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Alberto Lovera Viana: La historia se repite (un intento por comprender la decisión adeca)

 

 

 

“En Europa los partidos socialistas se encuentran vinculados al movimiento obrero y asientan sus bases en los sindicatos, mientras que en América Latina están directamente relacionados con el populismo.” (Felipe González, 1978, siendo Vicepresidente de la Internacional Socialista)

Los cuatro gobernadores de Acción Democrática electos el 15-O aceptaron el requisito de juramentarse ante la fraudulenta asamblea constituyente. La gente se pregunta el porqué de esta decisión. La explicación es sencilla, pero involucra penetrar en la psiquis colectiva accióndemocratista.

El populismo, entendido como un modo de acción política que estimula las aspiraciones y el resentimiento de quienes menos poseen, con base en una promesa de redistribución de la riqueza y una acción del Estado en beneficio de los sectores menos favorecidos, constituye la base de esa mentalidad.

Sus características básicas son: la dicotomización de la sociedad entre una ínfima minoría de quienes poseen y a quienes hay que destruir, y una gran mayoría de quienes no poseen, en cuyo nombre se ha de gobernar; la reivindicación del papel del Estado como ente redistribuidor de la riqueza; un liderazgo carismático; una crítica acerba al sistema democrático ”elitista” y a los partidos “tradicionales”; la referencia permanente a un enemigo externo y el rechazo de toda crítica.

 

A la muerte del tirano Juan Vicente Gómez en 1935, comienzan a organizarse los partidos que posteriormente dirigirían la política venezolana durante décadas. El terreno era especialmente fértil para la prédica populista: el país se asomaba tímidamente a un régimen de libertades políticas en medio de marcadas diferencias socioeconómicas, y el petróleo ya había sustituido a la agricultura como primera fuente de la riqueza nacional.

Desde su fundación en 1941, Acción Democrática mostró su talante populista, siendo ésta la razón de su existencia y la causa de su éxito como partido de masas. En el fondo, toda forma de populismo comparte ideas socialistas o socializantes. Por eso AD fue marxista en sus orígenes, pero su dirigencia comprendió de manera temprana la conveniencia de desprenderse de ropajes ideológicos, cualquiera fuera su signo, y proclamar de forma pragmática consignas sencillas que penetraran en las mentes de las clases preteridas. El error, que pagaron con nueve años de dictadura militar, estuvo en la beligerancia de su proclama, y sirvió para hacerles comprender que debían morigerar su vocabulario y disminuir la radicalidad de sus propuestas, si querían volver al poder y garantizar su existencia como partido político. Y así fue como cambiaron y pasaron a denominarse socialdemócratas.

Tras el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, los partidos democráticos que formaron la coalición de gobierno se encontraron con una administración pública carente de funcionarios, pues todos los perezjimenistas habían huido al extranjero o se habían apartado discretamente a sus actividades privadas. Este vacío de funcionariado tuvo que ser llenado con militantes adecos, urredistas y copeyanos, siendo éste el punto de partida de una práctica que continuaría indefinidamente: el clientelismo.

El clientelismo político, es decir, la utilización del empleo como mecanismo de redistribución de la riqueza, requiere, entre otras condiciones, que el Estado perciba ingresos muy fuertes, que no dependan del esfuerzo del trabajo ni de la inversión de capital, como es el caso venezolano con la renta petrolera. Así fue como la burocracia estatal creció sin límites. Lamentablemente estas conductas, por ser exitosas, son contagiosas, y salpicaron de populismo clientelar a los demás partidos, en especial a Copei y URD, y fue por ello que este último partido inició el camino a su muerte política, tras cometer el error de separarse de la coalición y no tener ya cargos públicos que ofrecer a su militancia.

El Partido del Pueblo ¿qué mejor nombre? tuvo una militancia voluminosa que se mantenía unida al tronco por el ejercicio de un cargo público o la expectativa de desempeñarlo en el futuro. Un uno por ciento de la población tenía carnet de Acción Democrática, y un trece por ciento de los venezolanos eran empleados u obreros de algún ente público.

