Péter Nádas y la confianza
A comienzos del 2009, en plena tormenta financiera mundial, los directivos del Banco Nacional de Hungría tomaron una decisión poco usual: le pidieron al novelista, ensayista y dramaturgo húngaro Péter Nádas (autor, por ejemplo, de la excelente novela “Libro del Recuerdo”) que les diera una conferencia. El autor probablemente se preguntó ¿de qué puedo hablarles a los expertos banqueros y financieros de mi país? Bueno, los señores querían que Nádas les ofreciera su visión de qué es la confianza. Como afirma Irene Lozano, “no querían un producto, querían que creara cultura.”
No se necesita ser un gran escritor, o un banquero experto, para saber que la confianza es una parte esencial del hecho humano, y específicamente de las diversas relaciones económicas. Ello está demostrado por miles de años de intercambios y de negociaciones. No obstante, es una de las variables menos comprendidas y más difíciles de medir. Durante la supremacía del modelo de la economía neoclásica, y su supuesto actor racional, la confianza era considerada un asunto menor, un hecho meramente subjetivo. Gracias a los descubrimientos recientes en psicología, en especial los llamados prejuicios cognitivos, que demuestran el papel central de las emociones en la toma de decisiones, la confianza ha obtenido preeminencia en el debate económico, especialmente dentro del llamado modelo de la economía del comportamiento, hoy de moda. Y es que, la confianza, la fe, las expectativas, son todas muy frágiles y, luego de perdidas, su recuperación no es fácil.
Contrario a lo que piensan y practican muchos de los sargentos y capitanes de industria y de gobierno de algunos de nuestros países, muy acostumbrados a la trampa, a la zancadilla y a la burla de la palabra empeñada, no hay relación financiera seria, de ningún tipo, que no se base en la confianza. Gracias a ella, se pueden concretar acciones en el presente y hacer promesas sobre el futuro.
Un billete norteamericano dice “In God We Trust”. Debería decir, más bien, “In Government We Trust”, afirma Andy Haldane, Director Ejecutivo para la Estabilidad Financiera, del Banco de Inglaterra. Porque cuando se pierde la confianza en la moneda, lo que viene es hiperinflación y crisis económica general. Y ello ha ocurrido muchas veces, a tal punto que podría afirmarse también que la historia de las finanzas es la historia de las sucesivas pérdidas de confianza en las instituciones económicas, en sus actores, en sus reglas, en sus resultados.
¿Qué les dijo Nádas a los banqueros húngaros? Entre otras cosas, que la confianza es algo muy especial, por ello la importancia que le dan las parejas enamoradas, los gobiernos, o los socios de negocios. La confianza es primordial, temporal, típica de todos los mamíferos, y muy probablemente vinculada a la maternidad y al cuidado maternal. Es asimismo imprescindible para la supervivencia o la reproducción, tanto de los seres humanos como de los animales, especialistas ambos en eliminar la desconfianza de otros, así como de abusar de su confianza.
Nádas revisó la etimología de la palabra en las diversas lenguas europeas. En francés (confiance), significa promesa, e incluso fe; está en la vecindad de la esperanza. En húngaro, se coloca entre la necesidad y la inevitabilidad. En italiano hay dos palabras, con significados diferentes: confidenza y fiducia. La palabra latina (confidentia) presenta el fenómeno en un estado de transición, una promesa no cumplida. En el alemán (vertrauen), en cambio, no hay transición, y partiendo de una decisión ética preliminar, se va directo al grano. Nádas también mostró sus vínculos –en función de las principales religiones- con conceptos como “fe” o “compromiso”, concluyendo con una afirmación en el área de experticia de los señores banqueros que quizá no les causó mucha gracia: el capitalismo sin control, tiene tintes premodernos e implica una regresión cultural de consecuencias inciertas.
La última crisis económica mundial, de hace pocos años, tuvo la característica fundamental de que sus efectos fueron más globales que nunca. Y por ello, la pérdida de confianza también fue global. Poco a poco, la mayoría de los países se ha acercado a una recuperación lenta, pero constante. Hay, sin embargo, excepciones, una de ellas, lamentablemente, Venezuela. En Venezuela hemos perdido, progresivamente, el símbolo más conspicuo del consenso promovedor de confianza, la sonrisa. Y todo consenso debe cultivarse y mantenerse vivo no mediante declaraciones, o cadenas de tv y radio, sino a través de las diversas instancias de diálogo que deben existir en toda sociedad democrática.
El capitalismo, después de la segunda guerra mundial, no estableció la igualdad, pero hizo un esfuerzo por balancear su ausencia a través de instituciones sociales que aseguraban igualdad de oportunidades y seguridad social, obteniendo con ello la confianza ciudadana. En los últimos veinte años, nos recuerda el escritor húngaro, el déficit de confianza en el capitalismo y en la democracia ha crecido en paralelo. Y ello es así aunque las causas de la crisis financiera y el desencanto con la política no son idénticas en las viejas y nuevas democracias. Lo que se reclama y protesta en Paris o Londres no es necesariamente lo mismo que se exige en Buenos Aires o Budapest. Y es que las historias locales, con sus desarrollos culturales, también deben tomarse muy en cuenta.
Quienes no confían ni buscan crear confianza se transforman, consciente o incluso inconscientemente, en simuladores. En política, simulan hablar a favor del pueblo; simulan creer en el bien común; simulan ser honestos y respetuosos de la ley. Una de las características que le cabe muy bien al régimen que padece Venezuela es el de ser un gobierno de especialistas en la simulación y su dilecta hermana, la mentira.
Nádas nos recuerda que “en el uso simulador del lenguaje los términos permanecen indefinidos, con el fin de permitir a los interlocutores cultivar, con desenfreno, sus sistemas de falacias y de fantasmagorías, que les sirven para encubrir sus actividades ilegales.” Para todo simulador la carencia de claridad discursiva no es un obstáculo para la expresión, sino más bien su precondición.
Lo que no sabe un simulador es que sin capacidad para crear confianza el hombre no puede sobrevivir. Porque la confianza conduce al ser humano a balancear convicción y responsabilidad, además de las demandas y obligaciones. Lo contrario, la simulación, el engaño, llevan a la inevitable procura de la astucia como técnica de uso constante.
Si lo expresáramos políticamente, la confianza es democrática, mientras que la simulación es tiránica y dictatorial. La confianza es el basamento de la política, la simulación es esencialmente antipolítica, y por desgracia ha abundado siempre. Esa es la razón que lleva a Hannah Arendt a afirmar que “nada ha tenido tan corta vida en la historia como la confianza en el poder.”
Las fallas de la política y la economía hoy conducen en buena medida a una indetenible pérdida de confianza de los ciudadanos en sus liderazgos públicos y privados. Y no es con dinero, no es con medidas demagógicas, o con decisiones populistas que se gana de nuevo la elusiva confianza de los ciudadanos.
Es que, aparte del amor, como dice una conocida canción de Los Beatles, hay otras cosas que el dinero o la palabrería vacía no pueden comprar. Una de ellas es la confianza.