en su momento estelar? Todos lo sabemos. Encabezó, por lo menos en términos formales, el alzamiento que acabó con la dictadura militar. Estuvo en la vanguardia de una transición, gracias a cuyas gestiones se garantizó una salida democrática a través de un proceso electoral que condujo al restablecimiento de la libertad y de las normas constitucionales. Dirigió con prudencia, en situaciones de evidente hostilidad, de incertidumbres y temores, el rumbo de un país que no encontraba cómo salir de un régimen nefasto.
El padre Luis Ugalde quiere lo mismo en nuestros días. Habla de la necesidad de un gobierno de salvación nacional, en cuya cabeza esté un alto oficial de la Fuerza Armada, que sea de vocación democrática y que en breve permita elecciones nacionales y regionales, que en breve restaure la convivencia cívica y fomente la economía del país. Los tiempos del diálogo están agotados, y ahora hace falta un desenlace perentorio de la crisis.
Como no estamos ante el análisis de un individuo improvisado, sino frente al parecer de un ciudadano susceptible del mayor respeto, conviene reflexionar en un parecer que debió pensar con calma antes de divulgarlo. Queda una pregunta en el aire, mientras tanto: ¿piensan lo mismo en el Vaticano, después del fracaso del diálogo?