Cultura y Artes

Rafael Cadenas: La estafa verbal es un rasgo de nuestra época

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Cold Stream (1966), de Cy Twombly

UN ABOGADO DE BUENAS CAUSAS

Aquel caballero de las letras que se llamó Pedro Salinas también nos dejó páginas atribuladas sobre la urgencia de proteger la lengua: son las de su más hermosa defensa.

Salinas percibía el peligro, la veía amenazada por muchos lados, la sentía zozobrar en medio de la mayor indiferencia.

Corría la misma suerte de las otras causas que claman por la salvación, los otros regalos de la cultura que necesitan nuestro auxilio, que deben guardarse de las asechanzas modernas.

Con brío hidalgo, con paciencia de amante, con finura extremada va enhebrando razones, como buen defensor.

Su prosa es ella misma dechado de lo que propone.

Tanto peligran hoy los tesoros —algunos ya han sido irreparablemente vulnerados— que se necesitan defensores capaces de afrontar las agresiones, la socavación subrepticia o desembozada, la acelerada corrosión, la plaga que los va minando. Hombres como Salinas son los que pide a voces esta época insubstancial. A ellos los guarda la empresa enorme, desoída y sola de reparar las brechas infligidas a la cultura, curarla, restablecerla, alimentarla, pues es a ella que el mundo actual ha dado la espalda; y recordemos, para seguir nuestro hilo, que en la base de la cultura está la lengua.

No creo exagerar. Seamos sinceros: a este mundo solo le preocupan los llamados problemas prácticos. ¡Como si fuera posible separarlos de los “otros”, de los que presuntamente no lo son! Se estanca o retrocede en lo humano al par que progresa materialmente, atosigado por toda clase de desmesuras, por el morbo del egocentrismo, por el frenesí nacionalista, otra forma del mismo morbo, que es inseparable de la guerra; por el afán de lucro, constitutivamente insaciable; por la hipertrofia de la política, que se enseñorea de todos los escenarios, enmaraña todas las actividades, e impide la visión directa de los problemas; por la amenaza ecológica, la amenaza atómica, la amenaza del crecimiento de la población.

¿Qué puede significar la cultura vista contra este trasfondo?

Se tiene por adorno o por deber con el que es de rigor cumplir en el mejor de los casos, por actividad complementaria, y aquí estriba la tragedia. Todo se ha puesto al revés. Lo esencial ha pasado a un último plano. Lo que es medio se ha convertido en fin. Tal trastrueque lo ha confundido todo y está en el fondo de la precaria situación humana, del difícil paso en que nos encontramos.

Uno de mis desasosiegos, el que está centrado en la lengua, encuentra, pues, voz en Salinas así como en Nietzsche, a quien luego me referiré, y en Kraus.

También Salinas siente, al hablar de la lengua, que el problema no es lingüístico. La quiebra del lenguaje rebasa su propio campo, y es este aspecto el que me interesa recalcar a fin de sacar el tema de sus límites acostumbrados, con ánimo de que se le dé la atención que pide, por ser asunto vitalísimo para la sociedad, puesto que tiene que ver con el vivir. ¿Para qué todo lo que abarca el rótulo de progreso, si al encontrarnos con nuestros prójimos no podemos hablar, por indigencia lingüística? ¿Puede el dinero cubrir fallas de esta índole? ¿Sabe cuán ridículo luce el que atropella el idioma?

Como Kraus, Salinas vio uno de los peligros que se ciernen sobre los seres humanos por esta deficiencia:

“Acaso sienten hoy muchos hombres que se les ha empujado al margen del derrumbadero en que hoy está el mundo por el uso vicioso de las palabras, por las falacias deliberadas de políticos que envolvían designios viles en palabras nobles… Ojalá sea cierto que las gentes han descubierto ya, ¡y a qué costo!, que con las palabras oídas sin discernimiento, comprendidas a medias, vistas solo por un lado, se les atrae a la muerte, como atrae al pájaro, por el diestro manejo del espejuelo, el cazador[1]

¿No estamos presenciando constantemente todavía los estragos de tantos totalitarismos, de tantas democracias de papel, de tantos sistemas que profanan el lenguaje acomodándolo para embaucar? La estafa verbal es un rasgo de nuestra época. En muchos políticos el lenguaje hasta se automatiza, funciona sin conexión vital con el hablante, como si a este lo usara un ideolecto estereotipado.

