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Un enemigo llamado internet

Cubanos en un parque con conexión wifi. (MACLEANS.CA)

Ha ido llegando a la Isla, pero no como la canción, sino con poca bulla, casi subrepticiamente. También hace mucho que el pueblo lo está esperando. El pueblo, porque para los inmunes a las «desviaciones ideológicas» hace rato internet es una realidad, un privilegio. Aun así, de ningún modo será enteramente libre porque la red de redes sin censuras —excepto las delictivas, terroristas—, es la mayor amenaza que sobre el Gobierno cubano pesa en los últimos años.

Como la interconexión mundial es por poco una inevitable realidad, el régimen trabaja de manera acelerada en completar una «intranet» a modo de escudo informativo. En continuar el bloqueo de páginas «peligrosas«, contrarias al dictamen partidista. Y la prensa oficialista cubana tiene la encomienda de desalentar sino satanizar internet, dándole el rango de enemigo público número uno, acusándolo de «dominar el espacio y los flujos de contenido para subvertir el orden interno en nuestro país» (Granma: enero 20, 2018).

Es cierto que internet, como la energía nuclear o cualquier otro avance tecnológico, lleva en sí el bien y el mal. Instrumentos en manos de los hombres, son ellos quienes deciden en última instancia su uso o abuso. Ningún país esta exento del uso delictivo o terrorista de las redes. Para las naciones democráticas, es un dilema permitir el libre acceso, y al mismo tiempo vigilar los posibles actos violentos estimulados en el ciberespacio. Es la lucha natural del ser humano: gozar de la libertad sin renunciar a la responsabilidad.

En este mismo momento hay un fuerte debate a nivel popular —desgraciadamente no en el Legislativo— sobre el uso de armas, y algunas restricciones a la privacidad y la confidencialidad cuando de transtornos mentales y armas se trata. Pero a nadie se le ocurre limitar internet o el derecho a portar armas de poco calibre. Cada día amanecemos por acá con un nuevo escándalo en torno al Ejecutivo; sean chismes, fake news o verdades comprobadas, a nadie se le ocurre cerrar una estación de televisión, un periódico, bloquear una página digital. A lo máximo que se puede llegar es a la réplica, a veces con un tuit de madrugada.

Lo que sucede en Cuba, y de ahí se desprende todo lo demás, es que lo diferente a la narrativa oficial es considerado peligroso, subversivo, terrorista. Partiendo de esa inmodestia, de que es el régimen quien posee siempre la razón total, y que quienes tienen otras opiniones están equivocados o son simplemente enemigos —a los que, por supuesto, hay que silenciar por las buenas o las malas—, es comprensible que internet en la Isla sea «un potro salvaje al que hay que domar».

Pero poniéndose en sus pies, quizás tendrían motivos para preocuparse. Imaginemos por un momento que el pueblo cubano se entera de cosas que desconoce de su propio país, de su propia historia. Que todo cuanto se le ha dicho por seis décadas no es cierto, o tiene otras aristas, o sencillamente hay versiones sobre un mismo hecho, todas igual de creíbles. Sorprendería, por ejemplo, la desacralización de los héroes «revolucionarios», algunos no tan héroes ni tan revolucionarios. Un cubo de agua fría ideológica caería sobre las cabezas de los cubanos al saber que el comunismo fue negado una y mil veces por quienes poco después —como los peores mentirosos— se desdijeron otras mil y una veces.  

Pero es el plano internacional donde el «daño» de internet seria invaluable. Y no porque se trate de una «guerra psicológica», sino porque las «armas» son simples y sencillas: la verdad de las cosas. Así, el pueblo cubano debería conocer que los 20 países más prósperos del planeta tienen economía de mercado y elecciones democráticas, pluripartidistas. En cambio, los países comunistas de corte estalinista —solo dos, Cuba y Corea del Norte— son un fracaso económico y social. Debería saber que la Revolución Bolivariana es rechazada por el 70% de los venezolanos; y que Evo Morales pretende eternizarse en el poder mediante subterfugios ilegales.

Es en el campo de los avances tecnológicos y científicos donde los internautas mediatizados cubanos tendrían motivos para lamentarse. Casi no pasa un día en que las ciencias y la técnica norteamericanas establezcan nuevos avances. Y no solo son norteños los autores. En las universidades norteamericanas —ocho de las 10 mejores del mundo están acá— hay rostros de todos los confines de la Tierra.

Los cubanos tendrían que conocer que, en realidad, la potencia medica está en los países no comunistas, democráticos. Y que a pesar de que en EEUU la atención primaria es inferior a algunas naciones europeas y Canadá, eso no invalida que algunos de los mayores y mejores hospitales del mundo en trasplantes, cáncer y cirugía robótica estén en Houston, Nueva York y Pittsburgh.

También en el plano cultural el libre acceso a internet sería la primera ventana de los cubanos de la Isla a sus propios artistas y escritores, muchos ya fallecidos sin que las obras se difundieran entre sus compatriotas. La lista es demasiado larga para mencionar nombres. El «perjuicio» no sería poder leer la obra, oír cantar a alguien o disfrutar la escultura de otros, sino saber, de pronto, que un Gobierno ha limitado el disfrute estético de sus nacionales por varias generaciones debido a que esos artistas no comulgaban con la ideología imperante. Crímenes de lesa cultura, que no prescriben, y que sin duda, pasarán cuenta.

Si el régimen cubano tiene el apoyo mayoritario de la población, comprobable en lo que llaman elecciones; si en torno al partido único hay unidad de criterios y conciencia de que el socialismo es la única opción viable para Cuba, ¿por qué no permitir la verdadera confrontación ideológica a través de internet? ¿Cómo es una «batalla de ideas» sin ideas? ¿Quién es «enemigo» de quién? O parafraseando a Orlando Contreras, uno de los «apátridas invisibles»: «Enemigo… ¿enemigo de qué?»        

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