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Ibsen Martínez: Los seis de Houston

Maduro ordena apresar al presidente interino y cinco gerentes de Citgo, filial de PDVSA en EE UU

Nicolás Maduro ha ordenado apresar al presidente interino y otros cinco altos gerentes de Citgo, la filial estadounidense de Petróleos de Venezuela que opera tres refinerías en Illinois, Texas y Luisiana con una capacidad de 750.000 barriles por día. La jerarquía de los detenidos deja ver el tamaño y el alcance de sus manejos. Junto con el presidente de la filial fueron detenidos los vicepresidentes de Refinación, de Suministro y Comercialización, de Relaciones Estratégicas con Accionistas y Gobierno, de Servicios Compartidos y el gerente general de la Refinería Corpus Christi, en Texas.

Con ellos pasan ya de 50 los funcionarios de la “revolución bonita” que Tarek Saab, el acusador público designado por la fraudulenta Asamblea Constituyente, conocida ya como el sóviet de Maduro, ha ordenado capturar.

Se les imputa la malversación de fondos públicos, asociación para delinquir y legitimación de capitales, entre otros delitos. El camarada Saab, incorruptible Fouquier-Tinville bolivariano, señalado él mismo desde hace años como insaciable peculador, afirma que hace apenas cuatro meses los seis de Houston firmaron la refinanciación de los programas de deuda de 2014 y 2015 de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Hablamos aquí de 4.000 millones de dólares. La garantía ofrecida por los funcionarios fue el 51,1% de las acciones de la refinadora.

Muchos sugieren que se trata de un hipócrita juicio que encubre a defraudadores más grandes. Y hay quien afirma que son los rusos de Rosneft, socios en Citgo, quienes instigaron por trascorrales la refinanciación para prevenir la pérdida de sus intereses si llegase a ocurrir el fatídico default. Todo esto ocurría cuando las expresiones “default técnico”, “tenedores buitres” y “colateral” entraban definitivamente en el léxico de los venezolanos de a pie y al tiempo que centenares de niños desnutridos y de pacientes terminales de enfermedades crónicas mueren irremisiblemente cada día, víctimas de la atroz catástrofe humanitaria en que ha desembocado el socialismo del siglo XXI.

La estatal PDVSA llegó a ser, a fines de los años 90, una de las primeras transnacionales petroleras del mundo, no solo en términos de rentabilidad comercial, sino también de eficiencia operativa. Tomará años ordenar el relato de cómo el régimen chavista logró envilecer en solo tres lustros lo que desde los años 70 del siglo pasado fue una empresa orgullo de los venezolanos, hasta convertirla, entre otras perversiones, en una lavandería de dinero del narcotráfico. Los capítulos de tal relato tendrán que ocuparse de la diáspora de miles de gerentes y técnicos petroleros venezolanos, arrojados al exilio desde 2003, y de cómo los gerentes chavistas que los sustituyeron se jugaron y perdieron los fondos de jubilación de los trabajadores petroleros en delirantes especulaciones bursátiles.

Los tanqueros fantasmas dedicados al contrabando extractivo de combustibles ofrecerán tema para la novela del petróleo, esperada desde siempre por los profesores de Literatura venezolanos, tanto como los tenebrosos negocios de importación masiva con sobreprecio, de alimentos que nunca llegaron a la mesa de los venezolanos, el papel de la chequera y de los envíos de crudo y derivados en la perversa petrodiplomacia bolivariana o los trágicos accidentes en yacimientos, plataformas y refinerías, los derrames de crudo y las rupturas de gasoductos que degradan nuestro ambiente. Hugo Chávez, el más avilantado caudillo de nuestra larga historia de militarismo y tiranos, fue el nigromante que precipitó definitivamente sobre Venezuela todos los maleficios del petroestado fallido.

Lo hizo, irónicamente, en nombre la lucha contra la corrupción y el despilfarro, invocando el descaminador santo y seña del siglo XX venezolano: sembrar el petróleo para mejor cazar la renta del subsuelo y privatizarla en favor de una mafia usurpadora del patrimonio de toda la nación.

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