CorrupciónDemocracia y PolíticaPolíticaRelaciones internacionales

«En el aire hay un olor a traición»

Paul Manafort en un evento de la campaña de Donald Trump en junio pasado. Crédito Damon Winter / The New York Times

El mayor escándalo político en la historia estadounidense no fue el asesinato de Alexander Hamilton por Aaron Burr, y tal vez ni siquiera el caso Watergate. Más bien pueden haber sido los esfuerzos secretos de Richard Nixon en 1968 con el objetivo de sabotear un esfuerzo diplomático de Estados Unidos para poner fin a la guerra de Vietnam.

La iniciativa de Nixon, un viejo rumor confirmado hace sólo unos meses, estaba destinada a mejorar sus posibilidades en las elecciones de ese año. Después de que Nixon ganó, la guerra se alargó,  costando miles de vidas estadounidenses y vietnamitas adicionales; por ello es difícil de ver su comportamiento como algo que no sea una traición.

Ahora el FBI confirma que hemos tenido una investigación en curso durante ocho meses sobre si otra campaña presidencial estuvo en connivencia con una potencia extranjera con el fin de ganar una elección. Para mí, eso, también, equivaldría a una traición.

He estado hablando con expertos en inteligencia, tanto norteamericanos como extranjeros, y en su mayoría (pero no del todo) creen que existió una cooperación  Trump – Rusia de algún tipo. Pero esto no es seguro; es prudente tener en cuenta que James Clapper, director de inteligencia de Barack Obama, dijo que a partir de enero no había visto ninguna evidencia de colusión, pero que está a favor de una investigación para llegar al fondo del asunto.

También me han dicho (¡no un demócrata!) que hay una convincente pieza de inteligencia sobre los lazos entre Rusia y un miembro del equipo de Trump que aún no es pública.

El escenario más probable para la colusión parece más difuso y menos transaccional de lo que muchos demócratas anticipan. Un poco de conjeturas:

Los rusos durante años han tenido influencia sobre Donald Trump debido a sus inversiones con él, que por naturaleza está inclinado a su vez a admirar a Vladimir Putin, por ser un gobernante fuerte. Mientras tanto, Trump tenía en su órbita un grupo de personas vinculadas a Moscú, como Paul Manafort, quien prácticamente sangra borscht (la tradicional sopa rusa de remolacha).

La Associated Press informa que Manafort había trabajado en secreto para un multimillonario ruso cercano a Putin, firmando en 2006 un contrato de $ 10 millones al año para promover los intereses del gobierno de Putin. El arreglo duró al menos hasta 2009.

Como lo señala AP, Manafort ofreció «influir en la política, las relaciones comerciales y la cobertura de noticias dentro de los Estados Unidos, Europa y las antiguas repúblicas soviéticas para beneficiar al gobierno de Putin.» (Manafort le dijo a AP que su trabajo estaba siendo falsamente retratado como nefasto.)

Son conjeturas, pero a los ayudantes de Trump les podría haber parecido natural tratar de exprimir sus contactos rusos para obtener información útil sobre la campaña de Clinton. Del mismo modo, los rusos despreciaban a Hillary Clinton y habrían estado interesados en suministrar información a sus contactos estadounidenses sobre la mejor manera de dañar las posibilidades de la candidata demócrata.

Sospecho que en algún momento algunos miembros del equipo de Trump adquirieron conocimientos de la piratería informática rusa en los correos electrónicos de Clinton, lo que explicaría por qué el amigo de Trump Roger Stone tuiteó cosas como «Confía en mí, pronto le tocará a Podesta«.

Este tipo de colusión suave, evolucionando en el transcurso de la campaña sin una contrapartida clara, también podría explicar por qué no hubo mayores esfuerzos para ocultar los vínculos del equipo Trump con Rusia, o para camuflar su ablandamiento de la plataforma electoral del Partido Republicano hacia Moscú.

Un hecho desconocido que es crucial: ¿Trató Rusia de canalizar dinero a las arcas de la campaña de Trump? En las elecciones europeas, Rusia ha tratado regularmente de influir en los resultados mediante el suministro de fondos secretos. Estoy seguro de que el FBI está investigando si hubo transferencias financieras sospechosas.

Los contactos con Rusia son realizados por asistentes de Trump, y el reto será conectar cualquier colusión con el propio presidente. La Casa Blanca ya se está distanciando de Manafort, afirmando que sólo desempeñó un «papel muy limitado» en la campaña – ¡a pesar de que él era el jefe de campaña de Trump!

Pienso que muchos demócratas están demasiado enfocados en Jeff Sessions y tienen una visión demasiado transaccional de lo que puede haberse revelado. La traición no se explica necesariamente como un quid pro quo, y no fue así cuando Nixon trató de hundir la iniciativa de paz de Vietnam en 1968.

En el pasado, como sucedió cuando en 1996  fondos extranjeros ingresaron a la campaña de reelección de Bill Clinton, los republicanos mostraron un gran interés en la interferencia extranjera en el proceso político. Así que es triste ver que algunos republicanos (¡Me refiero a ti, Devin Nunes!) tratando de secuestrar la investigación de la Cámara de Representantes para que se centre sobre posibles filtraciones.

