Democracia y PolíticaÉtica y MoralPolíticaViolencia

Dejen que los educadores eduquen

 El Presidente Trump repitió el jueves su llamado a tener maestros «altamente entrenados» para sus aulas. Si estuvieran armados, afirmó,  podrían disparar de inmediato a los agresores en las escuelas como el joven con un rifle semiautomático AR-15 que acabó con 17 vidas en Parkland, Florida. Además, tuiteó, la información de que los profesores tienen armas propias disuadiría «al psicópata « de dirigirse a una escuela». Con su afición habitual por las letras mayúsculas, agregó, «¡LOS ATAQUES TERMINARÍAN!»

Así insistió Trump, cual loro, con un santo y seña cansón, repetido una vez más el jueves por Wayne Lapierre, el Vicepresidente Ejecutivo de la Asociación Nacional del Rifle. «para detener a un individuo malvado y armado, se necesita un individuo bueno armado», dijo Lapierre a una reunión de activistas conservadores. En realidad, es difícil saber quién estaba copiando a quién. El Presidente dijo más o menos lo mismo en una tormenta tuitera matutina que decía «una escuela libre de armas es un imán para la gente mala».

Vamos a preguntarle a alguien que está en las trincheras todos los días sobre lo que piensa de armar a los maestros. «Es difícil empezar a contar el número de formas en que esto es una mala idea«, dijo Chris Magnus, jefe de la policía de Tucson.

De entrada, el número de educadores pistoleros sería enorme. En los Estados Unidos hay alrededor de 3,5 millones de profesores de escuelas primarias y secundarias en instituciones públicas y privadas. Armando al 20 por ciento de ellos, como sugirió Trump, significaría tener aproximadamente  700.000  maestros con Glocks y armas similares en sus caderas — una fuerza armada equivalente a la mitad de las verdaderas fuerzas armadas de Estados Unidos en servicio activo. Uno puede imaginar a los padres con los medios para hacerlo rápidamente sacando a sus hijos de ese tipo de ambiente.

Más específicamente, muchos asesinos en masa esperan morir durante la realización de sus matanzas. Es casi risible creer que la propuesta del Presidente los disuadiría.

«¿Por qué pensamos que alguien que tiene ese tipo de problemas va a tomar decisiones racionales basadas en el hecho de que alguien en la escuela podría estar armado?» destacó Magnus.

Y luego está una realidad ineludible: los maestros son humanos. Esto significa que lo más probable es que reaccionen al miedo inducido por el estrés como cualquier otra persona, con consecuencias no intencionadas que podrían poner a más personas en peligro.

¿Queremos gente altamente entrenada en el uso de armas de fuego? El Departamento de Policía de Nueva York tiene alrededor de 36.000. Generalmente -a pesar de la creencia de algunas personas- ellos son muy cautelosos a la hora de disparar sus armas. Pero en situaciones de alto estrés, también son humanos. «Los oficiales de policía fallan mucho en situaciones de combate», señala John Cerar, un antiguo oficial al mando de la sección de armas y tácticas del Departamento.
 
 No se pueden encontrar estadísticas a nivel nacional sobre la precisión del tiro policial. Pero si Nueva York fuera un caso típico, los análisis demuestran que sus oficiales alcanzaron sus objetivos sólo un tercio de las veces. Y durante los tiroteos, cuando la adrenalina está realmente bombeando, esa precisión puede caer hasta un 13 por ciento. Mientras que Cerar piensa que los maestros armados podrían proporcionar alguna disuasión, dijo que la experiencia demuestra que «hagas lo que hagas, va a haber un problema asociado con ello.»
 
