Me tomé una dosis de AMLOdipino y estos fueron los efectos secundarios
Bueno, no hablo de la medicina real: lo que hice fue escuchar con mucho detenimiento el largo discurso de cierre de precampaña de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Aquí les reporto los efectos secundarios de este osado experimento.
Primero sentí taquicardia. AMLO comienza su discurso con un cañonazo retórico: él estará a la altura de Hidalgo, Juárez y Madero, porque va a encabezar “la cuarta transformación de México”. Las tres anteriores fueron “la Independencia, la Reforma y la Revolución”. ¡Vaya arranque de discurso! Y uno se pregunta: si AMLO cree que tiene un destino manifiesto, ¿quién se atreverá a decirle que se está equivocando? ¿Quiénes serán sus Allende, sus Díaz, sus Pino Suárez, esos acompañantes de los héroes que trataron de advertirles de sus excesos y errores? ¿Ebrard? ¿Monreal? ¿Romo? ¿En serio?
Después comencé a sentir un adormecimiento del giro temporal inferior, la zona del cerebro encargada de reconocer los números. Y es que los discursos de AMLO usan muchas cifras, pero no las de los “tecnócratas corruptos” del INEGI, el Banco de México o Hacienda. Las cifras de este discurso emanan de la imaginación fértil del orador: “5.3 billones de pesos del presupuesto público, divididos entre 26 millones de familias del país, da para repartir 13 mil pesos mensuales a cada familia. Pero a ustedes les dan sólo 5 mil pesos mensuales en apoyos del gobierno. ¿Dónde están los otros 8 mil? ¡Se los robaron!”, le dice AMLO a su audiencia, que responde indignada por la desaparición de sus 13 mil pesos imaginarios. Y todo el discurso sigue así. Por ejemplo, el gobierno tendrá 500 mil millones de pesos extra y en cash cada año por concepto de “ahorros por la corrupción”. Con ese santo remedio alcanza y sobra para 2 mil 800 pesos mensuales de pensión por acá, tres mil 200 pesos de becas por allá, precios de garantía para el campo, seis refinerías en tres años. Todo aderezado con –hay que reconocerlo– muy efectivos soundbites: “vamos a cortar el copete de los privilegios”. O este, que es de primera: “si defender al pueblo es populista, pónganme en la lista”. AMLO maneja muy bien a su auditorio, no en vano lleva quince años en campaña presidencial.
Luego sentí mareos. Y es que todo el discurso tiene un solo eje argumentativo –poderoso y muy efectivo– sobre el que López Obrador da vueltas y vueltas: la pobreza es el principal problema de México, y de ella sólo se sale quitándole a “los de arriba” para subir los ingresos de “los de abajo”. A “los de arriba” se les puede quitar sin remordimiento, porque lo que tienen es excesivo, mal habido e inmoral, y porque AMLO en lo personal no se va a quedar con nada, solo lo va a quitar para repartirlo al pueblo. El orador confía ciegamente en el poder que tendrá su ejemplo. Por ejemplo, al hablar de los salarios de la alta burocracia, asegura que “él se bajará el salario a menos de la mitad del actual” y que así bajarán los salarios de todos (incluyendo los funcionarios de otros poderes) porque “nadie se atreverá a ganar más que el presidente”. Los ahorros en salarios, prestaciones y lujos de la burocracia serán más que suficientes para subir los ingresos de “los de abajo”, asegura, por lo que no habrá necesidad ni de subir impuestos ni de endeudar al país. No sé qué va a pasar cuando se dé cuenta de que la tajada fuerte del gasto público que tendría que cortar y redirigir no está en unos cuantos cientos de puestos de “los de arriba”, sino en la profunda red de dispendio, corrupción, y desorden de sindicatos, universidades públicas, falsos programas sociales, prestaciones laborales para burócratas de base y otros monstruos creados supuestamente para “los de abajo”.
Finalmente, sentí opresión en el pecho y angustia. Porque veo que el AMLO real no ha cambiado ni se ha moderado, como aseguran spots y voceros. Sigue manejando exactamente el mismo discurso populista que toma su energía del conflicto entre el pueblo y el no-pueblo. Sigue siendo el mismo demagogo que usa el poder de las palabras con plena consciencia de que activan la emoción y suspenden el juicio crítico de quien le escucha: “mafiosos”, “inmorales”, “peleles”, “traidores”. Sigue siendo el mismo que desprecia la división de poderes (“cosa de leguleyos”). Sigue siendo el mismo que ve y vive a México como si fuera un mural de Diego Rivera, con el maíz y el petróleo como emblemas de un país del siglo XX que no quiere –ni necesita, ni le interesa– ser país del siglo XXI.
¿Esta es la moderación anhelada? ¿Este es el AMLO 3.0 cuya campaña no se parece a las previas? Tal vez en spots sí cambió. Tal vez sus voceros aprendieron a describir a otra persona. Tal vez él se muerde la lengua en las entrevistas. Pero las palabras que López Obrador va repitiendo por todo México revelan que el AMLOdipino sigue teniendo la misma fórmula demagógica de siempre.
¿Estamos tan enojados que creemos que retacarnos de esta “medicina” es la cura a los males de la nación? ¿No deberíamos al menos pedir una segunda opinión?