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La ideología como atentado contra la conciencia moral

«La muerte de Sócrates» (1787), de Jacques-Louis David

Hay un sketch, de Monty Python, donde, en un partido de fútbol, compiten los filósofos griegos contra los filósofos alemanes. Entre los griegos destacan Sócrates, Platón y Aristóteles, mientras que entre los alemanes lo hacen Hegel, Marx y Nietzsche. Después de un encuentro disparatado, ganan los griegos por un golazo de Sócrates. Este final es mucho más significativo de lo que puede parecer a simple vista.

Sócrates había sido el modelo indiscutido de la filosofía durante la antigüedad, el Medioevo, e incluso hasta el comienzo de la edad moderna. Todavía se sienten fuertes ecos de su pensamiento en Kant. El gran aporte de Sócrates a la filosofía es el intento de conceptualizar qué es lo bueno para el hombre en tanto hombre, lo cual se expresa en el intento de definir la esencia humana, cuya consecuencia es orientarnos en el sentido legítimo de la vida.

La generación posterior a Kant, el movimiento romántico filosófico, tratará de eliminar a Sócrates como paradigma de la actividad filosófica. ¿A qué se debe este giro en la tradición filosófica? En La Traición de los intelectuales (1927), Julien Benda explica que la vocación filosófica de Sócrates consistía en reflexionar sobre cuáles eran los principios morales y cuestionar las políticas de la ciudad que no se atuvieran a ellos. Sócrates es la conciencia que trata de evitar la tiranía de las pasiones políticas. Para Benda esa es la misión que los intelectuales deberían honrar.

Con el romanticismo filosófico alemán, continúa Benda, aparece un nuevo tipo de intelectual: el filósofo que exalta no la razón, sino las pasiones, especialmente las nacionalistas. El término nacionalista no significa querer a la nación; significa colocar las pasiones políticas, especialmente el odio, por encima de los principios morales. Este nuevo filósofo no se preguntará qué es el bien sino que lo dará por supuesto y se dedicará a fundamentar el tipo de tecnocracia que considere oportuna para realizar un modelo político.

El nacionalismo contra Sócrates

Fichte fue uno de los primeros seguidores de Kant. Aunque no se dedica a descalificar a Sócrates, Fichte cedió ante el egoísmo nacionalista en contra del idealismo moral. De esa forma reduce la religión al culto al Estado. La divinización del realismo moral, en lo que particularmente consiste el patriotismo, se expresa con la mayor sinceridad en los Discursos a la nación alemana. Fichte se yergue contra la pretensión de la religión de colocar la vida superior al margen de todo interés por las cosas terrestres.

A pesar de las diferencias de Hegel con Fichte, continuó su labor de criticar los principios éticos en nombre del culto al Estado. Además, se dedicó a revaluar, y también devaluar, el lugar de Sócrates en la historia de la filosofía. Según Hegel, si bien Sócrates tenía el derecho a criticar a su ciudad, también Atenas tenía el derecho de ejecutarlo.

Para Hegel, Dios es la consciencia de la humanidad en su devenir histórico. Por esto, Hegel toma partido por el inmanentismo radical contra la trascendencia platónica. Une al cielo y la tierra en evidente contraste con la filosofía de Platón. Según Platón, el amante de la verdad, el filósofo, es decir, Sócrates, busca salir de la oscuridad de la caverna para alcanzar la luz de las ideas, mientras para Hegel la caverna no tiene salida. A los que están dentro de la caverna se les advertirá que su función filosófica queda restringida a explorar solo lo que está en el interior de la caverna. No hay nada que buscar fuera de ella. Hegel cortó la mitad superior de la Línea Dividida de Platón, tapió la cueva, y hasta apagó el sol.

Clase y superhombre contra Sócrates

Después, Marx critica a Hegel. Estima que es demasiado idealista. La consciencia debe estar determinada por las condiciones materiales de producción. Eso significa que se da un paso más hacia el inmanentismo. Marx no exalta la nación, sino la clase social. La pasión política no va dirigida contra los otros países sino contra los otros estamentos de la sociedad. El deber no es a favor de la humanidad sino de la revolución. Esto le impone al filósofo (Tesis 11 sobre Feuerbach) el dejar de contemplar al mundo y el dedicarse a transformarlo.

