2015: VENEZUELA EN LA ENCRUCIJADA
“Hay años que hacen preguntas, y años que las responden”, como acertadamente señala la escritora norteamericana Zora Neale Hurston. Y en Venezuela el 2015 se presenta como un año en que debemos generar nuevas preguntas que ayuden a definir nuevos rumbos, ante quince años de respuestas insensatas.
Y las preguntas que hay que hacerse parten necesariamente de una realidad en ruinas, o de lo que queda de una sociedad que está exhausta, como pocas veces en su historia. Destruidos o en grave estado sus instituciones, sus logros y sus esperanzas. Y es que quince años de chavismo –con su mentalidad patrimonial, su incompetencia proverbial y su conjuro permanente del odio y de la división- no han podido ser tolerados ni siquiera con el mayor ingreso de divisas de nuestra historia.
Un hecho cada día más evidente es que en Venezuela se está desarrollando una inmensa coalición: la coalición de los encolerizados.
La paciencia del pueblo está siendo llevada a un extremo intolerable. Lo ha señalado recientemente la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), en diversas declaraciones, y en una extraordinaria Exhortación Pastoral donde hace un llamado urgente ¿final? al diálogo.
Y para los demócratas esta es siempre la primera y única opción. La democracia presupone que el diálogo está inscrito en sus propios cromosomas políticos. En consecuencia, los demócratas estamos intrínsecamente abiertos a dialogar, a confrontar ideas, a contrastar argumentos, que es la mejor forma de tender puentes hacia la indispensable pluralidad y diversidad de los integrantes de la nación para llegar así a las soluciones concretas de los problemas que la sociedad pueda confrontar. El obstáculo sustantivo que el diálogo confronta en Venezuela es que no es posible ponerlo en marcha cuando el Régimen Bolivariano, que tiene el poder de las instituciones, de las armas, de los recursos públicos, se niega a hacerlo y cuando, ideológicamente, atiza cada día, a lo largo y a lo ancho del país, la lucha de clases y el odio entre sectores sociales diferentes como la base de su permanencia en el poder, un poder empeñado en darle vida a un cúmulo de ideas muertas.
En palabras de Monseñor Diego Padrón, presidente de la CEV, “el pueblo está consciente de que Venezuela atraviesa una crisis global de enormes proporciones, cuyos niveles sobrepasan cualquier crisis anterior y que toca profundamente todas las dimensiones de la vida del país. Cada día el venezolano siente más la crisis en carne propia, una crisis de carácter ético-político y económico-social.”
«El sistema político dominante ha impulsado constantemente la división ideológica y social entre los diversos sectores del país, lo cual predispone los ánimos para la violencia y la agresividad. La violencia ha sido y ha seguido siendo motivada por la filosofía del sistema. La pobreza vergonzante a la que el sistema ha llevado al país es causa de violencia. El militarismo y la corrupción en diversos grados son amparados por el sistema». “El mayor problema y la causa de esta crisis general, como hemos señalado en otras ocasiones, es la decisión del Gobierno Nacional y de los otros órganos del Poder Público de imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista. Este sistema es totalitario y centralista, establece el control del Estado sobre todos los aspectos de la vida de los ciudadanos y de las instituciones públicas y privadas. Además, atenta contra la libertad y los derechos de las personas y asociaciones y ha conducido a la opresión y a la ruina a todos los países donde se ha aplicado.”
¿Y qué piensa la CEV de la oposición partidista? «Ante la magnitud de la crisis los partidos políticos no han sabido ofrecer un proyecto alternativo de democracia eficiente. La crisis de los partidos es más de afecto que de ideología, más de agendas y proyectos personalistas que de estrategias». Los líderes de la oposición están en la obligación de presentar un proyecto común de país y trabajar por el bien de Venezuela, superando las tentaciones de personalismo.”
II
Los hechos, las intuiciones y los presagios anuncian un desplome general, ante el cual los demócratas no podemos cejar en buscar soluciones no violentas, constitucionales y democráticas para enderezar la crisis que vive el país. Ello requiere, sin embargo, como mínimo, no sólo la sobrevivencia, vía reedificación, de la MUD, sino el definitivo reagrupamiento de todas las fuerzas democráticas en torno a una propuesta político-ideológica para la trasformación del país, basada en una narrativa sobre el impacto de la democracia en el alma de la nación y en torno a una estrategia para enfrentar al gobierno y ganar el apoyo popular. Todos estos temas han de ser discutidos, asumidos e implementados de forma común. Sin verticalismos ni soberbias. Con el diálogo entre demócratas como mecanismo formidable para superar diferencias. Esta unión sincera de los actores políticos es lo que Hannah Arendt llamaba poder.
