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David Trueba: ‘The class is over’

Cuando conocí al profesor Juan Carrión ya había escrito el guión de la película que nos unió, «Vivir es fácil con los ojos cerrados». Ya no se titulaba Almería 66, que fue como nació esta segunda entrega de la trilogía sobre la mitad final del siglo XX que había comenzado con Madrid 1987 y de la que aún me falta por rodar la tercera entrega. Me recibió con mis dos colaboradores en un club de tenis en Cartagena y se mostró tan cariñoso y afable que me fue facilísimo explicarle el proyecto. A partir de la anécdota de su encuentro con Lennon en 1966 yo pretendía tejer una historia que contara algunos aspectos de la moral formativa de un país. Le dejé claro que ni utilizaría su nombre en la película ni se manejarían aspectos de su vida íntima, lo fundamental era relacionar ese episodio con dos historias que me eran cercanas y que tenían como protagonistas a una chica huida de una residencia de señoritas embarazadas a las que se les liberaba del hijo y de la mancha pecaminosa y a un adolescente que escapaba de casa para evitar que su padre le obligara a cortarse el pelo. A Juan le pareció todo estupendo y se limitó a añadir que le sorprendía que alguien importante se fijara en un ser tan poco importante como él. Le dije que a mí solo me importaba la gente en apariencia insignificante y comprendí que sus familiares y amigos ya se habían cansado de escucharle contar sus anécdotas, que incluían intentos por encontrar en persona a Julio Iglesias y Michael Jackson. Le conté algo que él no sabía, el hecho de que Lennon había compuesto Strawberry Fields Forever durante su estancia en España, y que esa composición cobraría pues importancia en la película.

 

 

Un minuto después se empeñó en que lo acompañáramos a su academia. Nos sentó en una clase y pidió a los tres alumnos que leyeran para nosotros pasajes de una novela en inglés. Era un piso reconvertido en academia, decorada con frases e imágenes relacionadas con los Beatles. Su manera de dar clase era arrebatada. Luego me contaron que una vez vino el cobrador de la compañía eléctrica a la academia, pero Juan le tomó por un alumno y le ordenó sentarse con los demás. El cobrador no pudo explicarse y solo cuando Juan le tomó la lección y le abroncaba por su pobre inglés alcanzó a hacerle entender que en realidad estaba allí para cobrar el recibo de la luz. Tan evidente era su carácter y resolución que llevé a los tres actores protagonistas a pasar un día con él en Cartagena antes del rodaje para que se empaparan de su forma de ser. Yo no quería imitaciones ni seudobiografías, odio el biopic y la confusión entre personaje y persona, pero quería que entendieran la esencia de una generación de gente que levantó este país desde las ruinas de la violencia con amor por el trabajo bien hecho y la generosidad.

Nos vimos por última vez en el hospital de Cartagena. Nos abrazamos y me ordenó que no pagara el hotel donde me había instalado, «ya pasaré yo a pagar la cuenta cuando salga del hospital». Me hizo prometer que repetiríamos el viaje juntos a Ibiza, que seguiríamos viéndonos y charlando por teléfono como hacíamos. Su sobrina me contó que al despertar por la tarde le preguntó: «¿Ha venido David de verdad o ha sido un sueño mío?». Pero lo más esclarecedor fue el modo en que despidió a su colaboradora con lo que fueron sus últimas palabras antes de morir. Se sintió cansado y no quería seguir dictando las frases que recopilaban para un libro de inglés. Le dijo: «The class is over». Sí, la clase ha terminado. Ahora somos los amigos, los alumnos, los que apreciamos su calidad los que nos preguntamos si de verdad tuvimos la suerte de conocerlo o fue solo un sueño, una imaginación nuestra. Como todos los grandes personajes, Juan Carrión encontró la verdad de la vida en la baldosa del suelo que pisaba a diario, en su caso el suelo de su academia.

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