El clientelismo no constituye en sí mismo una práctica corrupta, pero es corruptible en la medida que la burocracia sobrepasa las necesidades reales del Estado. A partir del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, el inmediatismo y la viveza criolla pasaron a ser las virtudes dominantes. Una frase común en labios de funcionarios era: “¿Cuánto hay pa’ eso?”; y otra, en boca de los aspirantes: “A mí que no me den, sino que me pongan donde ‘haiga’.” A nadie se le ocurría mencionar, mucho menos introducir, un elemento ideológico en sus discusiones internas: “si nos permite crecer es bueno, y lo demás es paja”. El “olfato político” era más encomiable que la capacidad de análisis y de toma de decisiones. Por eso no les importó postular, en dos oportunidades, candidatos presidenciales que no habían superado el tercer grado de educación primaria.

Pero, ¿qué desprestigió tanto al sistema, que hasta un militar felón pudo colarse por los palos tan fácilmente, con un discurso populista y simplón?

A mediados de la década de 1980, en especial después de la primera devaluación del bolívar, se comenzó a hablar en Venezuela de una crisis del modelo rentista y, como consecuencia, del sistema de partidos políticos clientelares.

Se ha dicho hasta la saciedad que, tarde o temprano, el modelo rentista tenía que colapsar, pues su base de sustentación –el precio del barril petrolero– es una magnitud variable y que, de producirse una baja en su cotización, no habría forma de sostener la maquinaria gubernamental, ni tampoco la inversión privada nacional. Pero el desgaste de las direcciones políticas de AD, Copei y el MAS no comenzó con la declinación del modelo rentista del Estado y su incapacidad para sostener a los partidos, sino que tuvo un origen totalmente externo a éstos.

Sucedió, simplemente, que los propietarios de los medios de comunicación privados decidieron sustituir a los partidos políticos como instrumentos de mediación entre el pueblo y el poder político; propósito al cual dedicaron los mayores esfuerzos, creando matrices de opinión que identificaron arquetipos como «político=corrupto» y otros con un perfil similar. Las telenovelas, los noticieros y los programas de entrevistas y de opinión se convirtieron en «canales regulares» para «bajar la línea» a quienes debían ser adoctrinados y fueron los instrumentos de promoción de los «nuevos valores» destinados por la Providencia a dirigir el país, ante la «evidente descomposición» de la dirigencia partidista. La anti-política, entendida como el movimiento político que promueve la no participación de los partidos en los asuntos del Estado, se decantó en su manifestación más pura y cristalina.

Fracasaron en el intento, pero tuvieron éxito en la primera fase de su plan, es decir, en quitar del paso al obstáculo primordial: los partidos a los que deseaban sustituir. Y lo peor fue que, como no pudieron llenar el espacio que había quedado vacío, éste fue ocupado por una variante de la misma antipolítica, pero militarista, la cual, con el debido asesoramiento de la dictadura comunista cubana, degeneró hasta convertirse en la miasma que hoy todos inhalamos.

La antipolítica nos puso a escoger en 1998, entre una reina de belleza, un megalómano que se creía Napoleón y un resentido que se creyó reencarnación de Bolívar. La decisión tomada a última hora por los partidos, de apoyar al menos malo del trío, resultó fallida. Como era de esperarse, triunfó el más populista de todos.

Pero, ¿qué fue de los adecos?, ¿qué se hicieron los casi dos millones de militantes de Acción Democrática? La respuesta es obvia: se hicieron chavistas (al igual que los masistas y muchos copeyanos, aunque entre éstos, los más conservadores comenzaron a simpatizar con Proyecto Venezuela y después con Primero Justicia). El chavismo llenó el espacio mayoritario entre los partidos, que había ocupado antes Acción Democrática, y colmó sus mismas expectativas clientelares.

Hugo Chávez ofreció, ni más ni menos, lo mismo que Boves y Zamora: quitar las riquezas a los que tienen más y repartirla entre los que tienen menos, invertir el desigual reparto de la renta petrolera, y exacerbar las bajas pasiones que conducen a los seres humanos a la xenofobia, el robo, el pillaje y el homicidio. Algo parecido a la Acción Democrática de 1945, pero más radical. Nada nuevo, tan sólo la misma Historia, repetida esta vez como tragedia.

En estos momentos, al chavismo gobernante no le importa haber perdido la simpatía popular. La decisión tomada es quedarse en el poder y para eso tienen a sus militares, que ya dejaron de ser de la República, y ocupan todas las instancias públicas, amén de su desfachatez para hacer fraude desde el mismo ente rector de las elecciones. Dicho con las palabras de Oswaldo Álvarez Paz en su artículo del pasado domingo: “Un régimen perverso, ideológicamente deformado, ineficiente en grado superlativo y bastante corrompido está frente a nosotros con todos los instrumentos en la mano para retener el poder a cualquier precio”. Aunque, como no han podido dejar de convocar a elecciones, a veces se les cuelan unos opositores; pero es tal su contumacia que, pudiendo exhibirlos como muestra de tolerancia democrática para mejorar su imagen internacional, prefieren acallar sus voces e impedirles el ejercicio de sus funciones constitucionales.

