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2018: ¿un nuevo Presidente y un nuevo Mundial para recomponer a Brasil?

Este nuevo año, será para Brasil una fecha especial, porque en él tendrán lugar dos acontecimientos que tocan con el alma de la gente: será elegido un nuevo Presidente de la República, tras el año político “horribilis” que no querríamos repetir, y será el año en que la selección de fútbol tratará de desquitarse, en el Mundial de Rusia, de la vergüenza de la derrota del 7 a 1 contra Alemania en el mítico Maracana.

Las urnas serán este año un termómetro para saber hasta donde llega la fiebre de desaliento de los brasileños con la política y sus deseos de renovación. Sabremos si los quieren que las cosas cambien para mejor o prefieren que se sigan arrastrando en el desgobierno y desvergüenza que estamos viviendo. Y aunque pueda parecer extraño, el resultado de la selección en la Copa de Rusia, hoy en manos de un entrenador discreto y con pulso seguro como Tite, podría influenciar positiva o negativamente las elecciones que se presentan como una de las más complejas y difíciles en muchos años.

Ya se que el futbol, ni siquiera en Brasil, despierta hoy aquella pasión de los tiempos en que este país ganaba una Copa detrás de otra, y se identificaba con el balón bien jugado. Ya se que el fútbol, pasión casi universal, cargado de símbolos, ha sido profanado por los corruptos de la Fifa. Pero aún así, sigue vivo en las venas de millones de brasileños. La Copa de este año podría influenciar las elecciones presidenciales. Una nueva derrota como la del 2014, acabaría agriando aún más los animos de la sociedad. Al revés, el hexa campeonato ganado en Rusia podría ser un revulsivo que reanime el deseo de querer renovar también la política para reiniciar, con gente nueva, un proceso más limpio y con más ganas de cambiar las cosas.

No podemos olvidar que fue, curiosamente, a partir del desastre del último Mundial con los abucheos en el Maracaná a Dilma, cuando se agudizó la crisis política que nos ha conducido hasta el desastre de hoy.

Cada uno decidirá, nada más acabar el Mundial a quien escoger para recomponer a Brasil que, de país del futuro, se ha visto descarrilado en un presente sin rumbo. Yo no voto en Brasil, pero lo que Brasil parece estar necesitando es de un presidente normal. Sí, normal, no rozado por la basura de la corrupción, con capacidad y sabiduría para levantar el ánimo de un país en depresión y de reunificar a los que la degradación de la política les ha enfrentado duramente

Un presidente normal, que no necesite de gran biografía, como la mayoría de los que rigen hoy en el mundo los destinos de los países con mayor calidad de vida y mayor justicia social. ¿Cuántos saben los nombres de los presidentes de los diez países donde, según la ONU, se vive mejor y hay menos pobres y analfabetos, si es que los hay? Normal quiere decir que no necesita ser un héroe, ni un santo, ni un mesías, ni un justiciero. Sencillamente, una persona preparada, seria y honrada, dispuesta a pensar más en el país que en sus privilegios de hoy y de mañana. ¿Existe?

Los escritores y poetas son los que mejor saben, en los momentos críticos de una sociedad entender el alma de las gentes y sus desasosiegos. Brasil, por lo que lo conozco en mis ya 20 años de vida aquí escribiendo sobre él, me parece un país rico y complejo interiormente mezcla de tantas experiencias sedimentadas a lo largo de siglos, aunque hoy profundamente decepcionado.

Y esa decepción la plasmó ya el gran Guimaraes Rosea, en Gran Sertao: Veredas, cuando escribió: “Pensar mal é facil, porque esta vida é embrejada. A gente vive, eu acho, é mesmo para se desiludir…A senvergonhice reina tan leve pertencidamente que, por primero, nao se cre no sincero sem maldade”. Es lo que está viviendo Brasil donde la “senvergonhice” de la que habla Guimaraes, nos ha llevado a ver maldad hasta donde podría existir sinceridad.

A su vez, el autor de unos de los libros más enigmáticos de la Biblia, el Eclesiástico, escribía ya hace más de tres mil años algo que deberiamos todos recordar en este momento de transición que vive Brasil en busca de un nuevo ciclo de serenidad y de fraternidad

Escribe que:

“Hay un tiempo para todo bajo el sol…

un tiempo para arrojar piedras y otro para recogerlas,

un tiempo para amar y un tiempo para odiar.

un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz”.

Que el 2018, nos prepare un clima en el que Brasil sepa dejar para atrás, como una pesadilla, el tiempo de “arrojar piedras”, el tiempo de “odiar”, y el tiempo de la “guerra”, para poder respirar en una sociedad repacificada donde prevalezcan sus verdaderos valores que hoy parecen extraviados.

Esa alma a la que se refería al despedir el año, la escritora Rosiska Darcy de Oliviera en el diario Globo, con la célebre frase: “que todos los dioses de Brasil nos ayuden a preservar esa extraña manía de tener fe en la vida”.

En la simbología cabalística judaica, el número 18 representa a la vida.¡Feliz, pues, 2018! Que sea el año en el que Brasil resucite con un nuevo instinto de vida dejando atrás la aburrida carabana de los resignados.

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