La DC entre la espada y la pared
Se ha comenzado a debatir post elecciones que la DC ¿podría? estar enfrentada a una crisis terminal. Desde todos los rincones del falangismo se escuchan voces: “la fractura es grave” ha reconocido Burgos, Pizarro, el mismo que afirmaba que era un “suicidio” el camino electoral propio, menciona el fantasma de la “desintegración” y de una “situación crítica, casi terminal”, Duarte habla de “crisis profunda” y de que el partido siempre ha tenido “tensiones históricas”; Walker de que “no hay ruptura orgánica” y de que los quiebres no son ninguna novedad en el partido, y Mariano Ruiz-Esquide destaca que se trata de una “crisis extremadamente grave”. La presidenta, a su vez, describe el momento como “grave”.
Ahora, que el desenlace de ese proceso termine en su desaparición, en dos o más partidos, es algo que no se logra captar hoy. La Junta de fines de Enero, las acciones políticas de la coyuntura y la primera fase del nuevo ciclo de gobierno, dejarán las huellas que debemos seguir para comprender este decisivo momento para un partido que se ha ido diluyendo fuertemente desde que se abre el nuevo siglo y emerge un nuevo Chile.
No obstante, los hechos políticos y los rasgos del proceso político que se abre y encarna en lo que llamamos nuevo ciclo político, entregan muchas pistas en torno al desenlace de la crisis DC. Lo único claro, es que el partido no puede seguir como está: fracturado política, ideológica y culturalmente.
La fractura es política, porque la crisis es expresión de que los grupos internos, cada día más irreconciliables, tienen diagnósticos y soluciones políticas diferentes frente a las problemáticas que instala la nueva fase política. Se ha perdido “la voluntad de trabajar unidos… y la capacidad de diálogo”, destaca Espejo; replicando uno de los argumentos del grupo recién escindido que lidera Mariana Aylwin. Walker, siguiendo en esa lógica de análisis menciona que la crisis es de “convivencia interna”.
La fractura política no se agota en la mala “convivencia interna”. La mala relación, la falta de unidad y la falta de diálogo no es lo sustancial. La mala convivencia, en consecuencia –y, esto es lo sustancial-, es resultado de diferencias políticas que se agudizan en la medida en que estamos cada vez más insertos en las dinámicas y demandas del nuevo ciclo. Tales diferencias tienen que ver con definiciones presidenciales, electorales, política de alianzas, apoyo o distancia con el gobierno, apoyo u oposición a las reformas y disputas internas, etc.
La fractura también es ideológica, porque el quiebre político se sustenta en ideas y en una lectura distinta de lo que es y debe ser Chile: lucro o no lucro en la educación, aborto o no aborto en tres causales, voucher o no para financiar negocios privados, son algunas de las áreas que producen tensiones internas en la falange. Esto no lo va resolver una Junta ni un Congreso.
La fractura es cultural, porque los nuevos tiempos del Chile actual y las subjetividades y prácticas asociadas (el habitus) no logran conectarse con la “propuesta ideológica” de la DC que hasta hoy es el “humanismo cristiano”. Sin entrar en esta reflexión –por cuestiones obvias, no por eso menos relevante- es crucial hacer la conexión con la identidad del partido.
La DC no conecta con el sentido común. La DC no conecta con los nuevos grupos. La DC no da respuesta a las problemáticas de la hora actual. La DC no define la Agenda político-pública. En definitiva, la identidad del partido –al menos la oficial- no seduce a los actores de los nuevos tiempos. De hecho, muchos militantes –desde los que están a punto de irse del partido hasta lo que van a morir DC- hablan de que hay una crisis de identidad.
Este desfase entre el habitus DC y su propuesta ideológica, en consecuencia, se expresa en la coyuntura como crisis de identidad. El déficit no es menor: no saber quién soy, quiénes somos, qué queremos y para dónde vamos es una problemática de alto impacto y de compleja resolución.
La DC hoy es un conjunto de identidades y no una identidad que articula y moviliza intereses. El todo ha sido superado por las partes. En la DC, por tanto, ocurre lo que negaba Tomic: que nadie es más grande que el partido: ¿qué importa lo que defina un Congreso Ideológico, si cada militante vota según sus intereses particulares?, ¿qué importa lo que defina una Junta, si de todos modos no van apoyar al candidato?
En este escenario de profunda crisis, definida de ese modo, por los propios involucrados, el desenlace es menos incierto de lo que desde las propias filas se reconoce. Algunos renunciarán, “tendrá sentido seguir en la DC” se pregunta Burgos, otros formarán otro partido u otros partidos o movimientos. En ese contexto, surge la interrogante: ¿habrá quiebre orgánico… de qué dimensiones?, ¿qué pasará con la marca DC, entendida como espacio al interior del cual convergen –hoy divergen- distintas identidades políticas y sus respectivas tradiciones?; ¿quiénes serían sus herederos legítimos?; ¿quiénes seguirían administrando sus patrimonios económico y cultural?; ¿quiénes seguirán hablando en nombre de la DC?
La crisis DC es, en consecuencia, un mix de tres fracturas que se expresan en una crisis de identidad que anula al partido como un “todo” al mismo tiempo que levanta identidades particulares que se enfrentan por la conducción política del conglomerado. En términos políticos, esta lucha de identidades se manifiesta en una crisis de convivencia que ha dejado de lado el diálogo y la cooperación entre “camaradas”.
