Cultura y Artes

Luis Brito, fotógrafo en búsqueda constante

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Luis Brito, en Barcelona en enero de 2015. / JOAN TOMÁS

Ha muerto Luis Brito, fotógrafo venezolano que fue premio Nacional de Fotografía en su país en 1996 y director del departamento de Fotografía del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes entre 1971 y 1976. Además de participar en numerosas exposiciones en galerías y museos, trabajó para las revistas Imagen, Escena y Papel Literario. En el entorno internacional, publicó en Photo, Cambio 16, Fotografare y en los vespertinos italianos Paese y Corriere della Sera. En 1977 se trasladó a vivir a Roma para desarrollar un proyecto del Ministerio de Cultura venezolano, y luego, en 1980, se instaló en Barcelona. Fue uno de los fotógrafos de la galería Spectrum-Canon de Albert Guspi, donde expuso la serie A ras de Tierra, retratos de los pies de seres humanos de todas partes. La intensidad de aquellas imágenes presentadas en un formato casi de contacto llamó poderosamente la atención del público, y por ellas se le recuerda todavía hoy en España.

A finales de los ochenta regresó a su país, donde trabajó como retratista y reportero para instituciones y revistas, pero siempre que podía volvía a Europa, a Roma, a Barcelona, donde había dejado la semilla de su amistad y cierto liderazgo entre fotógrafos.

En los últimos años, la degradación de su país, el hundimiento del sueño bolivariano, empujó su imaginación hacia nuevas formas de denuncia en pequeños clips de vídeo en los que documentaba la decadencia de la autoestima y la pérdida de identidad de su pueblo. Por ejemplo, en lo que llamó Misión vuelvan mierda, la desintegración de las obras de arte en el espacio público de la ciudad de Caracas.

Su raíz popular, su humanismo, su alegría vital, le llevaron a la constante búsqueda de entornos puros, alternativos a la estampa oficial ya fuera del poder o de los otros. Subía a los barrios más peligrosos de Caracas para compartir con la gente cualquier tipo de rituales o festejos. Retrataba uno a uno a los habitantes de la colonia Tovar —un reducto alemán en la sierra del Ávila caraqueña—, desgranaba la fisonomía de los niños y los viejos en la apacible villa de Carora, al oeste del país, y en el este, en Río Caribe, su ciudad natal (1945), o en el Orinoco, donde compartía con los últimos indígenas el goce y la dureza de su realidad.

Todo para convencerse, por repetición, de que el hombre bueno no había dejado de existir. Que la ambición, la molicie que había inoculado el petróleo en la gente, el dinero fácil que se había agotado junto a la dignidad, no habían comprado ni vendido el alma de los venezolanos. Pero el malestar ante la violencia, ante la pasividad de quienes podrían ejercer el cambio, ante la injusticia y la arbitrariedad de la tiranía, la indiferencia de los poderosos ante las privaciones de los más pobres, el abuso cotidiano de los corruptos que acabaron con la clase media en su país, lo deprimían, lo desesperaban. Su débil corazón no aguantó esa presión y murió recién regresado a Caracas el pasado 1 de marzo, después de cinco meses de estancia en Europa.

La mística, la estética, la política, la lírica y la fuerza popular laten al unísono y dan vida a la obra total de Brito. Más allá del preciosismo de sus colores, de la exactitud de sus composiciones, el verdadero interés de su trabajo está en lo oscuro, en lo difícilmente apreciable, en lo indecible. Nos queda el tesoro de su archivo, como un mensaje de paz al oído de los que tendrán que vivir el ojo del huracán.

Laura Terré es historiadora de la fotografía y comisaria de exposiciones.

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