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Yasujiro Ozu: El maestro del silencio

El director japonés Yasujiro Ozu (1903-1963), durante el rodaje de una película en 1959. FRIEDRICH

Gallo Nero edita ‘La poética de lo cotidiano’, escritos sobre cine del influyente gran director japonés.

Es probable que el director japonés más conocido en Occidente sea Akira Kurosawa. También, que Kenji Mizoguchi sea muy apreciado por la minoría cinéfila mejor informada. Pero Yasujiro Ozu (1903-1963) fue el director nipón que mayor influencia ha tenido entre los creadores del cine mundial. Podemos pensar en Aki Kaurismaki, Jim Jarmusch, Abbas Kiarostami, Claire Denis, Víctor Erice, Hirokazu Kore-eda y Wim Wenders, quien le dedicó un excelente documental, Tokio-Ga (1985). Por no hablar de su asumida influencia en Kazuo Ishiguro, último Premio Nobel de Literatura.

Gallo Nero publica La poética de lo cotidiano, un libro fundamental para conocer a Ozu, que reúne sus reflexiones y entrevistas sobre el cine, sobre su tarea como director y sobre sus propias películas.

Ozu, que debutó en 1927 dentro del período mudo, hizo más de 50 filmes. La casi práctica totalidad de su obra la rodó para los estudios Shochiku, donde empezó a los 20 años como ayudante de cámara y de dirección. Siempre que pudo trabajó con un equipo técnico-artístico fijo, en el que fueron decisivos el actor Chishu Ryu, la actriz Setsuko Hara y, sobre todo, el operador Yuharu Atsuta y el guionista Kogo Noda.

Ozu apenas fue conocido en Europa hasta que el Festival de Berlín le dedicó una retrospectiva en 1961. En España, salvo para frecuentadores de cine-clubes y filmotecas, su filmografía no recibió un espaldarazo hasta que la Seminci se ocupó de ella en 1979.

La buena noticia es que, gracias al DVD, hoy podemos acceder a unas 20 películas de Ozu, lo que no deja de ser sorprendente y buena prueba del prestigio del cineasta, también reconocido por jóvenes estudiantes y directores de cine españoles.

Citaré algunas de estas películas accesibles, la mayoría de la década de los 50, que, a juicio de los críticos, fue la de su máxima excelencia. Casi todas obras maestras, podemos empezar por Primavera tardía (1949), seguir por Principios del verano (1953), Crepúsculo en Tokio (1957), Flores de equinoccio (1958) y Otoño tardío (1960) y terminar por El sabor del sake (1962), la última película que rodó.

Tras sobrevivir al devastador terremoto de 1923, a la guerra chino-japonesa (en la que combatió) y a la II Guerra Mundial (fue prisionero de los aliados en Singapur durante seis meses), Ozu falleció de cáncer en su Tokio natal, a los 60 años, el mismo día de su aniversario, muy vapuleado por su compulsivo consumo de tabaco y por su adicción al alcohol, tan presentes en sus películas. Entre 1933 y 1963, el cineasta llevó un diario con escuetas y muy directas anotaciones. Una extensa antología de esos diarios está editada en España. El día de su agónica muerte llegó a escribir sólo dos palabras: «Mi cumpleaños». Hijo de un vendedor de fertilizantes y segundo de cinco hermanos, Ozu nunca se casó y vivió casi siempre con su madre, junto a la que, tras ser incinerado, está enterrado en el templo budista zen de Kamakura, en una tumba sin nombre sobre la que está grabado un ideograma que significa: «Nada»»


Nos hemos olvidado a posta de Cuentos de Tokio (1953), su película más importante, considerada en 2012 como la mejor película de la Historia del Cine según una encuesta entre expertos de la revista británica especializada Sight and Sound. También accesible en DVD, Ozu trató en ella el drama de la soledad de los viejos y sus conflictos y diferencias con sus hijos, con los jóvenes, un tema recurrente de su realista y poética filmografía, que el singular cineasta norteamericano Paul Schrader estudió a gran nivel, junto a las de Robert Bresson y Carl Theodor Dreyer, en El estilo trascendental en el cine (Ediciones JC).

El mejor y más completo estudio -casi 600 páginas- sobre la vida y la obra de Yasujiro Ozu es el que Antonio Santos publicó en Cátedra en 2005, pero Schrader sintetiza muy bien tres características principales de ese cine de plano y contraplano, silencioso, elíptico y cortante, melodramático o tragicómico, meticuloso, clásico y moderno a la vez, atento al paisaje urbano, al ambiente familiar y del trabajo, filmado muchas veces en planos generales y medios y, como ya proclama el tópico, con la cámara quieta y situada a un metro de altura, a la altura de las cabezas de sus personajes sentados en el suelo sobre el tatami japonés.

Ozu rehuyó el sonido hasta 1936 (El hijo único) y el color hasta 1959 (Buenos días), y las tres características esenciales de su cine que Schrader señaló son: el reflejo de la más corriente vida cotidiana, el conflicto entre los personajes y su entorno habitual y el estancamiento de las situaciones y de los problemas.

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