Salinas no se cansa de encarecer la importancia de la lengua. Ella es el tesoro misterioso en el que si las manos se hunden no salen sin premio. Por eso nos invita a un trato “atento, delicado y sin prisa con las aguas hondas”.[2] de nuestra lengua materna.

Más adelante compara el mecanismo del lenguaje con el de un piano:

“Permítanme ustedes que me sirva de esta imagen para insistir en la importancia incalculable de conocer el propio lenguaje. ¿Qué haría frente a un teclado de piano una persona que conociese solo los rudimentos de la música? Sacarle unos sonidos mecánicamente, sin personalizarse en ello, la tocata de todos; en cambio, el buen conocedor de las teclas, de sus recursos inagotables, las hará cantar músicas nuevas, con acento propio. Así el hombre frente al lenguaje: todos lo usamos, sí, todos tenemos un cierto saber de este prodigioso teclado verbal. Pero sentiremos mejor lo que sentimos, pensaremos mejor lo que pensamos, cuanto más profunda y delicadamente conozcamos sus fuerzas, sus primores, sus infinitas aptitudes para expresarnos. La idea esencial, para lo que solicito la atención de ustedes con todas las palabras anteriores, la formuló ya el filólogo alemán Von der Gabelentz de este modo: ‘La lengua no sirve solamente al hombre para expresar alguna cosa sino también para expresarse a sí mismo’”.[3]

De ahí que todo ser humano para ser completo, para conocerse y darse a conocer, debe poseer su lengua. Hablar y comprender se hermanan. Ahondando más, Salinas señala el papel del lenguaje en modelarnos, en formarnos, lo cual nos dice “la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística”.[4]

Aquí Salinas, se torna acusador. El Estado, la sociedad no han visto la gravedad del problema, ¿o no han querido verla, sabedores de que un pueblo en posesión de su lengua es menos fácil de manipular? Es posible que fuerzas diabólicas operen en esa dirección, soterradamente, substraídas a la conciencia.

Conforme a lo que expresa Salinas, podría hablarse de un derecho que no figura en ninguna ley, el derecho al lenguaje, el derecho de cada hombre a recibirlo de la sociedad, y no como gracia; ella debe garantizarlo a sabiendas de que así también se afianza como tal. Habría pues que incluirlo en el ya bastante extenso catálogo de los derechos negados, aunque toda una retórica sobre la cultura nos hiera los oídos. Si bien descreo que haya mentes dedicadas a escamotear deliberadamente ese derecho, pues tendrían que ser tortuosas en demasía, siento que en el mundo trabajan corrientes muy oscuras que minan los cimientos sobre los cuales se ha construido la cultura a través de los siglos.

Salinas dejó vibrando en el aire su dardo y vuelve al enfoque individual:

“¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y solo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiera querido decirnos? Esa persona sufre como una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por vanas razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota con sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabemos encontrarlo. Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión[5]

Con la decadencia de la lengua, al decir de Salinas, viene la decadencia espiritual de un pueblo, pues solo mediante la lengua cobra vida, se trasfunde a él su historia, su tradición, su destino.

Pienso en Venezuela. ¿No está por el suelo nuestra lengua? ¿Conserva sus raíces nuestro pueblo? ¿No está roto? ¿Qué le queda? Le han arrebatado mucho de lo que tenía. Flota en ciudades que van perdiendo su faz, desconectado, sin rumbo, lejos de sus veneros.

Uno de mis temores es que la lengua escrita y la lengua hablada, que han de mantenerse próximas, puedan ir distanciándose hasta llegar a la separación, fenómeno que ha ocurrido en ciertas culturas. Cavafy, por ejemplo, tuvo que decidir cuál de los griegos iba a utilizar. Tal vez esté adelantándome, pero el hecho de que lo haga expresa mi inquietud.

¿Es posible actuar en el campo del lenguaje, influir en su marcha, intervenir?

