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Ana Cristina Vélez/Catrecillo: Las características cerebrales que nos llevan al arte

Pinturas rupestres de bosquimanos en la reserva natural de Bushmanskloof de Sudáfrica

Hace más de 30 años se ha discutido si las razones de que hagamos arte son biológicas o culturales, si se trata de una característica con la que nacemos o si es un producto emergente, consecuencia de la combinación de rasgos que fueron seleccionados por selección natural o sexual.

Esta es mi hipótesis: el arte no es más que una consecuencia de la forma como funciona el cerebro. La capacidad artística no es en sí misma una adaptación evolutiva, sino un subproducto de otras adaptaciones, principalmente de las capacidades de modelar con la mente y de aprender. No tenemos una adaptación para hacer arte, como sí la tenemos para el lenguaje, pero tenemos un motor interno que nos mueve a aprender y a perfeccionar lo aprendido, que nos permite imaginar realidades que no existen, que nos conducen al mundo de lo artístico. Somos, dentro del mundo animal, la especie que más aprende y optimiza o perfecciona lo aprendido y que manipula la realidad y juega con ella de forma abstracta.

La modelación mental, según Antonio Vélez: “Es el gran descubrimiento de la vida. Las experiencias del diario vivir van formando en nuestro cerebro, sobre un substrato heredado, una imagen comprimida del mundo; más exactamente, se van formando en las redes neuronales réplicas de las parcelas del mundo que se experimenten, y se integran en una sola unidad. En consecuencia, la imagen o espacio mental se mantiene en permanente cambio, sin esfuerzo alguno, sin cesar, automáticamente. Y en todo instante nos sirve de guía para vivir el momento siguiente. Aun el mismo pensamiento cambia la imagen mental: recordamos, descubrimos relaciones no observadas antes, inferimos, analizamos y sintetizamos: ´nuestro modelo mental se infecta de pensamiento´, parodiando las palabras de un físico». Con esta capacidad manipulamos y compartimos imágenes, condición para hacer arte.

Aprender es interiorizar información externa para hacer más eficiente un comportamiento. Aprender es gastar cada vez menos energía en hacer una misma tarea, es perfeccionar una rutina cognitiva, optimizando el gasto de recursos, encontrando lo esencial. Es comprimir información en lo mínimo-suficiente. La meta de buscar la perfección en cada uno de los aprendizajes que hacemos es inconsciente y ocurre de manera automática. Cuando se está aprendiendo a fabricar una herramienta, por ejemplo, se gasta mucha energía en lograrlo: se ejecutan pasos innecesarios, se desperdicia tiempo y recursos, muchos más que cuando ya se ha aprendido. Por eso, decimos de alguien que ya sabe hacer algo difícil, que lo hace con facilidad, “como sin esfuerzo”. El homínido que fabricó el hacha de piedra perfectamente simétrica perfeccionó una técnica y materializó una idea imaginada.

La práctica o repetición facilitan el aprendizaje; por eso gozamos haciendo ciertas tareas una y otra vez. Gastamos en ello horas y horas, aparentemente para nada, pero en últimas, para hacerlas con facilidad y sin errores, lo cual es ventajoso en términos evolutivos. Con el mismo cerebro que creamos y ejecutamos, juzgamos la ejecución y sus productos. Cuando se sobrepasa un cierto umbral de excelencia en la ejecución de una habilidad, un comportamiento, o en el producto de una habilidad o técnica, lo reconocemos y esto lo eleva muchas veces a la categoría arte.

Todas las habilidades humanas y sus productos pueden llegar a ser valorados como artísticos, si superan los estándares de excelencia (definidos por el promedio conocido y alcanzado en el nicho social al cual pertenecen), de ahí el carácter elusivo del arte. Los estándares de excelencia deben ser tomados como características relativas, no absolutas. Excelencia será una diferencia perceptible en la optimización del producto, entre lo alcanzado en promedio y lo máximo alcanzado.

Es el nicho cultural el que define qué cosas entran dentro de la categoría de arte, y la historia muestra que esta categoría es muy laxa y variable. Por eso, en los museos encontramos objetos que no son esculturas ni pinturas. Son objetos con funciones de uso, pero con características de excelencia, que todos reconocemos, no importa que haya pasado mucho tiempo desde que fueron hechas. Muchas veces, esos objetos no son obra de una sola persona, sino de un equipo.

Neurológicamente, las habilidades que se necesitan para la música son distintas de las requeridas para dibujar o para contar historias, y las tres habilidades están en el reino del arte (por mencionar solo unas pocas), lo cual muestra que en todo lo que hacemos se puede alcanzar un nivel artístico. El arte no es la pintura ni la escultura ni la música en sí mismas. No es porque poseamos la capacidad de hacer representaciones que hacemos arte, ni porque estemos en capacidad de producir sonidos ordenados y melódicos, o lograr la belleza, no: es porque perfeccionamos estas cosas hasta el punto en que dejan de estar en la norma y se vuelven raras, escasas y costosas de producir, improbables de imaginar, de crear, de hacer. Cuando esto ocurre, se sobrepasan las expectativas y surgen nuevas funciones.

Todos los animales tienden a perfeccionar sus comportamientos y habilidades, y los productos de estos. Lo que nosotros hacemos es juzgado por la sociedad en la que vivimos. El aspecto social es el que podría confundirnos. Como animales sociales (el nicho social es el modelador de nuestro cerebro), juzgamos y valoramos lo que realizamos, construimos o creamos. El grupo social evalúa el nivel de perfección alcanzado en las acciones o productos de estas acciones. Este proceso es muy similar en todas las personas, porque compartimos un cerebro que tiene la misma capacidad de hacer cosas que de evaluarlas, y de reconocer cuando se realizan por encima del promedio.

Si hoy en día llamamos arte a las imágenes de la cueva de Chauvet es porque reconocemos en ellas una habilidad refinada, perfectamente aprendida, con un sofisticado nivel intelectual y estético en las pinturas (que ha alcanzado un óptimo). Quienes las hicieron no pretendían hacer obras de arte en los términos de hoy, estaban satisfaciendo el instinto de perfeccionar, de ejercitar lo aprendido, de aprender más y mejor, y tenían la capacidad de manipular imágenes. Al hacerlo estaban haciendo objetos (pictóricos) con un nivel de excelencia que sentimos visceralmente como artísticos.

Un libro sobre el tema: Homo artisticus. Una perspectiva biológico- evolutiva

Pido disculpas a los lectores que ya habían leído este mismo artículo con el nombre de Cuál es el origen del arte. Fue un error por la manipulación de archivos y el haberlo guardado con otro nombre.

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