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El Gobierno y la oposición juegan en canchas distintas

 

Uno de los pocos debates entre la oposición y el Gobierno ocurrió en 1996 entre el líder del exilio Jorge Mas Canosa y Ricardo Alarcón presidente de la Asamblea Nacional. (Captura)

El Gobierno comunista nunca ha vencido a la oposición, puesto que jamás ha competido con ella. Una cosa es apresar, reprimir,  golpear, difamar, expulsar de empleos y escuelas a quienes no repiten el libreto oficial y haber fusilado, pero otra muy distinta es vencerlos políticamente.

Durante décadas los dirigentes oficialistas de Cuba, incluyendo a sus máximos líderes, han evitado coincidir con los opositores en los mismos eventos, debates y espacios físicos o virtuales. Cuando ha sido imposible evitar esa cercanía, la mayoría de las veces explotan el encuentro con gritos y sabotajes, mientras que otras pierden en el terreno de las ideas ante sus contrincantes, por amplio margen.

A pesar de tantas iniciativas, alianzas, reuniones, declaraciones y proyectos alternativos que existen actualmente en el ecosistema político de la Isla es cierto que no se observa una incidencia directa de éstos en la realidad nacional, donde sigue imperando de forma absoluta la voluntad del Partido Comunista.

Ante este panorama, sería fácil concluir que se trata de un problema derivado de la incapacidad intelectual o la falta de atributos morales de cada persona que se ha opuesto al sistema a lo largo de la historia. Al menos eso quieren que pensemos desde el laboratorio del “aparato”.

Sin embargo, la realidad, enemiga acérrima de cualquier absolutismo, demuestra que en cada momento de la historia existieron brillantes cubanos, de todas las ramas del saber y la cultura, que alzaron sus voces y sacrificaron todo para lograr cambios democráticos, incluyentes y justos en la política del país.

Muchos jóvenes desean participar en la vida pública nacional, unos proponen cambios más profundos que otros, pero prácticamente nadie quiere que Cuba siga estancada

Los tiempos que corren no son la excepción. Muchos jóvenes desean participar en la vida pública nacional, unos proponen cambios más profundos que otros, pero prácticamente nadie (incluyendo los que aún son parte del sistema) quiere que Cuba siga estancada en el lodazal en que hoy se encuentra.

Todos tratan de hallar un espacio para sus iniciativas, sea a través de una revista digital o de un movimiento político, pero fuera del escenario concreto donde se toman las decisiones trascendentales del país.

Las redes sociales, especialmente Facebook, los eventos que promueven algunas fundaciones, institutos y academias de la región, determinado sector del exilio, y alguna que otra “oreja” diplomática se han convertido en los receptores por excelencia del lenguaje, las propuestas, el carisma y las razones que se esgrimen con calidad y coherencia desde esta oposición diversa y creciente.

Mientras esto ocurre, en el interior de Cuba es el Gobierno quien, de forma privilegiada, se reúne cada mañana con los estudiantes de todas las enseñanzas, desde los círculos infantiles hasta las aulas de doctorado. Es el Gobierno quien decide qué van a ver, oír, y leer la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Ese mismo Gobierno, reconocido por todos los países del mundo, firma tratados y acuerda proyectos con Estados, empresas e instituciones internacionales pero -a diferencia de otras naciones- no permite que la oposición participe en la definición de esas políticas. También le impide ejercer su derecho a existir legalmente o estar representada en el Parlamento.

El Gobierno y la oposición llevan décadas jugando en canchas distintas. Poco importa si los líderes de la sociedad civil son honestos, dicen la verdad, asumen las consecuencias o proponen las mejores ideas para que Cuba prospere, si a quienes van dirigidas esas agendas y proyectos no puede escucharlos ni apoyarlos de forma segura y abierta.

La disidencia puede seguir colando goles en su propia cancha pero mientras los dirigentes comunistas sigan haciendo lo mismo en la suya, se trata de un juego monótono e improductivo, además de provocar que los espectadores (electores) abandonen los estadios mientras a cada lado del campo las escuadras se miran su propio ombligo.

Ese cubano que observa y se desespera desde las gradas no solo es el principal beneficiario de un mejor futuro, sino que constituye también la única fuerza que puede hacer posible una verdadera y sana competencia política en Cuba. Solo ese ciudadano puede lograr que de las diferencias entre ambos bandos broten las mejores soluciones.

La portería es el futuro y ya va siendo hora de que unos jugadores dejen de excluir a otros, porque al país le urge anotarse algunos tantos.

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