Para Salinas el poeta es el que usa el lenguaje “en su máxima altura y para un fin de mayor alcance”,[6] pero él entiende por poeta, al autor de obras en prosa o verso siempre que denoten fuerza creadora de orden superior. Como los alemanes, no distingue entre ambas formas, lo cual es honroso para él. Siendo un poeta se quita su investidura —legada sobre todo por la tradición romántica— para hermanarse con el prosista. Los usos, “todos y nadie”, como dice Ortega, crean la lengua, pero el poeta la levanta, la hace expresar lo que ella puede y se la devuelve a quienes la han hecho, limpia, salvada, perdurable; lo cual nos está diciendo que es posible actuar sobre ella.

Esta posibilidad derriba la objeción usual de que nada se puede hacer ya que las lenguas siguen un curso independiente de los hombres; creencia, por lo demás, muy debatible. Según Amado Alonso, los hablantes pueden intervenir en el destino de una lengua. “Una lengua ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella, es lo que están haciendo, será lo que hagan de ella”.[7]

Sin embargo, se es poco consciente al respecto. Aun los que la usan bien no saben cómo ser activos en este terreno, cómo preservar lo mejor que yace en los depósitos de la lengua, cómo unir la tradición a lo moderno, cómo movilizar lo que no está muerto sino abandonado, cómo animar lo inerte con el soplo de nuestro hoy. Pues creo que es posible recuperar gran parte del legado, poniendo en circulación cuanto sea rescatable de lo que la incultura ha ido condenando al desuso.

El otro movimiento, el de incorporar las de reciente acuñación, no necesita valedores. Aquí sólo el buen gusto puede servir de guía.

¿Será menester aclarar que no se trata de volvernos arcaicos, seguir a los clásicos en lo irrescatable, detener lo necesario?

¡Qué alivio y qué peso sentimos ante las palabras de Amado Alonso! Casi nos gritan que podemos influir no solo para mal, y al mismo tiempo nos señalan una tarea enorme, exonerándonos de una penosa situación, la de que el ir contra la corriente es perder el tiempo.

Tras los pasos de Amado Alonso, Salinas se pregunta si el hombre y la sociedad no tienen deberes imperativos con su idioma, si es lícito que un país sea indiferente ante su habla, si hemos de abstenernos de actuar. Su respuesta es terminante: “no es permisible a una comunidad civilizada dejar su lengua desarbolada, al garete, sin velas, sin capitanes, sin rumbo”.[8]

¿Cómo intervenir? Ya no puede ser como en la época en que las academias se encargaban de legislar autoritariamente sobre el uso de la lengua. Hay que buscar nuevas formas. Salinas excluye todo lo que implique coacción. “El impulso al bien hablar es menester que brote de la convicción de la persona misma, de la sin par importancia que para su vida total tiene el buen estado del idioma”.[9]

Esto nos lleva derechamente a donde siempre vamos a dar, sea cual sea el asunto que consideremos: el problema agudísimo de la educación, cuyo centro debe ser la lengua.

Muy lejos estamos de esta exigencia. No solo no la entendemos: entre nosotros está relegada, no se enseña realmente y parecería que la asignatura se mantuviera solo por cumplir. Es tan inútil, por el modo ineficaz de darla, como la “enseñanza” del inglés.

Para Salinas la enseñanza de la lengua deberá fundamentarse en procurar que el hombre la viva de modo consciente, descubriéndole sus significaciones. Es preciso “despertarle la sensibilidad para su idioma, abrirle los ojos a las potencialidades que lleva dentro, persuadiéndole, por el estudio ejemplar, de que será más hombre y mejor hombre si usa con mayor exactitud y finura ese prodigioso instrumento de expresar su ser y convivir con sus projimos”.[10]

Es un asunto pues de conciencia, sensibilidad, estudio. Creo que estas palabras compendian bien la tarea. Nos señalan también su altura.