La invitación de Marx es muy seductora, pero es la tentación de la serpiente en el Edén. Si el filósofo abandona su vida comprometerá su visión desapasionada y desinteresada, y será infiel a su vocación de captar los principios morales para ser crítico de los poderes establecidos.

Más adelante, Nietzsche denunciará que el socialismo todavía contiene elementos de la moral cristiana. La filosofía de Nietzsche se caracteriza por su intento de devaluar a Sócrates aún más que Hegel. Lo acusa de ser el culpable de la decadencia griega.

En El origen de la tragedia, Nietzsche había convertido a Sócrates en el blanco de su implacable polémica, atribuyéndole el haber destruido con su racionalismo, su moralismo y su optimismo apolíneo, el divino mundo de la pasión, el instinto y el pesimismo dionisíacos que se habían afirmado en la tragedia y en la filosofía presocrática como expresión de la desbordante salud del espíritu helénico.

Para Nietzsche, la moral original de los griegos era la homérica, donde los aristócratas dan rienda suelta a sus pasiones, especialmente a su instinto guerrero, por encima de las consideraciones morales, mientras que la filosofía socrática invita a subordinar las pasiones a la razón y a la ética.

Para Nietzsche el sentido de la vida no está en el servicio a la humanidad, sino al servicio del superhombre, quien solo obedece a sus pasiones y a la voluntad de poder, no a la moral. El pensamiento de Nietzsche está dominado por la idea del progreso despiadado, el cual está más allá de la nación y de la clase.

Si Hegel nos encerró en la caverna platónica, por lo menos nos permitió que nos iluminásemos con la hoguera encendida en su interior. Nietzsche, apaga a ese titubeante fuego a fuerza de martillazos.

La persistencia de Sócrates

En un primer acto, hemos observado a los metafísicos, posteriores a Kant, subordinar sus especulaciones a la exaltación de la propia patria y a la degradación de las demás. De esa forma, su inteligencia filosófica se coloca al servicio de la voluntad de dominio de sus compatriotas. Fichte y Hegel consideraron, como término supremo y necesario para el desarrollo del ser, el triunfo del mundo germánico. Es evidente el efecto perverso de estas ideas sobre la historia del mundo.

También hemos visto que los filósofos alemanes han predicado este realismo moral no sólo a las naciones sino también a las clases. A la clase obrera les han dicho (lo mismo es válido para la clase burguesa): organícense, háganse más fuertes, apodérense del poder o consérvenlo a toda costa. A la otra clase hay que derrotarla y someterla. Sin consideración, compasión o justicia. Así lo quiere la necesidad histórica.

En el último acto la necesidad histórica se convierte en exigencia de la moral estética: quererse fuerte es señal de un alma elevada; quererse justo, es señal de un alma baja. Tal es la lección de Nietzsche.

Cuando un intelectual se enfrenta con los poderes políticos en nombre de los principios morales, inmediatamente es perseguido, apresado y hasta ejecutado, como sucedió con Sócrates. Una prueba de que su consciencia ponía en peligro el estatus quo. Ninguno de los otros filósofos que hemos mencionado pasó la prueba de convertirse en la molesta consciencia moral de su sociedad.

Lo que mejor ilustra la diferencia, entre el magisterio socrático y el inmoralismo político, es la célebre réplica de Sócrates a Calicles, el sofista que exalta la voluntad de poder por encima de cualquier consideración ética:

“Tú también, Calicles, haces ahora algo muy semejante. Elogias a hombres que obsequiaron magníficamente a los atenienses con todo lo que éstos deseaban, y así dicen que aquellos hicieron grande a Atenas, pero no se dan cuenta de que, por su culpa, la ciudad está hinchada y emponzoñada. Pues, sin tener en cuenta la moderación y la justicia, la han colmado de puertos, arsenales, murallas, rentas de tributos y otras vaciedades de este tipo«. (Gorgias, 518 e-519 a).

Las sociedades necesitan menos símbolos de poder material y más crecimiento espiritual. La misión del filósofo es recordar a los pueblos y a los gobiernos cuáles son los principios éticos. Esa es la anotación que Sócrates parece estar en capacidad de hacer a los abogados de la tiranía de las pasiones políticas de todas las épocas.

 

 

 

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