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Armando Durán / Laberintos: se paralizó Venezuela, pero…

 

Caracas amaneció hoy jueves paralizada, quieta y en silencio. Es la rotunda respuesta de los ciudadanos a la terca insistencia de Nicolás Maduro a perpetuarse en el poder a pesar del rechazo abrumador de la inmensa mayoría de los venezolanos y ahora también de la comunidad internacional. La misma parálisis quieta y ensordecedoramente silenciosa que se ha instalado en todas las calles de la vasta geografía nacional.

A estas horas, poco después del mediodía, la situación no ha experimentado el menor cambio, excepto por los disparos de bombas lacrimógenas, los perdigones y hasta las balas 9 mm con los que la Guardia Nacional y los grupos paramilitares tratan de sofocar la cívica resistencia de los ciudadanos. Sin duda, se trata de la manifestación más cabal de esa Hora Cero que se inició el pasado domingo 16 de julio con la participación de casi 8 millones de venezolanos en la consulta convocada por la Asamblea Nacional para validar tres objetivos muy concretos: el rechazo a la Constituyente, la designación de nuevos magistrados y rectores del Tribunal Supremo de Justicia y del Consejo Nacional Electoral, y la conformación de un gobierno de Unidad Nacional.

No todo, sin embargo, brilla en el horizonte del universo opositor. Desde el principio, en el desarrollo del muy complejo proceso político venezolano no dejan de presentarse muy serias contradicciones internas, pues en el seno de la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) conviven diversas agendas personales, muchas de ellas absolutamente irreconciliables, sobre todo desde febrero del año 2014, cuando tres dirigentes, Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado decidieron respaldar las protestas estudiantiles de aquel entonces. A esa opción, llamada La Salida porque según ellos sólo sacando a Maduro de la Presidencia de la República podría comenzar a reencausarse al país por los caminos de la democracia política y la racionalidad económica, se opuso el resto de los partidos políticos de oposición, quienes acusaron a López, Ledezma y Machado de tomar “atajos” inconvenientes para provocar un cambio político precipitado. Por esta supuesta razón acudieron a la invitación de Maduro a sentarse a dialogar con el gobierno sobre la posibilidad de encontrarle una solución política negociada a la crisis que ya comenzaba a acorralar a los venezolanos.

López y Ledezma terminaron encerrados en la prisión militar de Ramo Verde y Machado fue despojada a golpes de su escaño parlamentario, y el diálogo, por supuesto, no sirvió de nada, pero la trampa del oficialismo surtió efecto. Las protestas callejeras, a pesar de casi medio centenar de venezolanos asesinados, centenares de heridos y miles de detenidos, se apagaron y aquí, señores, como si no hubiera pasado nada. Hasta que ante la posibilidad de vencer al chavismo en las urnas del 6 de diciembre de 2015 la MUD decidió combinar sus múltiples candidaturas en una sola lista unitaria. La derrota del chavismo aquel día logró instalar un mes más tarde una Asamblea Nacional con mayoría absoluta de la oposición, el régimen se negó a reconocer esa nueva realidad política y a partir de este instante crucial Maduro comenzó a cometer error tras error.

En septiembre del año pasado, con la impresionante Toma de Caracas, la oposición parecía estar en condiciones de colocar al régimen contra la pared, pero el espejismo de un diálogo gobierno-oposición, ahora con la participación “facilitadora” del Vaticano y del Departamento de Estado norteamericano le devolvió la esperanza a Maduro y compañía. Seducida por el espejismo de la cohabitación la MUD desactivó la calle y el régimen, de nuevo seguro de que ya no corría peligro alguno, hizo fracasar la alternativa de esa dichosa y a la vez imposible solución negociada de una crisis que ya se había hecho grave crisis humanitaria. Canceló entonces Maduro la solicitud opositora de activar el mecanismo constitucional del referéndum revocatorio de su mandato presidencial, suspendió las elecciones regionales previstas para el último trimestre de ese año y por último le ordenó al TSJ apropiarse de las pocas atribuciones y funciones que todavía conservaba la ya muy disminuida Asamblea Nacional.