¿Quién hará todo esto? es la pregunta que brota seguidamente. La escuela, el liceo, la universidad, el periódico, la literatura, la radio, la televisión, estoy tentado a responder. Pero seamos realistas. Las escuelas, liceos y universidades hace tiempo dejaron de considerar la lengua asunto primordial. El periódico suele estar lleno de errores, si bien su nivel es superior al de la lengua hablada, y los artículos llamados de opinión, que por lo general están mejor escritos, solamente los lee un porcentaje mínimo de la población. El libro de valor literario llega a un círculo todavía menor. Solo quedan la radio y la televisión, medios de cultura oral que penetran inevitablemente hasta en los últimos rincones, horadando todas las murallas y que serían los únicos capaces de iniciar una labor recuperadora del lenguaje, para lo cual necesitarían un personal muy idóneo. ¿Podrían realizarla algún día o son incompatibles espiritualmente con la tarea? Creo que técnicamente ambos medios son aptos. Si no, habría que dejarla en manos de los solitarios señores que custodian la república de las letras, vale decir, limitarla, pues el alcance que ellos tienen es solo a largo plazo.

Antes de seguir adelante quisiera hacer una aclaración. Mi experiencia al frente de cursos de literatura me dice que cuando toco el tema de la lengua, surge un malentendido. No faltan estudiantes que confundan mi posición. Piensan que abogo por lo que ellos creen que significa hablar bien y no con lo que tengo en mente: algo que pudiera expresarse como conciencia de la lengua, sensibilidad ante la lengua, estudio amoroso de la lengua. Se suele hacer patente una reacción, un malestar, una incomodidad. Los estudiantes se sienten aludidos. Se ponen en guardia. No quieren que se toque ese punto; no resulta grato, no es popular.

Tengo la impresión de que entre nosotros se tiende a simpatizar demagógicamente, por ignorancia o bajo el efecto de un chantaje difuso que está en el aire, con esa indigencia de nuestro pueblo por el hecho de venir de él, como si solo eso bastase para aceptarla. Un pueblo al que, para colmo, no se le ha dado lo que le corresponde legítimamente: el idioma; algo más importante que la casa, pues es nuestra casa interior. Un pueblo en el que todavía existe un subido analfabetismo, sin contar el de los que han aprendido a leer y no leen, y el más grave, por ser menos reconocible y reconocido, de los que han pasado por la escuela, el liceo y la universidad y nunca han aprendido a leer.

O bien se tiende igualmente a simpatizar, sin alarma, con la jerigonza de los jóvenes que por carecer de lenguaje, tienen que fabricar un deplorable sustituto que delata otra ruina.

Un culto falso, complaciente y destructivo al pueblo y a los jóvenes disculpa, cohonesta o sobredora sus fallas, afirmándolas, cuando lo curativo es señalárselas sin miramientos. (…)

Quisiera aclarar de una vez por todas qué entiendo por bien hablar. El sentido de esta expresión se sitúa absolutamente fuera del terreno del purismo, la pedantería, el engolamiento, la afectación o el adorno. Al contrario, la sencillez constituye uno de sus rasgos, tal vez el principal. La muy conocida admonición de maese Pedro podría servirle de lema: “Llaneza muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”. Lo esencial es tener el sentido de la lengua, tener conciencia de lo que se dice, emplear con propiedad las palabras, cualidades que muchas veces he visto más presentes en personas analfabetas o iletradas que en otras de nivel social presuntamente mayor, lo que apunta hacia una relación muy importante: la del lenguaje con la personalidad.

Estas notas conformarían para mí lo medular. Después podemos, si lo deseamos, trasgredir a sabiendas las normas del juego. Aquí también podría regir, adaptándola al caso, la frase de San Agustín: Ama tu lengua y después haz lo que quieras.

Salinas añade luego a sus defensas, de paso, la del conversar, cuya decadencia es imputable a las mismas desgracias que, según él, han reemplazado a las gracias: la prisa, el éxito, la eficacia. En un mundo presidido por tales deidades, ¿cómo podría brotar esa flor del ocio, ese “manjar del alma”, como la llama Gracián? También la carta y la lectura naufragan destruidas por el practicismo que hoy por hoy aridece al mundo.

El lenguaje va quedando reducido actualmente a una de sus funciones, a la más rudimentaria, la instrumental para el intercambio más ligero. La expresiva, vale decir, la que tiene que ver precisamente con el alma, sufre, por desuso, una atrofia alarmante. ¿Cómo se puede conversar si el idioma padece una merma de su dimensión anímica?

