Gina Montaner / Cuba: El cuartito está igualito
Sucedió hace un año y fue más anticlimático de lo que se había anticipado. La noche del 25 de noviembre la televisión estatal anunciaba solemnemente que Fidel Castro había fallecido. En Cuba hubo exequias oficiales y desfiles coreografiados. En cambio en Miami, la capital de la diáspora cubana, los exiliados manifestaron su júbilo porque al fin había desaparecido el principal causante del infortunio de una isla que cayó bajo una dictadura hace ya casi seis décadas.
Pero en realidad ni el duelo en la Habana ni la alegría en el exilio fueron lo que siempre se había imaginado que provocaría la muerte del hombre que rigió el destino de los cubanos con mano dura y a su antojo. Fidel llevaba diez años alejado de la primera línea del poder debido a una enfermedad que en 2006 lo obligó a retirarse y cederle el cetro a su hermano Raúl. Una convalecencia que, por otra parte, no le impidió seguir mandando a la sombra y amonestar a propios y extraños con sus «Reflexiones«, verdaderas diatribas que la prensa oficial publicaba semanalmente.
La muerte de Fidel Castro se anunció un 25 de noviembre, pero hacía tiempo el pueblo había comprendido que ya se había producido la «transición» para garantizar la continuidad del castrismo. Su larga enfermedad permitió que su hermano menor cimentara las condiciones para el relevo generacional, que está previsto se escenifique en febrero, cuando Raúl, tal y como lo anunció en 2016, le pase su título de Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba a un sucesor que, con casi toda seguridad, será el actual Primer Vicepresidente Miguel Díaz-Canel. Su nombramiento interrumpirá la línea dinástica de los Castro, pasando a ser una suerte de Familia Real, y Raúl se encargará de vigilar que los «lineamientos» de la revolución se cumplan.
De lo que se trata es de asegurar que la máxima de Fidel, «Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada», no se diluya. Contrario a lo que muchos esperaban, como el propio ex presidente Barack Obama, quien apostó fuertemente por los efectos benéficos de una política de deshielo que pudiera desencadenar una verdadera apertura, cuando Raúl asumió el poder solo hizo unas tímidas reformas económicas que no han sacado al país de la miseria y el estancamiento. Sencillamente, un año después de la muerte de su hermano y mentor los cubanos viven atrapados en una realidad inmovilista a pesar de las alas (que poco después fueron cortadas) que se les dio al puñado de emprendedores y cuentapropistas. Actualmente navegan contra la corriente de un modelo político colectivista y temeroso de que la iniciativa privada mengüe las prebendas de una clase militar que fiscaliza las empresas gubernamentales.
Fidel ya no está entre los vivos, pero su credo pervive como una nube tóxica que les envenena el ánimo y el impulso vital a los cubanos. La huida al extranjero sigue siendo la única esperanza de los jóvenes, y hasta eso se ha complicado con el deterioro de las relaciones con Estados Unidos tras el triunfo electoral de Donald Trump. En medio de un resurgimiento de la Guerra Fría, el régimen de la Habana redobla su discurso: no va haber elecciones libres y los opositores no dispondrán de espacios para presentar alternativas en un país donde el 70% de la población nunca ha conocido otros líderes.
Si existiera el más allá, desde su particular olimpo Fidel Castro se mostraría satisfecho con el rumbo que ha tomado la isla desde su muerte porque se han cumplido sus designios: repitiendo el estribillo de un popular bolero de los años cuarenta, los cubanos hoy se lamentan, «El cuartito está igualito, como cuando tú te fuiste«. En Cuba todo sigue igual porque esencialmente nada ha cambiado.