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La peor semana del año para lanzar un partido de centro-derecha

Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos, durante su intervención de este martes en el debate de la moción de censura contra Mariano Rajoy. –Fotografía: EFE

La moción de censura ha afianzado la simbiosis política de Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Ambos se necesitan. Ambos encontraron ganancias en el largo, larguísimo, soporífero debate de doce horas de este martes en el Congreso de los Diputados. 

La votación de hoy no cambiará el Gobierno. No desbancará al señor Rajoy ni hará presidente al señor Iglesias. Esto ya se sabía antes del debate. A cambio, PP y Podemos siguen intercambiando materias primas. 

El radicalismo de Podemos suministra al PP una provechosa remesa de miedo, y la corrupción del PP llena el granero de Podemos de hipérboles, ese tremendismo siempre tan útil para la ambición de cualquier demagogo. 

El discurso de Irene Montero –hoy saludado por el periodismo como un ejemplo de contundencia, o “el nacimiento de una estrella” parlamentaria– lo resume en su desmesura gritona. Podemos, como cualquier partido revolucionario, necesita que todo parezca el acabóse. Al lado de estos profetas histriónicos del fin del mundo, el PSOE se diluye como una misión franciscana en un territorio salvaje, de frontera.   

Como dijo el señor Rajoy en una de las re-contra-réplicas a Pablo Iglesias: “para usted, cuanto peor, mejor”. Algo de lo que puede decirse que conviene, por igual, al presidente: “cuanto peor [la perspectiva de un Gobierno de la extrema izquierda], mejor”.

A Mariano Rajoy le bastó con ser claro en la cuestión de Cataluña, para poder seguir durmiendo a pierna suelta. Mientras PSOE y Podemos sigan haciéndose un lío con la soberanía nacional, Ciudadanos compita en la liga del centro-izquierda y los independentistas catalanes continúen echados al monte, el monopolio electoral del PP en el centro-derecha está garantizado. 

Da igual que el PP renuncie a sus principios, en temas como el aborto, la familia o las libertades fundamentales. El presidente Rajoy se quejó en su discurso, sí, de los escraches de Podemos, y también defendió los derechos individuales, pero solo de los políticos del PP, no de los ciudadanos corrientes que opinan sobre las leyes LGTB, señalan sus abusos, y son perseguidos por todos los partidos –también, y con especial saña, por el PP. 

El presidente Rajoy puede hacer que el PP cambie de valores. Puede plegarse a la corrección política en las batallas culturales. Puede mantener si quiere todas las leyes ideológicas de la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero. Da igual. No perderá un solo voto, mientras las amenazas de una secesión en Cataluña y un nuevo “frente popular” en España sigan vivas. 

El presidente Rajoy ha jugado con inteligencia sus bazas en el debate de la moción de censura, haciendo que todo gire alrededor de la cuestión de la soberanía y arrinconando a Pablo Iglesias en su apuesta por “la España plurinacional”.

La moción de censura no ha hecho sino confirmar la hegemonía del PP en el centro-derecha, y recordar a la mayoría moderada del país que Podemos es un peligro para la estabilidad. Todo ello aleja aún más, si cabe, las opciones de una fuerza política alternativa al PP en el centro político. 

Es imposible saber cómo serán las condiciones dentro de dos años. La democracia española, como toda la realidad política europea y global, vive instalada en el vértigo y la incertidumbre. 

Una cosa es segura: de todas las semanas del año, esta ha sido probablemente la peor para lanzar un nuevo partido político de centro-derecha en España.

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