Las fuerzas que se han alzado contra el hombre y que están fuera y dentro de él, son las mismas que atentan contra el lenguaje. Recordemos que su derrumbe arrastraría “el alma humana, libre, espontánea, dejando salir a flote un coro de reacciones mecánicas regimentadas, de muñecos vacíos, ya felices, porque como no tienen nada qué decir, no hay por qué molestarse con las complicaciones del decir”.[11]

Salinas vuelve a insistir en la inusitada afirmación de que los países “o tienen ya una política del lenguaje, llámenla como la llamen, o necesitan con suma urgencia adoptar una”.[12] Dado que el nuestro no tiene ninguna, a no ser la de permitirlo todo, pero algún día habrá de prestarle suma atención si no quiere perecer culturalmente, ¿cómo entonces poner por obra esta tarea de salvación perentoria, ineludible, enorme? En el mismo Salinas está un punto de partida: “No busca esa política formar hablistas correctos, conversadores ingeniosos, escritores certeros, no. Su meta es moldear conciencias humanas capaces de dar el máximo rendimiento de su potencia espiritual a la sociedad en que viven”[13]. Esta política tiene carácter liberador; desunce al hombre de una grave sujeción que el propio Estado suele pasar por alto, “la de su alma trabada en las torpezas de un idioma mal conocido[14] haciéndose así doblemente acusable. Ya dijimos que no se preocupa por hacer efectivo el derecho de todos los hombres a su lengua ni por contrarrestar eficazmente la inopia lingüística hasta hacerla desaparecer en la medida que sea posible.

En otras palabras, esa política trataría de dotar de conciencia —yo no emplearía la palabra moldear— a través del lenguaje. Porque creo que conciencia del lenguaje es ya en gran medida conciencia, y se me antoja que si esta idea no está implícita en Salinas, tiene afinidad con su pensamiento. Pero ¿qué podría hacerse en esta dirección.

Solo veo un camino: la lectura. La lectura hecha con atención hacia la manera de expresarse de los buenos autores. Pasar de lo que se dice a la manera de decirlo, deteniéndose ahí, constituye un movimiento decisivo, un cambio que descubre un continente: el continente, la forma; abre el camino de la apreciación propiamente literaria y hace nacer el regusto del lenguaje, un placer que nos acompañará toda nuestra vida. El cómo es importante; el cómo es la literatura.

Sin este pequeño paso, pequeño pero crucial, no brotará el goce de las letras. Faltará el sentido de lo literario. ¿No es eso lo que se echa de menos en los lectores de revistas, noveluchas de violencia, “best sellers”, esos alfabetizados en cuyas manos nadie colocó nunca un buen libro o en cuyas manos nunca se sostuvo? Forman la legión de los consumidores de “literatura” fabricada en serie, legión tan numerosa que torna inútil todo intento de contrarrestar el turbión de la industria que les suministra su alimento. ¿Quién ha abonado el terreno para que prenda esta perdición? ¿Será en parte una fatalidad dictada por la naturaleza? ¿Existen seres impermeables a la cultura, el buen gusto, a la calidad en arte? Parece que ha sido así a lo largo de la historia, pero el signo de nuestra época es la multiplicación. Ya ni sabemos precisar cuáles, entre los bienes y los males, se acrecientan en mayor medida. Así, de libros absolutamente insignificantes se tiran millones de ejemplares para satisfacer no sé qué necesidad humana, que la propaganda contribuye a fomentar, los cuales van a parar a los ojos incautos de pseudolectores, de seres ingenuos que seguramente estarán condenados durante toda su vida a leer esa clase de publicaciones creyendo que leen literatura. Se habrán privado de saborear un buen libro. Ignoraron siempre que no todos los que presentan la apariencia de libros lo son.

Lo lastimoso es que tal vez muchos de ellos se acercaron al fraude con el respeto que impone la letra impresa. La reverencia frente al libro, presente en los hombres, no se quebranta frente al que no lo es. El disfraz encubre la estafa. Sus víctimas han vivido sin el disfrute de la literatura porque nunca descubrieron el de la lengua, nunca volvieron los ojos hacia la palabra, nunca aprendieron a distinguir una frase bien dicha de otra chapucera. Cabe aquí anotar uno de mis desconciertos a propósito de lo poco que se lee. ¿No se le ocurre a los que hablan sobre el usado tópico, que no puede haber gusto por la lectura sin sentido del lenguaje? Este, en mi sentir, es previo, aunque luego se afine a través de la lectura. Pero tampoco puede surgir en el aire —salvo en sociedades donde el aire lingüístico sea de singular riqueza—; necesita apoyarse en la literatura, que es lenguaje en mayor grado. Tendrían, pues, que ir a compás la actividad que tiende a despertar ese sentido, y sirviéndole de soporte, nutriéndolo, la literatura, en amorosa convivencia. Todo lo cual nos lleva al terreno de la educación y la reeducación.

