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50 días y 11 países, la odisea de dos cubanas para llegar a EEUU

Liset Barrios y Marta Amaro esperan ansiosas por una señal para ir a buscar los autos que las llevarán a alguna parte después de haber cruzado a Brasil. Lisette Poole – Especial para The Miami Herald

Son cerca de las 3 de la mañana, y Marta Amaro está en casa con sus familiares y amigos. Ha estado bebiendo. Está ansiosa.

Todos se sienten abrumados por el miedo y la tristeza, pero aprietan los dientes y sonríen, como hacen a menudo los cubanos en momentos difíciles. Posan para unas fotos, se abrazan, hacen chisten. Sólo su hermana llora cuando le da el abrazo de despedida, la aprieta duro y no la deja ir, entre sollozos.

Amaro, de 52 años, está a punto de salir de Cuba por primera vez en su vida. Va a volar a Guyana con su amiga Liset Barrios, de 24 años. Tienen la esperanza de llegar de algún modo a Estados Unidos, pero no tienen planes ni contactos allí.

Es el 13 de mayo del 2016. Al día siguiente cruzan por tierra a Brasil en lo que será el primero de muchos cruces de fronteras internacionales en una odisea que durará casi dos meses.

Amaro y Barrios lograron estar entre los últimos que llegaron a Estados Unidos antes de que el ex presidente Barack Obama eliminara la política de “pies secos, pies mojados” el 12 de enero. La política, que se estableció en la década de 1990, dio a los cubanos que llegaban a territorio estadounidense la habilidad única de quedarse y solicitar asilo político.

Pero ya eso no es posible.

Tras el comienzo de la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en el 2014, los cubanos salieron de la isla en cantidades récord, temiendo que su tratamiento migratorio especial pronto sería revocado.

Amaro y Barrios decidieron unirse a ese éxodo.

Las amigas del barrio de Marianao en La Habana despegan del Aeropuerto Internacional José Martí. Tras una breve parada en Panamá, su travesía empieza en Guyana, el país más cercano que permite entrar sin visas a los cubanos, y un trampolín para miles de otros cubanos haciendo el mismo recorrido.

En el avión conocen a un grupo de cubanos que tienen contacto con un contrabandista local. Se unen a este grupo, suben a un van en el aeropuerto de Georgetown y son llevadas a un motel.

La mayor parte de la travesía tiene lugar más o menos de la misma manera. Van de un lugar a otro, haciendo contacto con otros cubanos por el camino, todos abriéndose paso hacia el mismo destino. El viaje está lleno de aprehensión sobre lo que podría suceder. Hay pausas prolongadas, espera, aburrimiento.

Desde Brasil viajan a Perú, buscando los cruces de frontera más fáciles. Venezuela es demasiado peligrosa, y los inmigrantes están siendo rechazados en el norte de Brasil. En Perú viajan en buses por casi 40 horas tratando de llegar a Ecuador antes de que las detengan funcionarios de inmigración.

Barrios, quien está pagando el viaje con dinero de su novio en Estados Unidos, un hombre que ella conoce hace muy poco, se encuentra tratando de usar su pico de oro para salir de encontronazos con todo el mundo: desde contrabandistas conocidos como coyotes hasta policías. Esta situación es igual. En Perú, ella convence a un funcionario de inmigración para que la deje ir, y él lo hace, e incluso las pone a ella y a Amaro en contacto con un coyote local que las entra en Ecuador y las ayuda a cruzar la frontera con Colombia.

De Ecuador a Colombia cruzan a caballo, pasando ríos y subiendo una escarpada montaña. Viajan con familias inmigrantes de Haití. El grupo es recibido al final de una larga escalada por militares colombianos. Una vez más, Barrios los convence de que las dejen ir a ella y a Amaro.

Esperan en un restaurante de pollo por la próxima conexión, y luego suben a un camión cargado de papas y viajan 14 horas hasta Cali. De Cali van a Medellín y esperan otra semana por una salida, atrincheradas en un hotelito.

Las mujeres encuentran razones para reírse de lo que les pasa, y tratan de divertirse como pueden para olvidar el miedo que les invade si lo piensan demasiado. Buscan una conexión a Internet siempre que pueden y llaman a Cuba, añorando la comunicación con sus familias.

Pocos meses antes de salir de Cuba, las fronteras por las que antes los cubanos pasaban como cosa de rutina habían empezado a cerrarse. Dos semanas apenas antes de su salida, Panamá cerró su frontera, obligando a los cubanos a tomar la ruta más larga, a través de la franja de selva conocida como Tapón del Darién, usada por mucho tiempo por los narcotraficantes.

Barrios lleva puestos sus Jordans rojos y Amaro su vestido verde en el cruce de seis días por la franja de selva sin carreteras que conecta a Colombia con Panamá. Viajan con bangladesíes, nepaleses, somalíes y otros cubanos, todos con la esperanza de llegar a Estados Unidos. El último día, las mujeres caminan por 14 horas sin comida ni agua, y los migrantes gritándose unos a otros por miedo a quedar atrás.

El viaje se ha convertido en una lucha por la supervivencia.

En Costa Rica, Barrios y Amaro se separan tras una pelea motivada por el dinero. Barrios ya no puede permitirse seguir pagando el viaje de Amaro. Las dos mujeres se gritan, y casi se dan golpes.

En Nicaragua, Barrios se va con otro grupo de inmigrantes. Como los militares del país están reprimiendo la migración ilegal, el grupo se mantiene escondido durante días, con pocos alimentos y sin agua.

Después de Nicaragua, Barrios pasa a Honduras y hace el resto del viaje con otros cubanos, sobre todo en autobuses, y viaja en avión del sur de México a Matamoros en el norte. El 2 de julio del 2016, cruza la frontera a Brownsville, Texas.

Amaro, entretanto, continúa su viaje con otro grupo de cubanos y cruza a Nuevo Laredo, Texas, 12 días más tarde.

Desde su entrada a Estados Unidos, Barrios se ha mudado de Chicago (donde se reunió brevemente con el novio que pagó por el viaje) a Miami; Las Vegas; Portland, Oregon; y recientemente a Las Vegas. Amaro se quedó en Miami con su hijo y está buscando un trabajo estable.

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