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Héctor Abad Faciolince: Apuntes para seis artículos no escritos

1. El primer dilema cuando uno va a escribir una columna es si va a usar o no el pronombre personal de primera persona: yo. El Santo Padre, los reyes y algunos presidentes nunca lo usan. Prefieren el plural mayestático: “Hemos dado orden de…” En algunos grandes autores de autobiografías (Canetti, Coetzee) la tercera persona es la máscara del yo: “Él se había enamorado de…”.

Según un diccionario que me mostraron en el departamento de lingüística de la Universidad de Kobe, la palabra “yo” ni siquiera existe como pronombre personal en japonés, pero hay por lo menos 17 maneras indirectas de referirse a ese ser que con tanta inmodestia en nuestras lenguas occidentales designamos casi siempre con un monosílabo: yo, I, Ich, io, moi, eu

Si uno pregunta cómo se dice “yo” en japonés, te responderán: watashi. Pero como me aclara en Kobe la profesora Sanz, este watashi no es un verdadero pronombre. Watashi es una forma indirecta de referirse a uno mismo. Los campesinos boyacenses tienen una manera de evitar ofender con el egoísta pronombre yo. Dicen: mi persona. Esto puede ser el sustrato o la traducción de una lengua indígena. Al fin y al cabo las lenguas indígenas vienen de alguna protolengua oriental que atravesó el estrecho de Boering en la última glaciación. Otras formas de decir “yo” al estilo japonés: un servidor, quien les habla… Quizá la forma más común de enmascarar el “yo” es usar la palabra “uno”: “Uno no sabe qué pensar”.

2. ¿Por qué será que nunca hay huelgas de poetas? Ya que no las hay, debería haber, con cierta frecuencia, vedas de versos. Así como hay veda de pesca del bagre, de la sardina o de la sabaleta, sería conveniente que las autoridades prohibieran versificar entre octubre y abril, por ejemplo. Mayo: se abre la temporada de versos. Lichtenberg proponía que, así como en tiempos de algunos reyes se ordenaba el sacrificio de los primogénitos, los poetas deberían hacer lo mismo: sacrificar sus versos primerizos.

3. Lo contrario de un error no es un acierto; casi siempre es otro error. Lo contrario de la guerrilla, los paramilitares, no son un acierto sino un error peor que el primero. Como combatir un plato muy dulce echándole puñados de sal. Como combatir los desiertos con inundaciones o las inundaciones con desiertos. Si uno va hacia el norte y se siente perdido, no conviene girar hacia el sur: mejor probar por el nordeste. O algo así.

4. No sé si lo leí, lo inventé o lo dice una canción, pero lo creo: “Las mujeres traicionan con el pensamiento y los hombres traicionan sin pensarlo”.

5. Los políticos que consiguen resultados benéficos para un país miran hacia el porvenir, no miran hacia atrás. Los que miran hacia atrás son revanchistas. Si tienen el poder son implacables y vengativos; y si no tienen el poder son resentidos que viven rasgándose las vestiduras proclamando inútiles victorias morales.

6. Mahoma, en su Viaje nocturno, ese “sueño verídico” que tuvo y que lo llevó hasta el séptimo cielo, dice que el paraíso está custodiado por un ejército de 70 mil ángeles. Cualquiera de estos ángeles es tan grande que cada uno tiene mil cabezas, cada cabeza mil rostros, cada rostro mil bocas y cada boca mil lenguas que glorifican al Señor en mil idiomas distintos. Cada ángel es tan grande y sus espaldas son tan anchas que el más veloz de los pájaros no podría cubrir la distancia de hombro a hombro en menos de 500 años. He hecho las cuentas de la longitud que tendría la fila de estos 70 mil ángeles inmensos, suponiendo que la recorriera un halcón peregrino a 125 km por hora. La fila de ángeles de Mahoma mide unos cuatro años luz. La misma distancia que hay desde el sol hasta la estrella más cercana, Próxima Centauri. Mahoma quiso que el tamaño de su séptimo cielo fuera casi inconmensurable, casi infinito. Y lo es para la medida humana. Pero es enano comparado con el tamaño del universo que, según dicen, de punta a punta, mide 92 billones de años luz.

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