A pesar del ventajismo impúdico del régimen, de sus amenazas (cumplidas) de fraude electoral y del éxito que tuvo en dividir a la oposición entre votantes y abstencionistas, una gran mayoría opositora concurrió a los centros para elegir a los candidatos postulados por la Mesa de la Unidad Democrática, con el resultado conocido, que tras haber triunfado en dieciocho estados, sólo le fue reconocida la victoria en cinco de ellos.

La dirigencia del PUSV, autoerigida en “asamblea constituyente”, exigió que los nuevos elegidos se juramentaran ante ellos, si querían conservar la titularidad de los cargos para los cuales fueron electos democráticamente, y los cuatro gobernadores postulados por Acción Democrática inclinaron la cerviz, no así el gobernador del estado Zulia, Juan Pablo Guanipa, postulado por Primero Justicia.

Esta decisión levantó inmediatamente una polvareda de opiniones contrarias, casi todas plagadas de denuestos en nombre de la dignidad, la ética y la moralidad. Ahora bien, hay que pensar como adeco, para poder responder que la dignidad tiene muy poco que jugar cuando la tarea es reconstruir el partido y recuperar su militancia. Desde su propio punto de vista, Acción Democrática ha hecho lo que tenía que hacer: conservar los espacios de poder que permitan dar empleo a sus militantes y agenciar un cierto financiamiento para la actividad política, todo en aras de reconstituir un liderazgo de base. El propósito de Acción Democrática es recuperar la militancia que el chavismo le succionó y ese postulado responde a un propósito ético, siempre desde el punto de vista de su propia ética.

En otro artículo publicado el pasado miércoles, el columnista socialcristiano Hermann Alvino comentaba: “Desde la perspectiva de su misión como dirigente partidista, Ramos Allup simplemente cumplió con su deber, algo repugnante para cualquier persona que piensa que la política se debe basar en la ética. Pero resulta que la misión partidista no se basa en la ética, sino en lo ya dicho, o sea en alcanzar el poder, y mantenerlo, y si por el camino se les ocurre pensar en el Bien Común, pues mucho mejor (…)”.

Por supuesto que puede existir –y existe– una ética partidista que justifica la conducta de la dirigencia de Acción Democrática, así como existe la ética comunista, definida por Lenin en su discurso de 1920 a las juventudes comunistas: “Es moral lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora y para agrupar a todos los trabajadores alrededor del proletariado”.

El interesante artículo de H. Alvino expresa más adelante: “Ingenuos, podría decirse de todos ellos, quienes olvidaron que la política no es inmoral, sino amoral, o que olvidaron que ese Bien Común, no solo hay que saber ponerlo en práctica consensuando con una población poco educada, y orientada al inmediatismo –y por tanto parcialmente incapacitada para saber lo que realmente le conviene–, sino que también hay que saberlo presentar electoralmente.”

¿En qué consiste la ética partidista?

Precisemos un concepto de partido político de uso común, elaborado por Maurice Duverger: “Los partidos políticos son agrupaciones de ciudadanos que tienen el propósito de controlar el poder político para realizar desde allí una determinada concepción del bien común.” Observemos que la ética no forma parte de la definición, pero sí lo está el bien común, que es una categoría ética. De manera que sí existe una ética de la política, fundada en el bien común. Así puede afirmarse que es ético todo lo que contribuye a realizar el bien común.

Pero no podría afirmarse que esta ética forme parte del concepto que los adecos tienen de su propio partido (el cual, por cierto, fue traspasado al PUSV por la militancia que éste absorbió), pues, como se ha visto, el éxito político y electoral son sus valores superiores. Parafraseando a Lenín, para los adecos (y, en general, para los partidos clientelares) es moral todo aquello que sirve para que el partido crezca.

Todo lo cual nos lleva a concluir que un juicio ético sobre la decisión adeca, nunca penetraría en la epidermis de su concepción de la política y, por lo tanto, carece de utilidad práctica. En su modo de hacer política sólo puede haber aciertos (que se cobran bien) y errores (que se pagan caro). La Historia, el único juez, nos dirá qué cosa fue.

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