Héctor Abad Faciolince: El muro Trump
Los muros deshonran al que los construye. El muro de Berlín donde tantos murieron; el muro de Israel, que humilla y separa; los muros que construían los blancos surafricanos para separarse de los negros. Quizá hoy las murallas de la antigüedad nos asombren por su resistencia al paso del tiempo, que todo lo embellece, pero no deberíamos olvidar que en la construcción de la Gran Muralla China murieron diez millones de trabajadores extenuados. Y no sabemos cuántos millones de mongoles o tártaros, intentando atravesarla.
Hay empresas expertas en construir muros tecnológicos contemporáneos: una de ellas, Saar Koursh, se ha ofrecido a terminar lo que falte de muro en los 3.200 kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos. Ya tienen experiencia en Gaza, y en otro muro que construyeron entre Egipto y Jordania, con campo minado, sendero de huellas, torres de avistamiento con francotiradores. Participan en la licitación para otra muralla entre Kenia y Somalia. Ahora quisieran completar el Muro Trump.
En realidad ni siquiera es tan caro construir el Muro Trump. Si se piensa que el metro de Medellín costó 6 mil millones de dólares, el presupuesto para hacer este muro con México costaría apenas el doble: entre diez mil y doce mil millones. Una fracción muy pequeña del comercio entre los dos países del norte, que es de más de 500 mil millones al año. Nada del otro mundo para el emporio inmobiliario de Trump, si lo dejaran participar en la licitación. Así como hay torres Trump, casinos Trump, reinados Trump, lo podrían hacer a cambio de poder cobrar la entrada para ir a ver pedazos del Muro Trump. Sería una nueva atracción turística, que podría incluir un intento fallido y fatal de atravesarlo (con mexicanos, colombianos, salvadoreños, guatemaltecos y hondureños electrocutados o abaleados en tiempo real): en pocos meses se paga el Muro Trump y empieza a dejar ganancias. La muerte de seres humanos, en vivo y en directo, podría volver a ser un espectáculo, como en los tiempos bárbaros que tanto añoran godos y nostálgicos.
En realidad todas las fanfarronadas de Trump no son otra cosa que propaganda para halagar a la plebe. No hay muros impermeables; una frontera tan extensa será siempre porosa. Poner murallas en los dos océanos, por ejemplo, sería imposible. Ahora habrá botes, pateras, canoas, lanchas, balsas, en lugar de espaldas mojadas. Surcar el mar es más fácil que atravesar el desierto. Lo que no llega por tierra, llega por el agua o por el aire.
O quién quita que, al cabo de los años, el Muro Trump sirva para contener a millones de norteamericanos que quieran escapar hacia el sur, en busca de países más civilizados, no gobernados por un Calígula del siglo XXI. Sería como una novela de Cormac Mccarthy o de Philip Roth, con hordas de desesperados que huyen hacia el sur.
La falta de inteligencia, la brutalidad más completa consiste en hacer daño a los demás y hacerse daño a sí mismos al tiempo, con las mismas palabras o en el mismo acto. Trump le hace daño a México, al mundo entero y a Estados Unidos. Sus palabras y sus actos producen asombro, después miedo y luego rabia. Generar rabia y desprecio es dañino para los demás, pero también para él.
Y hay otro efecto grave: lo típico de los líderes populistas es que generan todo el tiempo noticias sobre sí mismos. Siempre que he ido a países despóticos, en ellos no se habla de otra cosa que de sus tiranos: en Venezuela el único tema, durante años, fue el presidente Chávez; en Cuba Fidel obsesionaba; en Rusia Putin. Ahora Trump en Estados Unidos y buena parte del mundo es el único tema. Esta monotonía del tirano-espectáculo es muy mal síntoma. En los países más democráticos que conozco la gente ni siquiera está muy segura del nombre del presidente de turno. La mayoría de los suizos, por ejemplo, no lo sabe. El daño que Trump le hará al mundo entero será pequeño con el daño que le está haciendo y le hará a un país que fue grande y que le queda grande.