Democracia y Política

Ley Seca 2015

Ley_secaDesde los mismos inicios de la democracia venezolana el tema de la seguridad vial, las comunicaciones terrestres y el tránsito nacional no ha recibido la atención necesaria e indispensable, dentro del listado de problemas que han aquejado y –gracias al chavismo- siguen aquejando aún más a la comunidad nacional.

Recuerdo una ida a la hemeroteca nacional, a buscar una información del año 1961 o 1962, y encontrarme por accidente –valga el juego de palabras- con esta noticia: una autoridad del gobierno anunciaba la creación –temporal, solo por unos meses, claro- del Terminal del Nuevo Circo de Caracas. Creo que estaremos todos de acuerdo en que esa fue una señal inequívoca de lo que nos iba a pasar. Porque al final de cuentas, nunca, ningún gobierno, ha tenido una política realmente racional, civilizada, honesta o sensata sobre las comunicaciones en nuestro país.

¿Quién en Venezuela no tiene un familiar, o un amigo, que no haya fallecido en un accidente de tránsito absurdo? ¿Quién no ha sido vejado alguna vez en alguna alcabala de la Guardia Nacional? ¿Cómo es que una democracia le entregó la vigilancia de las carreteras a una rama del ejército, una casta militar, un ejército de ocupación, que además se cree con el derecho de hacer lo que le dé la gana, violando toda clase derechos constitucionales? Explíquele a un amigo extranjero, amigo lector, que él va, digamos, por la I-95 en Florida, una de las Autobahn germanas, o la M1 inglesa, y de repente se encuentra con un puesto militar que, sin razones legales o de seguridad evidentes, puede interrogarlo sobre lo que le dé la gana al guardia de turno, registrar su vehículo -con suerte registren quizá sólo el vehículo-, y hacer todo ello sin que usted haya violado ninguna ley o sea objeto de búsqueda o sospecha. Y si usted viaja en autobús, y piensa que puede llevar a sus familiares en el interior algún producto escaso, prepárese: los guardias se encargarán de darles otro destino.

No los voy a cansar con una lista de percances, fallas, o carencias en nuestras carreteras, autopistas y caminos vecinales. La ceguera y falta de sensibilidad han caracterizado casi siempre a nuestros burócratas; su promedio de bateo en la materia que nos ocupa es tan bajo, que de ser jugadores de béisbol no calificarían ni para una liga amateur. En estos temas Venezuela con el tiempo no solo se ha quedado rezagada, sino que estamos más cerca de Haití que de Suiza, si a los extremos nos vamos. Por carecer, carecemos hasta de taxímetros (como un buen ejemplo de la carencia de medidas de modernización y regularización en el sector automotor), y el ejemplo perfecto de las políticas de planificación es el lamentable estado de lo que alguna vez fue una digna autopista: la Caracas-La Guaira; por no mencionar la autopista regional del centro.

Dicho lo anterior, era difícil entonces pensar que la ya tradicional ineficacia podía ser superada; hasta que llegaron los chavistas, claro, en especial con esa muestra rotunda de la inteligencia revolucionaria,  sus profundizaciones de los viejos decretos de Ley Seca, cima suprema de la estupidez humana –y también animal-.

 Lo primero: la medida de ley seca durante la Semana Santa –o el Carnaval- no puede considerarse como el inicio de una solución al problema de las muertes en carretera; es de entrada simplemente el deseo renovado de parte del Estado socialista de decirnos una vez más, en nuestras caras -cual adolescentes agarrados en delito flagrante- que la culpa, la irresponsabilidad es nuestra, tengamos carro o no, seamos responsables o no. Nos tratan como adolescentes castigados antes de cometer el delito.

 Para nada se toca el tema de la falta de señalización e iluminación adecuadas, de la inseguridad creciente, o del estado de algunas vías, francamente lamentable, mientras el chavismo, en su egolatría infinita, regala autopistas a otros países.

En segundo lugar, se obvia –como sucede siempre con este gobierno- las mil-millonarias pérdidas que sufre la empresa privada por tan absurda medida. Lo único que ha faltado es que les prohibieran a los curas tomar vino en las misas -a fin de cuentas, podrían aducir que los templos son sitios públicos. No me extrañaría ver a Maduro diciéndole al cardenal que, para practicar con el ejemplo, se cambiara el vino de consagrar por guarapo de papelón, que tiene la virtud adicional de ser muy refrescante.

En tercer lugar, a nadie en el régimen se le ocurre pensar en la necesidad de que dentro del festín obsceno de dinero que va y viene -la política de realazo limpio (bueno, más bien sucio) que este gobierno practica- podría haberse destinado aunque solo fuera durante las vacas gordas petroleras una ñapita para finalmente poner en buen estado nuestras vías de comunicación.

Asimismo, ¿a nadie se le ha ocurrido preguntarse por qué en Venezuela el gobierno no tiene controles adecuados de forma permanente, no como  ejercicios de «operativos» –tipo alcoholímetro- en las carreteras? asimismo, ¿Por qué al día de hoy no se ha obligado en verdad a los transportes de carga y públicos a usar el tacógrafo, en todas las vías de comunicación?

En lugar de la necedad de prohibir por prohibir, de controlar por controlar, de echar vainas por echar vainas, sería mucho más sensato crear una verdadera policía vial nacional, profesional y sin ataduras políticas y partidistas, con todos los instrumentos legales y tecnológicos modernos de control y prevención, con adecuadas medidas de información, y una legislación al día en todo lo relacionado con el tema, desde la forma como se adquiere la licencia de conducir –un auténtico chiste- hasta las sanciones para quienes sean descubiertos manejando bajo influencia alcohólica. Pero, no, pedirle eso a un gobierno como el actual es sencillamente utópico.

 

 

 

 

 

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