Cuando El Sistema toca el himno en un funeral
El Sistema Nacional de Orquestas, o “El Sistema”, está de luto. El proyecto sociocultural más valioso del país está de duelo por el asesinato del joven violista Armando Cañizales durante una protesta política en contra del gobierno de Venezuela. En su funeral, la orquesta le rindió un homenaje musical e interpretó Gloria al bravo pueblo, Himno Nacional de Venezuela.
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Todo símbolo es un intento de materialización, de traer a la realidad una serie de conceptos abstractos. Y en el caso de los símbolos patrios, intentan ejemplificar algo tan complejo y tan inaprehensible como es la identidad nacional.
El sistema escolar enseña desde temprano que los símbolos patrios son el escudo, la bandera y el Himno Nacional. Esas son las primeras lecciones de “qué” es Venezuela. Y una de sus principales características es que no se parecen al concepto que representan. Venezuela, como idea, no puede reducirse a unas franjas de colores con estrellas ni a notas musicales.
Por eso el himno, la bandera y el escudo se unieron con los relatos románticos de la gesta independentista para hacer posible la construcción de las repúblicas en Latinoamérica. Los símbolos patrios le dan sustancia al concepto. Como representación de la Nación, la ejecución del Himno Nacional se reserva para actos oficiales de solemnidad y para rendir homenaje a los representantes del Estado. Pero una vez que alguien se apropia de un símbolo, puede atribuirle nuevos conceptos y, si hay consenso, cambiar su significado.
Los músicos de la orquesta, muchos de ellos niños, se apretujaron en la funeraria del Cementerio del Este y arroparon a los familiares con música. En la toma, que barre la escena de izquierda a derecha, no hay un espacio en el que no se mueva el arco de un violín en respuesta a las órdenes de la batuta. En otro video del mismo acontecimiento se revelan los metales en tercera fila y un apretado grupo de espectadores que, para variar, se encuentran detrás de la orquesta, ocupando el resto de la improvisada sala de conciertos.
A pesar de que el protocolo simbólico dicta que tocar el himno sea el mayor honor que un músico pueda hacer en un acto fúnebre, en este caso fue un acto íntimo, personal, alejado de la pompa oficial.
La última vez que los venezolanos vimos a una orquesta de El Sistema interpretar el Gloria al Bravo Pueblo en un acto fúnebre fue para honrar los restos de Hugo Chávez Frías.
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Aunque sólo escuchemos la melodía del himno, las letras que la acompañan se hacen paso a nuestra conciencia a fuerza de años de repetición.
Así funcionan los símbolos: sometidos a su presencia, se evocan los conceptos contenidos en ellos. Al hacerlo, las letras del himno chocan con el momento y el lugar. En semiótica no sólo importa el qué se dice, sino el dónde y con ocasión de qué.
Es ese contexto cruel del acto luctuoso, el que invita a resemantizar los versos “Gloria al bravo pueblo / que el yugo lanzó” que a todos los venezolanos le vienen a la cabeza cuando suenan esos primeros compases.
Las asociaciones son todavía más crueles: los siguientes versos, esos que evocan el concepto de que la Ley debe respetar la Virtud y el Honor. En otro juego de símbolos de la mente, se cuela “El honor es su divisa”, y la metáfora se hace insoportable.
Interpretar una canción que grita “¡Muera la opresión!” en el funeral de Armando Cañizales incluso es subversivo, sabiendo las circunstancias de su asesinato y que las manifestaciones se enfrentan a un gobierno que han calificado de dictatorial.
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No importa cuántas bandas militares u orquestas lo toquen, en el fondo la melodía del Himno Nacional de Venezuela es una canción de cuna, un calco sonoro del “Duérmase mi niño que tengo que hacer”.
La mayoría de los himnos nacionales latinoamericanos son tonadas marciales. Y la exacerbación de los símbolos patrios ha sido la vía rápida de los nacionalismos del continente.
A través de ellos se logra la autolegitimación de un grupo político que vuelve suyas las gestas militares fundacionales de la Nación.
Por eso tocar la melodía de una canción de cuna en el funeral de un muchacho asesinado por las fuerzas públicas de su gobierno es una metáfora cruel de los tiempos que vivimos. Las canciones de cuna son cantos de confianza y despedida.
Son una comunicación íntima para que los niños pierdan el miedo a la noche sabiéndose protegidos por quien debe velar por ellos.