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Gustavo Tarre Briceño: ¿Quiénes abandonan el barco?

 

Cuando pienso en la Venezuela de hoy, con frecuencia me pregunto ¿Cómo puede alguien apoyar, defender y servir al gobierno de Nicolás Maduro? Me estoy refiriendo a la Venezuela de los niños que mueren por desnutrición, de los seres humanos que compiten con los perros escarbando las bolsas de basura, de los jóvenes asesinados, torturados y encarcelados por los cuerpos represivos, de los bonos de PDVSA rematados a un tercio de su valor, de los revolucionarios multimillonarios dueños de yates, mansiones en el imperio y aviones privados, de los pacientes sin medicinas y de la mayor inflación e inseguridad personal del mundo.

Que quede muy claro que no me refiero a aquellos que apoyan a Maduro para garantizar una bolsa CLAP o por terror a los colectivos que amenazan a diario a quienes evidencien algún síntoma de disidencia. Tampoco estoy pensando en quienes con entusiasmo, buena fe y patriotismo, creyeron alguna vez en Hugo Chávez.

Mi pensamiento va dirigido a los que hoy respaldan al partido oficialista y a su jefe, el Presidente de la República.

No son idiotas, aunque algunos lo parezcan, ni creen que los venezolanos lo seamos, aunque algunos actúan como si lo fuéramos. Me permito suponer que ellos tienen su propia ética, que les lleva a justificar lo injustificable y a permanecer leales a quien no merece un ápice de lealtad.

Me estoy refiriendo a quienes piensan que “dentro de la Revolución, todo. Fuera de la Revolución, nada”. Forma de pensar expuesta de manera muy clara por el dramaturgo alemán Bertolt Brecht:

“Aquél que lucha por el Comunismo debe saber batirse

y no saber batirse, decir la verdad y no decirla,

prestar sus servicios y rehusar sus servicios,

mantener sus promesas y no mantenerlas,

Exponerse al peligro y huir del peligro

darse a conocer, y mantenerse anónimo,

el que lucha por el comunismo, posee todas las virtudes en una sola: la de luchar por el comunismo.”

Cambiemos la palabra “comunismo” por “socialismo del Siglo XXI” o dejémosla allí, y creo que tenemos la respuesta a mi interrogante. Quienes luchaban por el comunismo y estaban dispuestos a todo para que triunfara, tenían una convicción clara: estaban prestos a sacrificar la moral, la verdad y la justicia, todo para alcanzar una sociedad justa, solidaria, generosa e igualitaria.

El veredicto del tiempo fue terrible. Alguna vez leí que el comunismo era un árbol con raíces generosas, tronco torcido y frutos venenosos. En todas partes del mundo el llamado “socialismo real” resultó algo totalmente distinto a lo ofrecido y esperado, y por ello, fueron legiones los decepcionados y los arrepentidos de haber violado todas las leyes, asesinado a millones de personas, atropellado, mentido, engañado y calumniado por una ideología que naufragó en el fracaso más espantoso. Muchos de esos arrepentidos no cometieron crimen alguno, se limitaron a creer en Marx, Lenín, Stalin, Mao o Fidel.

El comunismo resultó ser una estafa, una nueva forma de injusticia, de explotación egoísta y de corrupción sin límites. Condujo siempre al desastre económico.

Así pasó en Venezuela. Muchos acompañaron a Hugo Chávez para hacer la Revolución Bonita. Con buena fe, con generosidad y patriotismo. Los que así pensaron fueron paulatinamente abandonando al régimen que hoy en día padecemos. No valía la pena incurrir en injusticias para que Nicolás Maduro hablara con las vacas, tocara piano y bailara salsa sobre los cadáveres de estudiantes venezolanos. No tenía sentido tanto esfuerzo para que unos ladrones, narcotraficantes y rateros se enriquecieran.  

El fin dejó de justificar los medios. Los medios pervirtieron al fin.

Algunos pensamos que estas perversiones se iniciaron hace muchos años, otros las atribuyen al mentecato que ejerce todavía la Primera Magistratura.

La Fiscal General Luisa Ortega Díaz es un claro ejemplo, entre muchos, de esta visión ética que no comparto pero que respeto porque supone mucho coraje en el momento de rectificar.  

Otros permanecen atados al sistema. Lo hacen por comodidad, por miedo, por disfrutar de bienes mal habidos o porque se enamoraron del poder. Perdieron la pureza, la inocencia y la conciencia.

O simplemente nunca leyeron otro texto de Brecht. Aquel que dice: “El que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ¡ese es un criminal!”

A diferencia del dicho popular, en la Venezuela de hoy, son las ratas las que permanecen en el barco. A los que no se sientan roedores, aún están a tiempo de abandonarlo.

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