Las tensiones internas se profundizan en el ciclo presidencial de las reformas. De hecho, el nudo político de la DC está configurado a partir de una contradicción que se viene arrastrando con mucha intensidad desde la conformación de la Nueva Mayoría y del gobierno que encabezaron. La coyuntura y el programa de las reformas obligan a tomar posición en torno a cambios y proyectos de ley que ponen en jaque diversos aspectos del orden neoliberal.
En ese contexto, la DC tuvo que tomar dos decisiones políticas fundamentales: modelo de sociedad y política de alianzas. Hoy, está enfrentada a la misma disyuntiva. Ruiz-Esquide, lo plantea de otro modo: la DC debe definir ¿qué quiere hacer y con quién quiere hacer?
Mientras, en el primer caso se trata de neoliberalismo y/o “contra” neoliberalismo; en el segundo, se trata de con quién –o con nadie- se comparte proyecto y ruta política: ¿con la derecha, con qué derecha, con la izquierda, con qué izquierda, con el PC o sin el PC, con el Frente Amplio o sin el Frente Amplio, con los liberales y/o con los socialdemócratas o con los radicales?
La respuesta a estas interrogantes, será decisiva para el desenlace de la crisis de la DC. El debate ya está desplegado.
De hecho, Burgos pide “claridad doctrinaria” y se declara defensor de la “iniciativa privada, el Estado Subsidiario y del crecimiento como un instrumento insustituible”. Otros, a su vez, son partidarios del lucro en la educación: “cuando se dijo que no se podía lucrar con la educación a ellos no les gustó”, afirma Yasna Provoste la electa Senadora de la Disidencia haciendo referencia al triangulo Aylwin-Walker-Martínez. A su vez, en el campo de la política surge la tesis Walker de la convergencia entre social-cristianos, social-liberales y social-demócratas. Del mismo modo, se buscan acercamientos con los radicales, se negocia y conversa con el Frente Amplio, la Derecha y con lo que queda de la Nueva Mayoría en busca de un lugar desde donde hacer oposición.
Ante la magnitud de las divergencias internas, ¿es suficiente una Junta, una nueva directiva y/o un Congreso Ideológico para neutralizar la crisis y evitar el Gran Cisma?
Del algún modo, el proceso de “desintegración” del partido comenzó a fines de los noventa y se profundizó con la expulsión de Adolfo Zaldívar en el 2007. Las renuncias han sido muchas. No han tenido mucho impacto político porque han sido individuales y a goteras. En el plano electoral, el declive ha sido sistemático hasta llegar a la gran derrota de noviembre pasado. Hace semanas conocimos lo que era un secreto a voces: la salida de 31 conspicuos militantes del grupo “Progresismo con Progreso” que lidera Mariana Aylwin. El ex Senador y figura moral de la DC, Mariano Ruiz-Esquide, ha mencionado que esta crisis es similar al cisma que desembocó en el MAPU y la Izquierda Cristiana.
La pregunta política: ¿van a continuar las renuncias individuales u orgánicas?
Todo indica que los grupos internos no pueden seguir conviviendo en el espacio político y cultural que llamamos Democracia Cristiana. Sin embargo, ¿es posible re-significar la convivencia y salvar el quiebre?
La respuesta se encuentra en la política. Desde el origen en la DC conviven dos almas: los reformistas y progresistas y los socialcristianos de raíz conservadora. Si bien, los nuevos tiempos han desdibujado la impronta progresista y socialcristiana y la han reemplazado por claves neoliberales, la esencia del conflicto sigue intacto en el sentido de que hay dos visiones de la sociedad y de la política de alianzas. La coyuntura, nuevamente, nos muestra el enfrentamiento de estos grupos internos.
No obstante, los contornos de ambos son difusos por la presencia de una yuxtaposición de grupos y posiciones políticas e ideológicas que generan un panorama más complejo de resolver a mediano y largo plazo. Este hecho, no obstante, facilita la resolución de la crisis. En rigor, neutraliza a corto plazo una crisis que tiene vida propia; y por tanto, un desenlace previsible.
La política, por tanto, es el espacio para resolver el conflicto. De hecho, ya hay operaciones que avanzan en esa dirección. Definirse como oposición y optar por la independencia es la fórmula que puede neutralizar el quiebre y/o la desintegración. Es más, muchos ven con buenos ojos la posibilidad de hacer un camino en solitario en cuyo fondo aparece un “desierto” que invita a ser recorrido. Walker, en esa dirección, plantea que ve a la DC como oposición que se va perfilando “con niveles crecientes de independencia”. Algo similar ha mencionado el histórico Caco Latorre.
¿Es viable esta salida política?
A mi entender, esta opción tiene poca viabilidad política a mediano y largo plazo no sólo debido a que sólo posterga decisiones fundamentales que exige la sociedad que emerge del proyecto neoliberal, sino también porque el trabajo legislativo y de oposición exige negociación y articulación con los otros partidos y/o parlamentarios. Una crisis de identidad requiere coherencia política e ideológica.
La independencia sólo va profundizar la tensión entre las identidades constituyentes del falangismo a mediano y largo plazo. Del mismo modo, si optan pactar –dependiendo del proyecto y de la coyuntura- con la derecha o con la izquierda el asunto a corto plazo va a generar condiciones para el quiebre. La DC, entre la espada y la pared.