Pescadores en el río del dolor
Concentración en Almería en repulsa por el asesinato de Gabriel, el niño desaparecido hace doce días. FRANCISCO BONILLA (EL PAÍS). VÍDEO: EPV
Siempre hay que contar con la tómbola de los oportunistas tratando de rentabilizar una conmoción colectiva –aquí políticos con el debate de la prisión permanente, machistas y hembristas bajo la sombra del 8M, medios explorando el clickbait con titulares para excitar a la turba de las redes– pero ya es decepcionante que ni siquiera la muerte de Gabriel diera para un pequeño luto colectivo respetuoso. Resulta descorazonador que hubiera de ser la madre quien saliera, con el niño de cuerpo presente, a tratar de frenar el caudal de rabia y odio, apelando a que no se arrastre la memoria de su Gabriel a esa ciénaga. Con la grandeza casi irreal de un alma grande, como si fuese un estereotipo de madre concebido por un guionista de Pixar para proteger a su pescaíto en el río revuelto de la realidad, la madre de Gabriel ha puesto a la sociedad ante un espejo bochornoso.
Gabriel y la presunta asesina, Ana Julia Quezada
Tras la detención de la presunta asesina, tardó poco en desatarse un proceso alucinante que parecía un tercer tiempo del 8M. Por más que la cuestión del género parecía irrelevante en ese momento –siendo la asesina aún presunta, y con el niño de cuerpo presente– afloraban tuits ásperos con vocación de ajustes de cuentas entre machistas y hembristas, tal vez por la proximidad del 8M. La muerte del niño servía de coartada sobre todo para trolls desde el anonimato. Del lado machista, todo era previsible; del lado hembrista, o incluso feminista, la incomodidad ante sus consignas aún frescas tipo ‘con la mujer no habría guerras’ o ‘la mujer no mata porque su instinto es la vida’. En fin, ya se sabe que a Thatcher o Golda Meir se las despacha como mujeres con rol de hombres; y estos últimos años se han publicado estadísticas apuntando que la mayoría de las muertes de niños, incluso más de dos tercios, se deben a sus madres. El maniqueísmo empaña los debates de género, sobre todo cuando ese ni siquiera es el debate.
Otra idea fuerza: “El discurso del odio es por ser mujer, inmigrante y negra…”. La frase se le descontextualizó a algún periodista –para escándalo, por cierto, de quienes días atrás habían entrecomillado en boca de Rivera el falso titular de ofrecerse a liderar el feminismo– pero en efecto es una idea repetida en las redes, abonada por los peores exabruptos. Claro que el discurso del odio contra el Chicle tras ser detenido por la muerte de Diana Quer no era por ser hombre, español y blanco, o el discurso del odio contra Bretón por militar y andaluz… porque, en definitiva, el discurso del odio sobre todo en casos con seguimiento mediático intenso surge de una empatía identificándose con la víctima. Plantearse alguna clase de #MeToo en estos casos es delirante.
Entretanto, el debate de la prisión se ha llevado hasta la misma capilla ardiente. Y se está haciendo trampa. Preguntan: ¿La prisión permanente revisable hubiera evitado la muerte de Gabriel? Pues claro que no, pero la cuestión es otra: ¿La prisión permanente revisable es una condena más justa y eficaz para la asesina de Gabriel? Ese debate resulta interesante; e incluso para quienes desconfiamos de endurecer más un Código Penal ya severo, sería deseable asistir a un debate solvente con argumentos sustentados en datos, no cocinado en el caldo de cultivo del horror colectivo. Lejos de eso, Ciudadanos ha tenido una actuación ventajista, brujuleando demoscópicamente a rebufo del PP. El ventajismo de Hernando ante el cadáver de Gabriel es inefable.
Las malas prácticas periodísticas abonan, por supuesto, este escenario. A menudo los medios se justifican como espejo de la sociedad, pero sólo son el espejo de mal periodismo. Tras fomentar el morbo, la coartada es servir a los deseos del público. La lógica es ‘te doy esto hasta acostumbrarte para que tú lo pidas, y entonces justifico el dártelo en que tú lo pides’. El sensacionalismo ha campado, y los panfletos radicales a derecha e izquierda han fomentado el revanchismo. Se podrá reprochar, y es un debate universal, que todos los medios se han movido por la línea roja de las fuentes sin identificar o el secreto del sumario urgidos por sacar titulares más o menos innecesarios. Pero el problema va mucho más allá. Y se han leído titulares en medios digitales completamente inaceptables. El periodismo ha de marcar distancias con esa clase de periodismo. Como la política debería marcar distancias con esa clase de política. Es una imagen seriamente descorazonadora que la ejemplaridad tuviera que recaer en manos de la madre de Gabriel.