Un problema es la posibilidad de alcanzar a los espectadores y a los mirones. No es algo rutinario, pero sucede. Para citar sólo un ejemplo de 2012, dos oficiales de Nueva York dispararon y mataron a un pistolero en una calle muy transitada fuera del edificio Empire State. Pero también hirieron a otras nueve personas que fueron impactadas directamente por la metralla o por los rebotes de la misma.
No se necesita mucha imaginación para prever una situación en la que un profesor asustado, arrojado a una situación de combate — en un espacio abarrotado como un pasillo o un aula de la escuela — hiere a los estudiantes en el proceso de tratar de disparar a un pistolero.
La mejor manera de prevenir la amenaza de un delincuente con un arma es evitar que consiga el tipo de arma de alto poder de fuego que usó el asesino de Parkland, prohibir las armas de asalto y los cargadores de alta capacidad, y endurecer los controles de antecedentes personales.
En sus comentarios, el mendaz Sr. Lapierre dijo que los defensores de la restricción de armas buscan «erradicar todas las libertades individuales». De hecho, leyes de armas sensatas darían a la gente, especialmente a los niños, una mejor oportunidad para disfrutar del primero de los derechos inalienables mencionados en la declaración de la independencia: la vida.
 

Traducción: Marcos Villasmil

______________________________

NOTA ORIGINAL:

The New York Times

Let the Teachers Teach

The Editorial Board 

President Trump on Thursday repeated his call for “highly trained” schoolteachers to pack heat in their classrooms. If they were armed, the president said, they could fire back immediately at school shooters like the young man with an AR-15 semiautomatic rifle who took 17 lives in Parkland, Fla. Beyond that, he tweeted, the knowledge that teachers have guns of their own would deter “the sicko” from heading to a school in the first place. With his usual fondness for capital letters, he added, “ATTACKS WOULD END!”

Thus did Mr. Trump parrot a tired shibboleth repeated once again on Thursday by Wayne LaPierre, the executive vice president of the National Rifle Association. “To stop a bad guy with a gun, it takes a good guy with a gun,” Mr. LaPierre told a gathering of conservative activists. Actually, it’s hard to tell who was parroting whom. The president said much the same in a morning tweetstorm that said “a ‘gun free’ school is a magnet for bad people.”

Let’s ask someone who’s in the trenches every day what he thinks of arming teachers. “It’s hard to begin to count the number of ways this is a bad idea,” said Chris Magnus, police chief of Tucson.

For starters, the number of gunslinging educators would be huge. In the United States, there are about 3.5 million elementary and secondary school teachers in public and private institutions. Arming 20 percent of them, as Mr. Trump suggested, would mean 700,000 or so teachers with Glocks and the like on their hips — an armed force half as large as America’s real armed forces on active duty. One can envision parents with the means to do so swiftly yanking their children out of that sort of environment.

More to the point, many deranged mass murderers expect to die themselves during their killing sprees. It’s almost laughable to believe that the president’s proposal would deter them.

“Why would we think someone who has those kinds of problems is going to make rational decisions based on the fact that someone in the school might be armed?” Chief Magnus said.

And then there’s this inescapable reality: Teachers are human. It means they would most likely react to stress-induced fear the same as anyone else, with unintended consequences that could put even more people in peril.

You want people highly trained in the use of firearms? The New York Police Department has about 36,000 of them. Generally, despite an impression held by some people, they are restrained in firing their weapons. But in high-stress situations, they’re human, too. “Police officers miss a lot in combat situations,” said John Cerar, a former commanding officer of the department’s firearms and tactics section.

Nationwide statistics on police shooting accuracy are not to be found. But if New York is typical, analyses show that its officers hit their targets only one-third of the time. And during gunfights, when the adrenaline is really pumping, that accuracy can drop to as low as 13 percent. While Mr. Cerar thinks armed teachers could provide some deterrence, he said that experience shows, “Whatever you do, there’s going to be a problem associated with it.”

One problem is shooting bystanders. It isn’t routine, but it does happen. To cite just one example, from 2012, two New York officers shot and killed a gunman on a busy street outside the Empire State Building. But they also wounded nine other people who were hit directly or struck by shrapnel from ricochets.

It takes little imagination to foresee a situation in which a frightened teacher, thrown into a combat situation — in a crowded space like a school hallway or classroom — wounds students in the process of trying to take out a gunman.

The best way to prevent the threat of a bad guy with a gun is to keep him from getting the sort of battlefield weapon the Parkland killer used, by banning assault weapons and high-capacity magazines, and by tightening background checks.

In his remarks, the mendacious Mr. LaPierre said gun restriction advocates seek to “eradicate all individual freedoms.” In fact, sensible gun laws would give people, especially children, a better chance to enjoy the first of the inalienable rights mentioned in the Declaration of Independence: life.

Un comentario

Botón volver arriba