El vergonzoso viaje de Bachelet a Cuba
La visita de la saliente presidenta de Chile Michelle Bachelet a Cuba fue una desgracia para su legado como líder democrática. Pero lo que es aún peor, fue un duro golpe para lo que queda de la izquierda democrática, defensora de los derechos humanos y globalizada de América Latina.
Durante décadas, los gobiernos izquierdistas moderados de Chile han sido un referente para la izquierda democrática latinoamericana. Los políticos de centro izquierda de la región citaban a Chile –con razón– como un ejemplo de un país gobernado por la izquierda que logró reducir la pobreza a largo plazo sin la represión política, el caos económico ni la migración masiva de Cuba o Venezuela.
Chile redujo la pobreza del 40 por ciento de la población al final de la dictadura del general Augusto Pinochet en 1990 al 11,7 por ciento en 2015, más que cualquier otro país latinoamericano.
Y gran parte del éxito de Chile se debió a los gobiernos de centro-izquierda que vinieron después de Pinochet. Estos gobiernos firmaron acuerdos de libre comercio con docenas de países, mantuvieron buenas relaciones con la comunidad empresarial y defendieron los valores democráticos dentro y fuera del país.
Incluso Bachelet en su primer gobierno, de 2006 a 2010, se guió por el pragmatismo y las buenas políticas económicas. Pero en su segundo mandato, que comenzó en 2014, cedió a las ideas de la vieja izquierda de su juventud, y apoyó medidas educativas y económicas que no han funcionado en ninguna parte. El ex presidente de centro-derecha Sebastián Piñera ganó las elecciones del 17 de diciembre por un abultado margen.
¿Por qué viajó Bachelet a Cuba, en una de sus últimas apariciones internacionales antes de dejar el cargo? ¿Y por qué se reunió con el último dictador militar de las Américas, el general Raúl Castro, y no se vio con ningún miembro de la oposición pacífica durante su visita?
El anuncio del gobierno de Bachelet de que el propósito del viaje era mejorar los lazos comerciales con Cuba suena a una broma. Según la agencia de noticias EFE, el comercio bilateral entre Chile y Cuba es de menos de $40 millones al año, lo que en el comercio actual equivale a casi nada.
Si el propósito de Bachelet era aumentar las exportaciones chilenas, habría hecho un mucho mejor uso de su tiempo yendo a cualquier otro país con una economía en crecimiento. Cuba, por el contrario, está en bancarrota. Las luces de la isla ya se hubieran apagado si no fuera por los subsidios de petróleo venezolanos.
Patricio Navia, un profesor de la Universidad de Nueva York y conocido analista político chileno, me dijo que la visita de Bachelet probablemente fue un “viaje nostálgico”.
“Fue allí para cerrar un capítulo de su historia personal, desde los días de su juventud cuando apoyaba la Revolución Cubana”, me dijo Navia. “Es como si, después de treinta años de matrimonio, vas al lugar donde conociste a tu primera novia cuando tenías quince años”.
Esa es una posibilidad. También existe la posibilidad, según me sugieren algunas fuentes en Chile, de que Bachelet haya viajado a Cuba en una misión secreta para pedirle a Castro que convenza al presidente venezolano, Nicolás Maduro, de que acepte una solución negociada a la crisis de Venezuela.
México y Chile están mediando en las negociaciones entre la oposición venezolana y el régimen de Maduro. Pero las conversaciones han fracasado hasta el momento debido a la negativa de Maduro a permitir elecciones libres.
Lo más probable es que la visita de Bachelet fue un acto simbólico para establecer sus credenciales de izquierda antes de comenzar una carrera post-presidencial en Chile o en alguna organización internacional en el extranjero.
Lamentablemente, fue un simbolo del retroceso de la izquierda democrática en Chile. El término “izquierda” ha quedado en manos de los autócratas de Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y de los populistas que gobernaron Argentina, Brasil y Ecuador, y hoy enfrentan acusaciones de corrupción masiva.
Eso es una verdadera lástima, porque lo mejor que le podría pasar a Latinoamérica sería tener una izquierda y una derecha democráticas, compitiendo en elecciones libres y garantizando la estabilidad y el progreso.