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Álvaro Mutis vivió en Caracas como ejecutivo de Hollywood pero escondía su condición de poeta

El escritor colombiano desembarcó en Venezuela a principios de los años 90 del siglo pasado. Tuve la suerte de conversar largo con este hombre inteligente y agudo. Mutis resguardaba en secreto su existencia de poeta, pues un ejecutivo de Hollywood no podía ser al mismo tiempo un bohemio. En días pasados su obra recibió un homenaje en un monasterio de Francia.

El fin de semana pasado, la imponente abadía de Fontevraud, ubicada en las cercanías de la ciudad de Tours (Francia), fue iluminada con el imaginario que el escritor colombiano Álvaro Mutis desplegó en su obra poética y narrativa. Fue un homenaje merecido para un autor que tuvo una relación afectiva con la lengua francesa, ya que sus padres se mudaron a Bélgica cuando él era un niño.

Los temas sobre los que discurrieron en esos días, como la fantasía medieval y el mundo vegetal de la cordillera, le dieron vida a un monasterio del siglo XI que se alza en el valle del rio Loire y tiene 14 hectáreas.

En 1804 Napoleón transformó la abadía en prisión, para que no la destruyeran. Sus celdas recibieron prisioneros hasta 1985. En la actualidad es un Centro Cultural (depende del Ministerio de Cultura y Comunicación), con una agenda activa de conciertos, coloquios y exposiciones.

No deja de ser paradójico que el sitio elegido para celebrar la obra de Mutis haya sido una cárcel, ya que él pasó 15 meses de su vida recluido en el famoso Palacio Negro de Lecumberri, de Ciudad de México.

Aunque era una cárcel con abolengo -en sus celdas durmieron muchas noches huéspedes como Ramón Mercader, David Alfaro Siqueiros, José Revueltas, José Agustín y William Bourroughs-, esta experiencia, cercana al sufrimiento humano, cuando Mutis apenas tenía 36 años, cambió su vida para siempre. Fue una inmersión en el infierno. Sin esos días oscuros y desalentadores, no hubiera podido desarrollar -con hondura existencial- la saga de Maqroll, el Gaviero.

De esos días en prisión Mutis elaboró su memorable Diario de Lecumberri, un testimonio auténtico y dolido de su paso por el penal donde siempre encontró tiempo para leer a los clásicos.

Mutis nació en 1923 en Bogotá, Colombia. Hasta los 11 años fue un niño privilegiado: vivió en internados escolares, en París o Bruselas, porque su padre Santiago era diplomático. Éste murió muy joven, cuando tenía 33 años. Por eso Álvaro Mutis regresó a Colombia con su madre. En su país alternó colegios de Bogotá y una finca en tierra caliente.

No fue un estudiante aplicado. Prefirió la poesía y el billar, se convirtió en un dandy seductor de mujeres, ejerció el periodismo en radios culturales y trabajó en relaciones públicas para multinacionales. También fue vendedor de películas en América Latina, como representante de Hollywood. Uno de los oficios que ejerció para ganarse la vida fue el de ponerle la voz a los doblajes de las series de televisión americanas. En su caso le puso la personalidad a Eliot Ness, el policía de Los intocables.

Todos oficios tiránicos, que le depararon una vida de opulencia y holgura económica, pero también le acarrearon problemas con los departamentos legales de las empresas por gastos desmesurados en fiestas con sus amigos. Esa fue la razón que lo condujo a Lecumberri.

El fin de semana pasado, en la abadía de Fontevraud, Francia, fue recordada la obra de Mutis / Foto: Wikimedia Commons

Mutis en Venezuela

Desembarcó en Venezuela a principios de los años 90 del siglo pasado. Concedió entrevistas con la elegancia de un caballero de otra época. Tuve la suerte de conversar largo con este hombre inteligente y agudo, capaz de entender las mañas del periodista y quitárselas de encima cuando no quería tocar un tema espinoso.

A Álvaro Mutis nunca le interesó la política. Nunca votó en su vida. Y cuando uno quería indagar en ese hecho curioso, respondía que el último hecho que en verdad le preocupaba y le concernía en forma sincera fue la caída de Constantinopla en 1453, a manos de los turcos.

Me inquietaba un cuento que había oído sobre las visitas que hacía Mutis en los años 60 a Caracas, como representante de las mayors (productoras de cine de Hollywood). Les vendía películas a los canales de televisión.

En el día visitaba las empresas y vendía los paquetes de películas. En las noches, huía del Hotel Tamanaco -como un polizonte- hacia la casa del escritor Juan Sánchez Peláez, y compartían textos recién escritos. Le pregunté si era cierto que en sus reuniones con ejecutivos locales, cierta vez Peter Bottome, dueño del canal de televisión RCTV, le consultó si él era algo de otro Mutis que aparecía en los periódicos como escritor.

En esos casos Mutis no dudaba. Siempre respondía que ese era otro Mutis, un tipo fastidioso que era poeta. Pero que no eran de la misma familia. En los años 60 un ejecutivo de Hollywood no podía ser al mismo tiempo un bohemio. Por eso Mutis resguardaba en secreto su existencia de escritor.

Cuando me acerqué a Peter Bottome con esta historia, hizo memoria y me confesó que nunca le había creído a Mutis esa negación. Intuía que eran la misma persona, pero siempre le respetó la respuesta porque “sabía que para mucha gente ser poeta era de gente distraída’’.

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