La yuca amarga
Fila en un supermercado en Ciudad Bolívar (Venezuela) el pasado diciembre. GETTY
La hambruna venezolana no solo mata por hambre, sino por desesperación
Dos hermanos partieron del condado de Cork, Irlanda, con rumbo a Angostura, sobre la margen derecha del río Orinoco, en algún momento de 1817. Se habían enrolado en un contingente mercenario contratado en Londres, con ofrecimientos engañosos, por los independentistas venezolanos que combatían a las unidades escogidas del Ejército español, bajo el mando del general Pablo Morillo. Se llamaban Brendan y Jonás McGee.
De acuerdo al asiento que hizo en su bitácora el sujeto que los reclutó en Dublín, Brendan era aprendiz de talabartero. De la profesión de Jonás, nada sabemos. Lo que sí es casi seguro es que ninguno de los dos había empuñado jamás un arma de fuego.
Sin embargo, como tantos otros de los miles de compatriotas suyos que se alistaron, Brendan y Jonás se cuidaron mucho de admitirlo. Eran, simplemente, los hermanos menores de una familia extendida muy pobre que prefirieron correr el albur de una campaña militar en un lugar perdido en el mapa de Sudamérica a morir de hambre en Irlanda. Es sabido que en Irlanda había, desde hacía siglos, una endémica propensión a morir de hambre.
El afiche que Brendan y Jonás, ambos analfabetos, se hicieron leer en una taberna dublinesa por un abogado borrachín del que solo he podido averiguar que se apellidaba Aylmer fue impreso en Londres por un tal William Walton, intérprete y plumista a sueldo del señor Luis López Méndez, designado por Simón Bolivar para llevar adelante el reclutamietno. El afiche (posiblemente hubo varias versiones) puede hoy leerse con una sonrisa en los labios porque contiene párrafos dignos de un folleto turístico.
Entre líneas, parece decir: «Viaje a las regiones más fértiles de Suramérica, a orillas del soberbio Orinoco, combata por la libertad de Colombia y hágase rico durante el pujante posconflicto». Hubo contratos que ofrecían un anticipo equivalente a 200 dólares de la época, pagaderos, desde luego, en Angostura.
La causa más frecuente de los muchos sangrientos motines de legionarios que estallaron en Angostura y otros sitios de nuestra geografía fue, por supuesto, el impago del anticipo. Otro motivo para amotinarse, contra los oficiales colombo-venezolanos fue la yuca amarga. El aspecto de este tubérculo es indistinguible del de la yuca dulce, que sanchochada o a la brasa acompaña la dieta popular venezolana y otros países del vecindario. Si no aprendes a diferenciarlas y comes de la amarga, mueres por envenenamiento.
Los aborígenes amazónicos descubrieron que la yuca amarga tiene altas concentraciones del letal ácido cianhídrico (o cianuro de hidrógeno), principio activo del curare, veneno con que se inficionan las flechas y dardos para la guerra y la cacería.
La hambruna venezolana, como toda hambruna, no solo mata por hambre sino, también, por desesperación. Ya son muchas las muertes registradas entre los muy pobres por comer yuca amarga buscando mitigar el hambre en medio de la atroz escasez que padece Venezuela.
Los niños, alimentados por sus angustiadas madres con el líquido lechoso que deja el hervor del tubérculo, mueren casi en el acto. Característicamente, Nicolás Maduro se ha limitado a advertir, con una macabra chanza televisada, que si no se aprende a diferenciar la yuca amarga de la dulce «puede haber problemas».
Jonás McGee fue reportado desaparecido en la acción de Laguna de los patos, librada en los llanos venezolanos en 1819. Su hermano Brendan fue fusilado en el Tinaco, por haber encabezado un motín de legionarios irlandeses que vieron morir envenenados a decenas de sus compañeros de armas. Les habían dado sacas de yuca para alimentarse, pero nadie les enseñó a diferenciar la dulce de la amarga.