La revolución, afirmaba Mao, no es un baile de buenos modales. Y esa exitosa efigie de franela, el Che Guevara, sentenció que el revolucionario debe ser una máquina fría de matar. Así son estos señores, orgullosos discípulos de monstruos. Y es que, nos recuerda Umberto Eco, detrás de un régimen y su ideología hay una manera de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables.
Está de moda centrar la crítica al chavismo en sus falencias económicas, pero el daño mayor, el que sin duda será más difícil de solucionar, es el daño antropológico. En este Documento avanzaremos más en lo antropológico, lo social y lo político, que en lo económico; sin embargo, nos comprometemos a que, en una segunda entrega de nuestros puntos de vista, exploraremos ampliamente la política económica del Régimen Bolivariano que hoy produce angustia, rechazo, indignación y temor en la inmensa mayoría de la población. Lo antropológico es crucial y no tan solo por el cáncer de la división –que fuera producido por Chávez- , sino porque el Régimen ha repotenciado el ADN militarista que pervive en las mentes venezolanas desde el origen de la república. No hay agenda futura de gobierno democrático que no parta de allí, del daño antropológico causado por tantos años de desidia, de abandono de ideas, de destrucción institucional, de degradación de la moral y de las éticas tanto públicas como privadas. Vivimos en una anomia y una anarquía porque, entre otras sinrazones, tenemos un Estado hoy ilegítimo y sin autoridad donde el vicio y la injusticia se dan la mano, convertida la sociedad en un cuartel al lado de un (decreciente) pozo petrolero.
Frente al discurso madurista del insulto, del miedo y del choque, hay que promover y practicar la palabra empática y el brazo fraternamente tendido hacia la población general, sin distingos. Ello implica, además, tomar iniciativas -no esperar una supuesta ley del péndulo, o el viejo mecanismo del voto castigo- con actores comprometidos con la salvación –sí, salvación- nacional. Afortunadamente, la oposición está regresando del prolongado estado de hibernación que sostuvo durante meses, una oposición que a los ojos de mucha gente no se oponía, glacial y parsimoniosa, mera comparsa del cataclismo, una nueva leyenda urbana.
Es asimismo un imperativo no sólo político sino sobre todo moral que las fuerzas democráticas demanden formalmente la renuncia del ocupante de Miraflores. Exigir su renuncia parte del reconocimiento y respeto de la dignidad de cada ciudadano venezolano. Y respondería a una verdadera estrategia unificadora. Protestar contra este estado de cosas, este desarreglo infernal, este abismo, no es una opción. Es una obligación, repitámoslo, tanto política como moral. La respuesta de la autocracia no importa; nunca se conocen a cabalidad los actos de un tirano. El verdadero receptor del mensaje es el pueblo todo, para que sepa que la oposición partidista está consciente de su responsabilidad histórica, de lo que está en juego, y de que usará todos los mecanismos señalados por la Constitución para rescatar la paz, la convivencia y el rumbo económico perdidos. Y que ello sólo será posible con la salida del poder de la boliburguesía militarista enquistada en el mismo. Una nueva elite depredadora, materialista y postrada desvergonzadamente ante la tiranía cubana. Con un componente militar que está cumpliendo todo tipo de funciones, salvo las que le exige la Constitución, la tradición y el sentido común.
Ante lo anterior, los ciudadanos deben estar convencidos de que la oposición partidista se opone a lo mismo que ellos se oponen. Enseñemos, con el ejemplo y el compromiso diario en la vida de cada uno de nosotros, cómo será la Venezuela democrática futura. Para dicho fin se necesita estructurar las expectativas, darle un sentido político a la crítica que es hoy generalizada. Evitar llegar a la situación en la isla cubana que señalaba recientemente Elizardo Sánchez Santa Cruz, opositor al castrismo y especialista en derechos humanos: “La vida es tan dura que la gente no tiene tiempo de pensar en términos políticos.”
Han concordado recientemente, con declaraciones y comunicaciones, Capriles, Machado, López y Ledezma: Esto es muy bueno y se requiere ampliar aún más la base democrática de la oposición.
Se necesita una oposición que esté en la calle, que movilice la protesta democrática en la calle. No para crear guarimbas, pero tampoco para marchas sin sentido y sin objetivos, o cacerolazos que en la actualidad sólo molestan a los vecinos. Una oposición que use la calle como arma esencial de la política democrática, entre otras cosas para consolidar la alianza definitiva entre la política y la gente, hoy abrumada. Para romper de alguna manera la hegemonía comunicacional del gobierno. Una oposición estratégica: Hay una necesaria causalidad entre el hoy y el mañana en toda acción política. Se debe saber discriminar entre lo contingente y lo esencial, y vincular propósito con posibilidad. Entender que solos, sin la gente, los políticos no existen. Y, por favor, nada de nostalgias: cualquiera sea el futuro, deberá ser distinto al pasado y al presente.
