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Ricardo Bada: Aldous Huxley y España

“Thomas Henry Huxley, llamado el bulldog de Darwin”, inventó la palabra “agnosticismo”. Su nieto Aldous, llamado “el gurú de la literatura”, inventaría décadas después la palabra “psicodélico”. Nació el 27 de julio de 1894, adelantándose en un año al nacimiento del cine y a la insurrección de José Martí en Cuba, y en el mismo año que estalló en Francia el escándalo Dreyfus. Recorrió el mundo llevando como lectura de viaje un tomo (distinto cada vez) de la Enciclopedia Británica. No es, pues, extraño que adoptase como lema de vida el de un anciano de frondosas canas enmarcando el óvalo de su rostro, en un capricho de Goya: “Aún aprendo.” Y alguna vez dijo que había que “cuestionarlo todo, por lo menos una vez”.

En una carta a Jeanne Neveux, con fecha 10/X/63, muy poco antes de su muerte, escribe que “esos idiotas de la editorial Plon le han dado a Island el título L’île. Pero Île era lo indicado. En Italia el libro se titula Isola, en Suecia Ön, y en Dinamarca (milagro de la brevedad) Ø”, ¡el título mismo ya es una isla! En otra carta, a su cuñada Juliette Baillot (esposa de Julian, el primer director de la Unesco), el 25/XI/1918, le asegura de todo corazón: “Nunca siento realmente que esté llevando a cabo una acción por completo moral, excepto cuando estoy escribiendo. Entonces, y sólo entonces, uno no está perdiendo el tiempo.”

Su primera esposa, la belga flamenca Maria Nys, tomó clases de baile con Nijinsky. Y él fue un amigo íntimo, quizás el mejor, de D. H. Lawrence, quien murió en sus brazos. Cuando en 1928, el mismo año que El amante de Lady Chatterley, se publica Contrapunto (Point Counter Point), donde D. H. aparece entrañablemente camuflado en la figura de Mark Rampion, Lawrence le escribe a Huxley: “La he leído con una admiración creciente. […] Creo que hace falta tener diez veces más valor para escribir Contrapunto que el que yo tuve para escribir El amante de Lady Chatterley. Si el lector supiera lo que está leyendo, te arrojarían cien piedras por cada una de las que me arrojaron a mí.” Y su Brave New World (Un mundo feliz), de 1932, que se adelantó diecisiete años a 1984, de George Orwell, iba mucho más allá que la negativa ucronía orwelliana y entretanto la ha dejado atrás sin cumplirse todavía del todo.

A la edad de setenta y siete años, en un incendio de los que cada año se provocan de manera criminal en California, Aldous sufrió la pérdida de toda su biblioteca, sus diarios y su correspondencia, todo, y lo aceptó con un heroísmo sin alharacas, defendidas las posibles lágrimas por los culos de vaso de sus gafas. Y el 22/XI/63, mientras unas balas asesinas acababan de mala ley con la vida de Kennedy, en Dallas, la segunda esposa de Huxley, la violinista y psicoterapeuta Laura Archera, le inyectaba 100 microgramos de LSD, por expreso deseo suyo, para pasar de este mundo infeliz al que está más allá de las puertas de la percepción: The Doors of Perception es el título de uno de sus más lúcidos ensayos. (Hay otra relación anterior entre los Huxley y los Kennedy: durante la segunda guerra mundial, Julian era el director del Zoo de Londres y creó el Pet’s Corner, un lugar donde los niños podían jugar con los animales en libertad, para así acostumbrarse a la riqueza de la vida, y ese Pet’s Corner fue inaugurado por dos de los hijos del embajador estadounidense en Londres: Bobby y Ted Kennedy).

No descubro el Mediterráneo ni la pólvora, ni tampoco exagero, si afirmo que Aldous Huxley ha sido uno de los espíritus más inteligentes de la Edad Contemporánea. Por otra parte, en un siglo de cretinos como lo fue el XX, y lo sigue siendo su heredero el XXI, mi afirmación se vuelve pleonasmo apenas se han leído un par de páginas suyas.

Para nosotros, en una España de recién inaugurado franquismo, en una ciudad como Huelva, que era (para decirlo huxleyanamente) el esfínter del mundo, Huxley significó el esplendor de la inteligencia y el rigor de la cultura y la preparación enciclopédicas… así como un atraco a mano armada a nuestras paupérrimas economías, pues los editores no vacilaban en inventarle títulos a sus novelas, y cuando aparecía una nueva nos lanzábamos ávidos a comprarla, para descubrir que ya la habíamos leído más de una vez, y cada una de ellas con un título distinto. Two or Three Graces la he comprado bajo los títulos Dos o tres graciasVariaciones de un almaEl milagro de la arietta y Barro en el alma. ¿Y quién era capaz de descubrir que Con los esclavos en la noriano pasaba de ser un nuevo título de Ciego en Gaza, o que Arte, amor y todo lo demás fue una invención editorial de Esas hojas estériles, o que Tardía confesión ya la conocíamos como El genio y la diosa? Ay, sí, Aldous Huxley fue el más caro de nuestros aprendizajes literarios.

Pero para quienes nacimos en esa colonia británica camuflada que fue la Huelva de aquellos años, durante el siglo que su destino estuvo unido al de la Rio Tinto Co., Huxley nos resultaba muy comprensible y muy cercano. Máxime teniendo en cuenta que España fue una presencia continua en sus libros. Ya en Crome Yellow [Los escándalos de Crome], su primera novela, hay aquella frase sobre los distintos tipos de mujer: “En España –con su mano describía una serie de amplias curvas– no puede uno adelantarlas al subir una escalera.” Y en After Many a Summer [Después de muchos veranos], que también compré una vez bajo el título Viejo muere el cisne, la Guerra civil es un elemento protagónico de muchas de sus páginas: uno de sus personajes, Peter Boone, excombatiente de la Brigada Lincoln, y sintomáticamente asesinado por error en la soleada California, reflexiona sobre la caída de Barcelona minutos antes de ser abatido por un celoso senil, el plutócrata Stoyte. Y en esa misma novela hay un protagonista invisible que es Miguel de Molinos, mientras que las referencias a san Juan de la Cruz y santa Teresa forman un bordado continuo en la obra de este hombre que respondió, con ella, a la pregunta de Rodin delante del cadáver de Mallarmé: “¿Cuándo volverá la humanidad a producir un cerebro tan grande?”

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