¿En serio? Nuestro país fue atacado por Rusia, y usted está obsesionado con algunas filtraciones? ¿De verdad piensa que el culpable de Watergate no fue Nixon, sino  «Garganta Profunda», quien suministrara la información de lo que pasaba? Los republicanos deberían sustituir a Nunes como jefe del Comité de Inteligencia de la Cámara; no puede ser al mismo tiempo el abogado de Trump y su investigador.

La cuestión fundamental ahora no se centra en las mentiras de Trump, o en las filtraciones de inteligencia, o en la inadvertida acumulación de comunicaciones de Trump. Más bien, la cuestión crucial es tan monumental como simple: ¿Hubo traición?

No sabemos todavía lo que sucedió, y los datos de inteligencia en bruto a menudo pueden ser erróneos. Pero el tema exige una investigación cuidadosa, pública y bipartidista, mediante una comisión independiente.

«Hay un olor a traición en el aire», Douglas Brinkley, el historiador, dijo a The Washington Post. Tiene razón, y hay que disipar ese hedor.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

‘There’s a Smell of Treason in the Air’

Nicholas Kristof

The greatest political scandal in American history was not Aaron Burr’s shooting of Alexander Hamilton, and perhaps wasn’t even Watergate. Rather it may have been Richard Nixon’s secret efforts in 1968 to sabotage a U.S. diplomatic effort to end the Vietnam War.

Nixon’s initiative, long rumored but confirmed only a few months ago, was meant to improve his election chances that year. After Nixon won, the war dragged on and cost thousands of additional American and Vietnamese lives; it’s hard to see his behavior as anything but treason.

Now the F.B.I. confirms that we have had an investigation underway for eight months into whether another presidential campaign colluded with a foreign power so as to win an election. To me, that, too, would amount to treason.

I’ve been speaking to intelligence experts, Americans and foreigners alike, and they mostly (but not entirely) believe there was TrumpRussia cooperation of some kind. But this is uncertain; it’s prudent to note that James Clapper, the intelligence director under Barack Obama, said that as of January he had seen no evidence of collusion but that he favors an investigation to get to the bottom of it.

I’m also told (not by a Democrat!) that there’s a persuasive piece of intelligence on ties between Russia and a member of the Trump team that isn’t yet public.

The most likely scenario for collusion seems fuzzier and less transactional than many Democrats anticipate. A bit of conjecture:

The Russians for years had influence over Donald Trump because of their investments with him, and he was by nature inclined to admire Vladimir Putin as a strongman ruler. Meanwhile, Trump had in his orbit a number of people with Moscow ties, including Paul Manafort, who practically bleeds borscht.

The Associated Press reports that Manafort had secretly worked for a Russian billionaire close to Putin, signing a $10-million-a-year contract in 2006 to promote the interests of the Putin government. The arrangement lasted at least until 2009.

As The A.P. puts it, Manafort offered to “influence politics, business dealings and news coverage inside the United States, Europe and the former Soviet republics to benefit the Putin government.” (Manafort told The A.P. that his work was being falsely portrayed as nefarious.)

This is guesswork, but it might have seemed natural for Trump aides to try to milk Russian contacts for useful information about the Clinton campaign. Likewise, the Russians despised Hillary Clinton and would have been interested in milking American contacts for information about how best to damage her chances.

At some point, I suspect, members of the Trump team gained knowledge of Russian hacking into Clinton emails, which would explain why Trump friend Roger Stone tweeted things likeTrust me, it will soon the Podesta’s time in the barrel.”

This kind of soft collusion, evolving over the course of the campaign without a clear quid pro quo, might also explain why there weren’t greater efforts to hide the Trump team’s ties to Russia, or to camouflage its softening of the Republican Party platform position toward Moscow.

One crucial unknown: Did Russia try to funnel money into Trump’s campaign coffers? In European elections, Russia has regularly tried to influence results by providing secret funds. I’m sure the F.B.I. is looking into whether there were suspicious financial transfers.

The contacts with Russia are by Trump’s aides, and the challenge will be to connect any collusion to the president himself. The White House is already distancing itself from Manafort, claiming that he played only a “very limited role” in the campaign — even though he was Trump’s campaign chairman!

Many Democrats are, I think, too focused on Jeff Sessions and have too transactional a view of what may have unfolded. Treason isn’t necessarily spelled out as a quid pro quo, and it wasn’t when Nixon tried to sink the Vietnam peace initiative in 1968.

In the past, as when foreign funds made their way into Bill Clinton’s 1996 re-election campaign, Republicans showed intense interest in foreign interference in the political process. So it’s sad to see some Republicans (I mean you, Devin Nunes!) trying to hijack today’s House investigation to make it about leaks.

Really? Our country was attacked by Russia, and you’re obsessed with leaks? Do you honestly think that the culprit in Watergate wasn’t Nixon but the famed leaker Deep Throat? Republicans should replace Nunes as head of the House Intelligence Committee; he can’t simultaneously be Trump’s advocate and his investigator.

The fundamental question now isn’t about Trump’s lies, or intelligence leaks, or inadvertent collection of Trump communications. Rather, the crucial question is as monumental as it is simple: Was there treason?

We don’t know yet what unfolded, and raw intelligence is often wrong. But the issue cries out for a careful, public and bipartisan investigation by an independent commission.

“There’s a smell of treason in the air,” Douglas Brinkley, the historian, told The Washington Post. He’s right, and we must dispel that stench.

Botón volver arriba