Lo que ha ocurrido en Venezuela durante las últimas semanas es la consecuencia directa de aquellos disparates, que impulsaron a los partidos más “prudentes” de la oposición a adoptar las posiciones extremas de López, Ledezma y Machado en 2014. Denunciaron al gobierno de ser una dictadura y llamaron al pueblo a la rebelión civil invocando los artículos 333 y 350 de la Constitución Nacional. De pronto se tuvo la impresión de que Venezuela revivía la tesis de La Salida, pero ahora con el respaldo de los 9 partidos agrupados en la MUD. En gran medida, esta ha sido la razón de que no haya servido de nada sofocar esta o aquella protesta ciudadana a fuerza de gases tóxicos y plomo, pues a pesar de esta despiadada reacción oficial, con más de 100 asesinados y miles de heridos y detenidos, el pueblo democrático de Venezuela no ha dado un solo paso atrás sino todo lo contrario. Razón también por la cual, al superar los 100 días de protestas, Venezuela ha llegado al decisivo punto del todo o nada. Ahora o nunca.

Quizá por la conformación de estas nuevas y radicales coordenadas políticas, mientras la comunidad internacional al fin da muestra de haber dejado atrás sus habituales espacios de cómodo distanciamiento de la realidad venezolana, probablemente porque la confrontación entre el régimen y el pueblo permite temer un desenlace violento del conflicto, han puesto en marcha, con el Vaticano, el gobierno de Estados Unidos y ahora hasta con la Unión Europea en primera fila, una gran operación de salvamento, encomendándole a José Luis Rodríguez Zapatero, quien conserva la confianza del régimen y tiene buenas relaciones con algunos dirigentes políticos de la oposición, Henry Ramos Allup, por ejemplo, y Manuel Rosales, la tarea de encontrar una fórmula que impida una catástrofe que luce inevitable y de muy grandes proporciones, aunque ello signifique dejar a Maduro en Miraflores hasta la elección presidencial prevista constitucionalmente para diciembre de 2018.

Diversos hechos se produjeron entonces. El primero de ellos, por supuesto, fue la excarcelación de Leopoldo López, sin duda el preso político más emblemático de Venezuela. Por todos los medios la oposición negó que darle a López el beneficio de “casa por cárcel” fuera fruto de una clandestina negociación en marcha, pero fue evidente que aunque no lo haya sido, ese gesto del régimen podía interpretarse, Rodríguez Zapatero mediante, como una señal que permitía atribuirle a Maduro al menos su disposición a destrancar el juego. Por lo pronto, el mismo domingo que López llegó a su casa, la MUD informó que el “plantón” de 10 horas convocado para el lunes se mantenía, pero que ahora sólo duraría dos horas. La sociedad civil rechazó indignada esta modificación de la agenda y convocó por las redes sociales a no acatar este cambio imprevisto. Por cuenta de las asociaciones de vecinos se invitó a los ciudadanos a no hacerle caso a la dirigencia de la MUD, que esa misma noche, para no verse arrinconada por su gente, le devolvió al plantón su duración original de 10 horas.

Este poder autónomo de la calle volvió esta semana a imponerse. El lunes pasado, al informar sobre los resultados finales de la histórica jornada del domingo 16 de julio, la dirigencia de la MUD anunció su agenda de actividades, limitando su desafío al gobierno a lo que calificaron de paro cívico activo de 24 horas para hoy jueves 20 de julio. La calle volvió a protestar por dejar el martes en blanco y de nuevo convocó por intermedio de las asociaciones de vecinos la realización de otro “trancón” del tráfico para el martes a partir de las 6 de la mañana. La dirigencia de la MUD intentó pero no pudo disuadir a los ciudadanos y la actividad tuvo, esta vez sin el apoyo de la dirigencia de la MUD, un gran éxito. Tal vez por eso, el movimiento estudiantil convocó esa misma tarde a continuar el trancón el miércoles y a esta convocatoria se sumaron diversas asociaciones del sistema de transporte público en Caracas, que vienen confrontando al gobierno porque no le conceden un aumento de 100 por ciento en el precio de los pasajes urbanos para compensar los efectos devastadores de la hiperinflación reinante. Esta alianza de transportistas y estudiantes resultó exitosa y para el gran paro cívico nacional programado para hoy, sin duda ejercicio de entrenamiento antes de llamar la semana que viene al país a un paro cívico indefinido, las asociaciones de transportistas también se sumaron, ahora a nivel nacional.

De este modo, la parálisis de Caracas primero y después de toda Venezuela, ha sido, desde el martes, una progresión de voluntades indetenible. No alimentada por la dirigencia política de la oposición, sino como expresión de una nueva realidad. Tras poner en marcha a un pueblo indignado y después seguir estimulando sus movilizaciones por más de 100 días, resulta imposible exigirle a ese pueblo detener la marcha antes de llegar a final del camino y no seguir adelante. Dinámica propia de las masas en movimiento cuyo alcance real los jerarcas de régimen y de la oposición harían bien en calcular correctamente.

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