Democracia y PolíticaDerechos humanosPolítica

Wendy Guerra: Curar en Cuba

Tres mujeres compran medicinas en una farmacia de La Habana, en el 2013. La escasez de medicamentos persiste en Cuba. AFP/Getty Images

Justo en la esquina de la Coral Way y la 24 Avenida, el sábado pasado, en el adorable estudio fotográfico del artista Delio Regueral, se lanzó el libro Remembranza, que escribiera el doctor cubano Roberto Hernández.

Para curar las heridas primero se necesita nombrarlas. Les comparto algunas respuestas y anécdotas surrealistas contadas por su autor, tras este primer encuentro con el público del sur de la Florida. Pensemos que ahora mismo, en Cuba, hay un doctor lidiando con eventos similares.

–¿Cómo salió de Cuba un médico como tú en la década de los noventa?– le pregunté.

–En esa época solo si te hacías especialista tenías que esperar cinco años. Luego de una salida ilegal infructuosa y relatada justamente para el Miami Herald en septiembre de 1994, concluí mi tesis de especialidad; pero en el examen estatal les anuncié a todos, públicamente, que abandonaría el país.

Una miembro del G2 se apareció repentinamente durante mi acostumbrada guardia nocturna, amenazándome y me amenazó con la terrible idea de que podía acontecer un “accidente familiar” si no viajaba urgentemente. Cerraron el consultorio y tras las protestas de mis pacientes en Brisas del Mar por mi retiro forzado, me fui a “jugar ajedrez” a Rusia; pedí una visa de tránsito en España y allí me perdí en la muchedumbre de Barajas. Es decir que de Cuba fui expulsado; en lugar de ponerme trabas me forzaron al destierro.

A continuación me permito compartirles tres de las sorprendentes anécdotas recogidas por este doctor cubano.

“¿Neuritis óptica y polineuritis epidémica?”

El ministro Héctor Terry se hizo públicamente el harakiri, argumentando que la neuritis era un problema de alimentación, pero ¿era esto totalmente cierto?

Yo me preguntaba: ¿Será esto una neuritis epidémica? A nivel político se defendía la tesis de siempre, otro virus enviado por el imperialismo. Mientras estaba a cargo de esa enfermedad en las Playas del Este me enteré que había una vieja técnica controladora de masas en sistemas comunistas como Bulgaria y Checoslovaquia en el que se introducían ácido cianúrico en la dieta de la población. Se usaba en “periodos especiales”, etapas de rebeldía, momentos convulsos. Solo imaginen una masa sin opciones, bebiendo, fumando, comiendo col y soya en exceso, ambos cianurogénicos en esa condición y un alimento distribuido, enriquecido con soya.

La pasta de oca “enriquecida” y el picadillo de soya “enriquecido”… pero con qué. El cianuro reemplaza a la cianocobalamina (B12) y la mielina se sintetiza defectuosamente creando nervios de conducción lenta: Fue entonces cuando mi consulta se repletó de pacientes con neuropatía.

“El milagro a caballo”

Servicio Social. Zona: Maca Arriba. Guantánamo. Una lactante de cuatro meses gravemente deshidratada. Mi consulta estaba a 19 km de la carretera, no había luz eléctrica y el terreno resultaba intransitable.

Solo imaginen el siguiente cuadro:

Yo a caballo, cegado por la lluvia, la bebé amarrada a la parte baja de mi espalda, con una venoclísis (suero) introducido en su cuello, el frasco atado a mi cabeza, inclinado sobre el cuello del caballo. Sentía una lluvia pertinaz y fina como nieve de alfileres, pero sobre todo recuerdo el gemido constante, desconsolado de la bebé, y a ratos, el estornudo de la bestia. Necesitaba bajarla del caballo sin mover un centímetro aquella aguja, era peligroso rozar la yugular. Lo logré, no sé de qué manera me torcí y, bruscamente, tras cortar con mi machete las amarras, me vi tumbado en el camino, abrazado a la diminuta paciente, amortiguado por el fango. Corrí al borde de la carretera con ella en brazos, envuelta en mi camisa de contingente rural. Alguien paró en medio de la carretera y por fin nos dejaron en el hospital Agostinho Neto, donde, gracias a la Providencia, al fin fue socorrida. Al día siguiente, gracias a un aventón de un colega, solo caminé 19 km de vuelta a mi consulta, con ella a cuestas, sana y salva. ¿Dónde estará esa niña?

“Alumbramiento sobre la hierba”

Las embarazadas se remitían a la ciudad cuando alcanzaban las 36 semanas o sufrían severos riesgos. Esta joven, en cambio, era un caso especial. Una muchacha de campo, de muy fuerte carácter, llevaba evadiéndome casi un mes. Convencí al esposo de que necesitaba urgente atención médica, ya se encontraba a término y salimos –literalmente– a montearla. La muchacha no quería ser atendida, no deseaba parir, la situación psicológica de la futura mamá era bien compleja. El miedo la había paralizado.

No me sentía capaz de obligarla a parir, pero tanto ella como el bebé en camino se encontraban en serio peligro. Entonces su esposo y yo ideamos un exótico plan.

El muchacho, entrenado en su acostumbrado oficio de vaquero, jugó con ella a enlazarla, cuidadoso y preocupado logró atraparla a tiempo, y allí, en medio del campo, jugando en serio, emocionados, a punto del amanecer, logré realizar ese parto. Fue una presentación cefálica, la niña venía de cabeza. Hermoso alumbramiento en medio de la nada, nació sobre la hierba, entre plantas de café y árboles centenarios.

Cuando escuché el llanto de la niña me sentí aliviado, la envolvimos en las sábanas de la casa y cortamos, cuidadosamente con el machete, el cordón umbilical enredado entre las botas.

WENDY GUERRA: Escritora cubana residente en La Habana.

Botón volver arriba