Fernando Mires: Angela Merkel y la tercera Europa
Solo en casos muy especiales debemos pensar en tiempo subjuntivo. Lo que hubiera sucedido si no hubiera pasado lo que pasó, es por lo general un tipo de razonamiento que no sirve demasiado. Pero hay excepciones. Una de esas tiene que ver con el inesperado distanciamiento entre la UE y los EE UU hecho público por Angela Merkel después del espectáculo de mala educación e intransigencia exhibido por Donald Trump durante las reuniones de la cumbre del G7.
Entonces fue inevitable hacerse una pregunta subjuntiva: ¿Qué hubiera sucedido si Le Pen y no Macron hubiera ganado las elecciones en Francia? Por de pronto, el eje franco-alemán no existiría. Trump y Le Pen habrían celebrado el fin de la unidad europea y el retorno de la Europa de las naciones. Pero gracias al triunfo de Macron, se invirtieron los papeles.
Fue Merkel la que se distanció de EE UU (y Gran Bretaña) y no al revés. Fue Merkel y no Theresa May la que se erigió como representante de una nueva política para Europa. Fue Merkel y no Trump quien puso sobre la mesa las condiciones para una nueva relación entre Europa y los EE UU. Y no por último, fue Merkel y no Trump quien estableció los pilares para una reformulación de la Alianza Atlántica.
Las diferencias entre Merkel y Trump parecen ser por el momento insalvables. En lo económico, una Europa global contra un EE UU proteccionista. En lo político, una Europa liberal contra un EE UU cultivando relaciones con autocracias que amenazan la integridad de Europa. En lo cultural, una Europa abierta al mundo contra un EE UU encerrado en muros. En lo ecológico, una Europa que busca detener los efectos del cambio climático y un gobernante norteamericano que opera según los arcaicos criterios de la pura rentabilidad inmediata.
Las cartas las expuso Angela Merkel después de la cumbre. En términos textuales: “Los días en los cuales los unos podíamos confiar en los otros ya han terminado” (…) “Debemos tomar el destino con nuestras propias manos”
En otras palabras, ha comenzado una nueva era en las relaciones entre EE UU y Europa. No se trata de una ruptura. Ni siquiera de una separación, pero sí de un notorio distanciamiento.
Cabe preguntarse si lo sucedido durante la Cumbre es solo culpa de las torpezas diplomáticas de Trump. Naturalmente, algo tienen que ver. Pero Trump solo ha apresurado una situación que ya se venía dando. El hecho objetivo es que la relación entre Europa y los EE UU era mantenida de acuerdo a los dictados de una Guerra Fría que hace tiempo dejó de existir. Pero después de la caída del muro, Europa y EE UU no enfrentan a un solo enemigo sino a una diversidad de contradicciones no siempre comunes.
Los amigos de EE UU no son por definición amigos de Europa, ni al revés tampoco. Alguna vez tenía que producirse ese alejamiento anotado por Merkel.
Después de las palabras de la gran mujer, ha amanecido una tercera Europa. La primera fue la Europa de los estados nacionales, la de las guerras mundiales y de las malas vecindades. Después de 1945 apareció una Europa protegida por una Alianza Atlántica comandada por los EE UU. El año 2017, en torno al eje franco-alemán, ha emergido una Europa autónoma consciente de sus propios intereses e ideales.
La Alianza Atlántica no desaparecerá del todo. EE UU y Europa están vinculados por una comunidad de destino que trasciende al periodo Trump. Pero la relación entre las unidades más significantes del occidente político ya no serán las mismas de antes. Y quizás es mejor que así sea. Europa debe existir sobre las bases de lo que es o ha llegado a ser. Esa es seguramente la opinión que comparten Merkel y Macron.