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Máriam Bascuñán: El PSOE y la pedagogía

Lo que el PSOE se juega ahora no es más autenticidad o identidad, sino su propia credibilidad

El PSOE lo ha vuelto a demostrar. Se mantiene la pauta de otras primarias europeas: gana el challenger y pierde el aparato. ¿Cómo gestionará la victoria la candidatura ganadora? ¿Tienen los oficialistas un plan B? Lo inmediato es saber cómo afecta a la organización y si puede evitarse la fractura interna. Ha ganado Pedro Sánchez pero será imposible reconstruir nada desde las facciones que generaron la fractura. Sin embargo, para explicar tal fracaso podemos poner luces largas o cortas.

El contexto de las viejas democracias evidencia que vivimos un tiempo iliberal, antes que populista. La vertiente constitucional del sistema, la que vela por sus frenos y equilibrios, se imponía antes a la dimensión popular, centrada en la participación como un subterfugio de propuestas de ruptura escalonada. El resultado es una distorsión democrática: mecanismos plebiscitarios puramente electoralistas y abanderados por líderes-masa jugando en el límite de los abusos de la mayoría sobre los que nos advirtió Tocqueville. Y desde la socialdemocracia ha faltado inventiva. Al dejarse arrastrar por viejos maniqueísmos y renunciar a cambiar la ética del poder, abandonó su tarea principal: enriquecer la significación de la palabra democracia en un país muy necesitado de pedagogía.

¿Cómo se traduce en clave interna? Oiremos que el problema ha sido de uno u otro liderazgo, pero la raíz está en su pérdida de memoria, en una crisis de ADN. El PSOE era la marca de la socialdemocracia europea en España, un partido modernizador, lo que no implicaba dar la voz al pueblo o a las bases, sino canalizarlas con liderazgo para representar no lo que el país era, sino lo que podía ser. Tomó bien el pulso a la diversidad atrayendo a jóvenes, nacionalistas moderados y al voto urbano progresista de clase media. El descontento, muy anterior a Zapatero, no lo fue tanto con su gestión sino con sus desmanes. Su renuncia ética en virtud de un supuesto sentido de Estado horadó algo más que su base electoral: permitió los excesos de una derecha que no tardó en mostrar su perenne naturaleza saqueadora.

Tras el 15 M, recibió la etiqueta de “partido sistémico”, cuando antaño fuera el único articulador de ese sistema. Y en lugar de reafirmarse, los socialistas aceptaron el lenguaje político del adversario con actitud defensiva. El comité del 1 de octubre desveló todas las divisiones y la desorientación ante la crisis: Díaz era el poder orgánico; Sánchez, la fuerza aglutinadora de una izquierda obsesionada con significantes ocupados por otros; Patxi intentó recuperar el aroma del viejo PSOE. Pero faltó futuro, y quizá sólo pueda lograrse con un liderazgo ajeno a su guerra civil. Vale el símil futbolístico: los cambios entran cuando los jugadores se fatigan o la estrategia encalla, y la erosión de las grandes figuras del PSOE sólo ahonda la lógica de división interna. Su efecto es conocido: el sectarismo expulsa el talento, premiando sólo a quienes debe favores.

Con todo, los liderazgos no se improvisan. Y aunque el PSOE debería abrir el debate interno, hacia fuera se impone el pragmatismo. Hace tiempo que Podemos se echó al monte, y hay un espacio de centro-izquierda huérfano que huele a oportunidad. Pero para eso hay que crear un lenguaje político genuino, salir de la lucha de contrarios y buscar nuevos referentes para el momento pos-15M. También aprender a hablar a la ciudadanía con veracidad, sin el lenguaje hueco de los políticos de aparato, que no reflejan sino una estructura reificada por tantos años de ocupación de cargos.

La representación no puede ser ya identitaria, sino asumir una dimensión narrativa que cobije los legítimos temores de la ciudadanía. Las condiciones surgidas con la robotización, el reparto del trabajo o la globalización exigen un relato progresista de sentido. Puede ser compatible con el nuevo secretario general, pero no con una falsa renovación interna. Lo que el PSOE se juega ahora no es más autenticidad o identidad, sino su propia credibilidad.

@MariamMartinezB

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