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Villasmil / Asamblea Constituyente: La muerte roja

 

Pocos autores han tocado el tema de la muerte como Edgar Allan Poe. Una de sus cuentos más famosos, “La Máscara de la Muerte Roja” (1842), comienza así: “La «Muerte Roja» había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre.” En el caso venezolano, nuestra particular muerte roja –el chavismo- ha asolado la patria desde el frustrado golpe militar de 1992. Y la muerte, como se sabe, concluye en un sarcófago.

La palabra “sarcófago” viene del griego (que consume las carnes), vía el latín. Ha venido a significar lo que todos sabemos: un sepulcro, una tumba, una obra preferiblemente de piedra donde se entierra un cadáver. Luego de meses de asesinatos, de persecuciones, de torturas -con cifras tenebrosas que varían diariamente- por parte del poder enfrentado a una ciudadanía cuya únicas armas son su voz y su infatigable voluntad de lucha frente a la injusticia, puede señalarse a un sarcófago como posible símbolo de estos 25 años de presentación en sociedad, y casi 19 años de gobierno del chavismo, de nuestra muerte roja, productora a lo largo de los años de miles de sarcófagos. Ya es hora, por ejemplo, de que lo incorporen al escudo de su partido. Mejor aún: de la Asamblea Constituyente –casi lo mismo-, porque los objetivos fundamentales de esta clara violación a la voluntad popular son aumentar la incertidumbre, destruir toda la vida institucional democrática, y fortalecer las compuertas de la dictadura.

Las reuniones de la Constituyente deberían celebrarse –como toda reunión de brujos y de brujas, un verdadero aquelarre- de noche.

Ha sido una práctica constante de la supuesta izquierda de muerte roja internacional el celebrar el recuerdo post-mortem de sus héroes-tiranos, como Lenin, Stalin o Mao, exponiendo sus restos a la vista de todos, en sarcófagos de vidrio. Fidel Castro les había adelantado el trabajo: ya lucía momificado en vida. Todos ellos gobiernos de sarcófagos centrados en una ideología de sarcófagos. Todo totalitarismo es adorador de la muerte.

El régimen venezolano es también necrófilo, amante de la muerte. Pocos gobiernos en la historia han usado las imágenes de la muerte, de la destrucción de todo lo positivo y bueno que una sociedad puede ofrecer, como el actual. Chávez aparece ante la sociedad venezolana como un supuesto vengador, que no tiene ningún remordimiento por los muertos causados en su fallida intentona golpista, derrotada entre otras razones –merece recordarse- por su propia cobardía. Uno de los actos que mejor lo muestran en su propia visión de la vida –más bien no-vida, o sea la muerte como protagonista principal- es cuando exhumó el cadáver de Bolívar. La excusa, por atrabiliaria y estúpida, intentaba simplemente ocultar la atracción de Chávez por la necrofilia.

Chávez, por cierto, buscó renovar y potenciar la particular visión del poder de sus ídolos, los Castro, que ya habían introducido en su país, como expresión explicativa de los miles de muertos, presos y exiliados causados por la revolución, la famosa frase que trasladada a Venezuela se convirtió en la muy triste e inhumana “patria, socialismo o muerte”. Las dos primeras partes inevitablemente concluyen, en la tenebrosa ruta del poder chavista, en la última, la muerte. Como dice una cartulina mostrada en una de las protestas venezolanas: “Al final, no hubo patria, ni socialismo, sólo muerte.”

Todos estos socialistas unidos por su pasión por el inframundo. Y es que no pueden celebrar la vida, porque cada día les cuesta más reconocerla.

No es extraño que el único principio de autoridad de este gobierno se centre en la violencia y el miedo. Así continuará mientras sigan en el poder, que en Venezuela significa Miraflores, esa horrenda muestra de la peor arquitectura del poder vano, ignorante asimismo de toda estética decente. Más que un palacio, es una fortaleza fallida, un sarcófago de esperanzas humanas rotas pintado de blanco, cuando debería ser más bien de color negro, como el color del principal alimento del poder venezolano desde hace más de un siglo, el petróleo.

Por cierto, una propuesta: que el futuro poder democrático, entre sus primeras decisiones, derrumbe, en acto público, este esperpento del poder autocrático y, como hacían los romanos en ciertas ocasiones en que querían mostrar su poder, echarle cal a esa tierra estéril para que nada más pueda crecer en ella. La democracia futura merece una sede nueva.

El chavismo, el gobierno de la muerte roja, siempre ha querido convertir a Venezuela en un único, inmenso sarcófago. Esa es la principal tarea de la ANC. Pero una y otra vez, el pueblo le dice que no, que no lo permitirá. Porque en su fuero interno ser venezolano es ser un creyente fervoroso en la vida. Y porque la ideología de la muerte roja, traída por el castrismo y asumida por el chavismo, es enemiga de toda real humanidad.

El último párrafo del cuento de Poe comienza así: Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche.” Millones de venezolanos luchan hoy contra ese ladrón de vida, contra esa máquina cultora de la muerte que encabezan Maduro y Cabello, y que hoy representan los miembros de la fraudulenta e ilegal Constituyente.

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