Un mundo-cambalache
Una de las ventajas de la Guerra Fría era que cada bloque de poder sabía cuál era su zona de influencia, cuáles eran los territorios no accesibles, y dónde quedaban las zonas grises que permitían escarceos, escaramuzas, avances, retrocesos, y alguna ocasional guerra entre países de ligas menores que intentaban justificar el enorme gasto de lo que Dwight Eisenhower y otros denominaran el “complejo militar-industrial.”
Pero había una ventaja adicional sumamente importante, y hoy muy extrañada: cada bloque –por comodidad expresiva, los demócratas y los totalitarios- sabía quiénes eran sus amigos y sus enemigos. Y no se permitían muchos titubeos. Los agentes libres casi no existían.
Hoy, las dulces mieles de una paz democrática supuestamente adornan a más países del planeta que nunca; ahora bien, ¿es eso cierto?
Los venezolanos, como pocos, estamos pendientes de los movimientos de los actores de Grandes Ligas, ya que el difunto primero, y ahora Maduro, han querido meterse donde nadie los llamó, y dárselas de líderes de no se sabe ya cuál mundo, siendo muy cuidadosos al momento de dar a entender quiénes son sus panas: todo un all-star de dictadores, tiranos, sátrapas, genocidas y malandros han recibido amistad de Miraflores en estos 18 años. Y el ala democrática criolla siempre ha confiado en recibir algún tipo de apoyo de parte de los gobiernos demócratas del universo -supuestos rivales de los arriba mencionados- sobre todo de aquellos que pastan en nuestra vecindad. Craso error.
Vivimos en un mundo irónicamente cambalachesco, como el famoso tango de Enrique Santos Discépolo: hoy, ejercer de demócrata no requiere de conductas democráticas: lo único que se requiere es ganar elecciones, preferiblemente varias, lo cual no es ya obstáculo, porque la moda es manipular la constitución tantas veces como sea necesario, incluyendo el poner a su esposa, querida, amiga, pana o seguidor incondicional de candidato a calentar el trono que no silla por un ratico, si el presi original está momentáneamente impedido: esa moda ha tenido expresiones muy destacadas, como el señor Cámpora en Argentina, quien luego de electo renunció cumplidamente a los 49 días como primer mandatario para que mi general Perón pudiera lanzarse de candidato (con su esposa de vicepresidente), triunfar en la nueva elección y mandar hasta que los militares argentinos se aburrieran y volvieran al ritual de dar un golpe. Más reciente, también en ese país, está el despelote causado por los Kirchner, marido y mujer.
Además de ganar elecciones, se requiere, obviamente, porque las formas siempre hay que mantenerlas, hablar como demócrata, o sea que en todo speech hay que mencionar al pueblo, el bien común, los derechos humanos, la soberanía nacional, el diálogo democrático, así como denunciar a los malos de la película, o sea los Estados Unidos, “las élites” el mercado y el capitalismo (frecuentemente confundiendo uno con el otro), así como la derecha (o la izquierda, si el presidente es conservador).
Los venezolanos ya estamos curados en salud: nos ha bastado ver a una buena cantidad de presidentes regionales rindiendo pleitesía cada vez que se reúnen con Raúl Castro, haciéndose siempre los locos ante la dictadura venezolana, como lo han hecho por más de medio siglo con la cubana. Ejemplo egregio: Santos ejerciendo de Santos de toda la vida, o sea de un avispado-summa-cum-laude (estos Santos han sido siempre listos y vivarachos, al punto de que, como dice el siempre bien informado Manuel Felipe Sierra, el actual, Juan Manuel, no heredó el poder de Uribe ¡qué va! como buen Santos, lo heredó directamente de Santander, hace casi dos siglos.)
En estos días de remembranza ante el bochinche presente, vemos al mundo –sobre todo a la muy enredada Europa- incapaz de enfrentar las estrategias del Neo-Zar Vladimir Putin, que se está saliendo con la suya desde hace rato.
Los europeos no sólo han sufrido de “fatiga de compasión” luego de siglos de portarse mal con los otros, los distintos, sino que incluso, desde las alturas de una superioridad moral inexistente, parecían decirle al mundo “no me interrumpas mi happy hour”. Hasta que llegaron el Brexit, Marine Le Pen, los neofascistas austriacos, polacos y húngaros, Podemos en España o Beppe Grillo en Italia, y se han prendido todas las luces de alarma. Para colmo, ahora viene Trump y los regaña cada vez que puede.
Por el lado norteamericano, vemos a un presidente con menos de un mes en el cargo, rompiendo récords de impopularidad, cosa que a él le resbala, ya que vive en su propia realidad, en un mundo aparte donde siempre tiene la razón y sus vasallos deben vivir –o morir- callados.
Ante la siempre presente tragedia siria, poco se recuerda que en el 2001 la Comisión Internacional sobre la Intervención y la Soberanía Estatal desarrolló la idea de que todos los estados, especialmente las democracias, tienen la responsabilidad de proteger a los civiles cuando sufren la amenaza de ser asesinados en masa. Por ello, es fundamental de parte de todo liderazgo, si queremos en verdad hablar de que vivimos en democracias, lograr el apoyo ciudadano a la idea del deber de protección a los civiles. Sobre todo, como señala Michael Ignatieff, el objetivo inicial es prevenir el daño, no usar la fuerza.
En este mundo-cambalache, no me extrañaría que en los próximos días Donald Trump candidatease a Putin al Premio Nobel de la Paz (o viceversa).