1. Pedro Salinas. Op. cit. p. 285.↩

2. Ibid. p. 287. Para Pound la literatura tiene la función de mantener en buen estado el lenguaje, pues “el individuo no puede pensar y comunicar su pensamiento, el gobernante y el legislador no pueden actuar eficazmente o formular sus leyes, sin palabras, y la solidez y validez de esas palabras está al cuidado de los condenados y despreciados literatti“. El arte de la poesía. Editorial Joaquín Mortiz. México, 1970. pp. 34-35. Y Eliot dice que “el poeta como poeta tiene solo indirectamente una obligación frente a su pueblo; su obligación directa es con su lengua; conservarla primero, y ampliarla y perfeccionarla en segundo término”. Sobre la poesía y los poetas. Sur Buenos Aires, 1959. p. 13. También Herman Hesse, en el cuento “Trágico” de su libro Ensueños nos dejó un testimonio de su angustia ante el deterioro del idioma alemán. El protagonista es un modesto cajista al que los errores que ve en el periódico donde trabaja llevan a la desesperación.↩

3. Ibid. p. 290.↩

4. Ibid. p. 291.↩

5. Ibid. p. 291. Hay “fallas” de otro orden, como el balbuceo causado por una emoción, el cual ya pertenece al terreno de la psique. Por lo general es así como esta se expresa en ciertos momentos, que suelen ser muy reveladores. Aquí se trata de algo distinto a la deficiencia que señala Salinas.

Cito a continuación algunos pasajes de Sabor y saber de la lengua, hermoso ensayo, de María Fernanda Palacios. “Cuando la palabra se quiebra, se interrumpe, se trastorna, aparece el alma. Como en los aforismos, que huyen del pensamiento discursivo y conceptual, para instaurar la emoción en el pensamiento, el sentir, en lugar de la eficacia expresiva… Ya en El grado cero de la escritura, Barthes habló de cómo “la unidad de la lengua está sin cesar fascinada por zonas de infra o ultralenguaje”. Aludiendo así, oscuramente, a esa zona a la que después dedicó sus últimos trabajos. Esa zona es la parte impensable del pensamiento ya que carece de un garante imaginario que la maneje (un personaje o personalidad, un amo que pretenda dominarla o interpretarla). Por el contrario, en esa zona la palabra que se anuncia es la del actor que somos, allí hablan las máscaras, mejor dicho, habla la profundidad de la máscara, eso que no tiene dueño ni ‘mango’ por donde agarrarlo. El ingenio de la lengua y no su juicio: el ‘nonsense’, el entrelíneas y el entredientes de toda comunicación (tachaduras, omisiones, tartamudeos, enmiendas, estornudos). Todo cuanto en la lengua ‘hace figura’ más allá de los límites razonables, racionales y necesarios de la comunicación… Es decir, todo lo que da gusto y sustancia a una conversación, todo lo que da sabor y saber a una escritura y a una amistad, todo lo que da trabajo a un psicoanalista. El cuerpo de la lengua sería esta sustancia equívoca, resbalosa que los lenguajes con pretensiones de eficacia y univocidad censuran, desechan o reprimen y que por el contrario, la literatura acoge, cultiva y reconoce”.↩

6. Ibid. p. 300.↩

7. Ibid. p. 308.↩

8 Ibid. p. 308-309.↩

9 Ibid. p. 303.↩

10 Ibid. p. 313.↩

11 Ibid. p. 326.↩

12 Ibid. p. 326.↩

13 Ibid. p. 327.↩

14 Ibid. p. 327.↩

En torno al lenguaje, Colección Letras de Venezuela, 82. Dirección de cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1985. Curaduría: Josefina Núñez

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