El simple discurso electoralista no es suficiente, porque lo electoral es, para un real demócrata, un medio para obtener el poder, no un fin. La preparación para el combate electoral no posee, en la praxis política, una naturaleza radicalmente distinta a la de la lucha política diaria; de hecho ambas se alimentan, se refuerzan mutuamente. Venezuela en el estado de postración general actual, no tiene fuerzas suficientes para seguir esperando, después de esta tragedia que ya dura más de tres lustros. Esperar a que el gobierno se derrumbe no es suficiente, porque Venezuela se está derrumbando también.
Las elecciones parlamentarias de este año son políticamente inminentes. Fomentar la división de la oposición y aumentar al máximo la abstención de los opositores son los dos objetivos coyunturales del régimen. Por eso, harán todo lo posible para promover la idea de que con un Consejo Nacional Electoral (CNE) desequilibrado a favor del gobierno es inútil votar; así mismo tratarán de fortalecer las sospechas de que las máquinas de votación permiten violar el secreto del voto. Sin embargo, la historia demuestra que incluso con árbitros controlados por el régimen la oposición puede lograr un cambio de gobierno (Pinochet, Violeta Chamorro, Fujimori, o Ferdinand Marcos, son ejemplos a mencionar.) Si la oposición gana clara y contundentemente, reflejando todas las encuestas previas serias, no hay CNE o fraude que valga. Al perder las elecciones de una manera evidente se pierde la legitimidad, nacional e internacionalmente. Y aunque el gobierno haga fraude, militares, jueces, fiscales, policías, empleados públicos en general y hasta diputados gobiernistas, pensando en su futuro, quizá buscarán caminos para abandonar el ”barco”, antes de que se hunda, acelerando así el proceso del “naufragio”. En Venezuela las elecciones parlamentarias quizá no serán suficientes para el cambio, pero son un paso necesario y decisivo. Además las elecciones sirven también para organizar, movilizar y entusiasmar a militantes y simpatizantes, y descubrir, seleccionar y fortalecer liderazgos actuales o emergentes. Por tanto, hay que llamar a votar masivamente. La unidad de la alternativa democrática es indispensable; quien agrede a la unidad, consciente o inconscientemente, está favoreciendo al gobierno.
III
La Conferencia Episcopal hace bien en poner énfasis en la obligante renovación espiritual, ética y moral para superar la presente crisis. Y ello es así porque la dignidad humana no es un derecho del hombre, es el fundamento esencial de todos los derechos del hombre. Y a la hora de delinear en lo político una nueva expresión de democracia, vale la pena tomar en cuenta la definición de ella que nos ofrece Ralf Dahrendorf: La democracia es un conjunto de instituciones tendientes a legitimar el ejercicio del poder político, brindando una respuesta coherente a tres preguntas clave: ¿Cómo podemos producir en nuestras sociedades cambios sin violencia? ¿Cómo podemos mediante un sistema de vigilancias y equilibrios (checks and balances) controlar a quienes están en el poder de modo que tengamos la certeza de que no abusarán de él? ¿Cómo puede el pueblo –todos los ciudadanos- tener voz en el ejercicio del poder? El desafío presente en Venezuela es defender la dignidad de la persona humana, crear las condiciones para su desarrollo integral, y la promoción de instituciones fuertes por justas, plurales por descentralizadas, y humanas por su respeto supremo a los valores éticos y morales.
Entonces el futuro gobierno democrático sí podrá impulsar no un arreglo, no una solución de emergencia, sino un auténtico diálogo participativo, un diálogo nacional entre ciudadanos libres, para afrontar con realismo y eficacia el reto de re-institucionalizar, desde la libertad, a la sociedad venezolana. Las formas de dicho diálogo, imposible de soslayar, se deberán definir en su momento.
Es por ello indispensable asumir a cabalidad lo necesario y urgente ante el actual reto: la lucha por medios democráticos contra una tiranía racionalizada como soberanía, y dispuesta a todo para impedir su salida del poder y del gobierno. Y esto, pese a que, el gobierno como tal, difícilmente existe. Maduro no gobierna, se aferra, con desespero enfermizo, a una silla que no se mereció nunca y que recibió, gracias al último acto de insensatez, de alguien que hizo de la insensatez una marca de vida.
Ante el creciente cataclismo de una sociedad que siempre ha creído en la vida y ha padecido 16 años de muerte, con un trágico incremento de la pobreza –como se señala en un reciente estudio de la UCV, USB y UCAB- que destruye la narrativa de la supuesta superioridad de programas sociales basados en el rentismo, la única respuesta del gobierno ha sido el aumento de la censura, la represión y la intimidación. Sin embargo, Maduro y su equipo están profundamente equivocados. No prevalecerán el miedo, la resignación y las armas. Serán decisivamente vencidos por una esperanza democrática renovada, así como la razón vencerá a la irracionalidad de este irremediable desorden que sufrimos.