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Armando Durán / Laberintos: La prisión de Lula Da Silva

   La noche del miércoles 4 de abril, tras casi 11 horas de duro debate transmitido en directo por televisión, la Corte Suprema de Brasil, en apretada votación de 6 a 5, rechazó la última apelación de los abogados de Luiz Inácio Lula da Silva a la sentencia de 12 años de prisión dictada contra el ex presidente por el delito de corrupción.

De acuerdo con esta decisión del máximo tribunal carioca, Lula podría ingresar en prisión a partir del próximo martes, pero gracias al complicado rompecabezas formal de la justicia brasileña podría salir en libertad pocos días después, pues sus abogados cuentan con lograr que la Corte deje sin efecto su propia decisión gracias a un poderoso argumento. El voto decisivo para rechazar un habeas corpus en favor de Lula lo emitió la magistrada Rosa Weber, quien tomó esa decisión a pesar de haber sido la autora de la ponencia que hace algún tiempo fue aprobada por la Corte prohibiendo las penas de prisión para los acusados condenados en juicios de segunda instancia, que es el caso de Lula. Por esa razón, al examinar las razones de su voto, Weber señaló que lo hacía motivada por el principio de “colegialidad de las decisiones” de la Corte.

   Este proceso que terminó ahora con esta apretada decisión de la Corte, mucho más allá de lo que judicial y policialmente implica la condena de Lula por corrupción, mete a fondo el dedo en la vergonzosa trama de corrupción de funcionarios del gobierno y las dos más importantes empresas de Brasil, la petrolera estatal Petrobras y la constructora privada Odebrecht, causa de una grave crisis política que arrancó con el proceso parlamentario contra la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, obligada a renunciar   para evitar la humillación de su destitución y sus consecuencias. Pero dicha crisis no concluye en estos días, tanto si Lula, en libertad pero condenado, y que en todas las encuestas posee todavía un 36 por ciento de la intención del voto del electorado para la elección presidencial de octubre, reitera su condición de candidato, como si renuncia a serlo. Razón por la cual, si bien él ha guardado un prudente silencio sobre la votación de la Corte en su contra, su Partido de los Trabajadores (PT) divulgó un comunicado cuya primera frase, “hoy es un día trágico para la democracia”, tergiversa ostensiblemente el verdadero sentido de la condena.

   El desenlace de la carrera política de Lula resulta, sin embargo, desconcertante. Durante sus 8 años presidenciales deslumbró a los miembros del conservador Foro de Davos que lo aclamaron como el autor de un auténtico milagro económico brasileño con el mismo entusiasmo que despertó en el muy radical escenario del Foro de Sao Paulo. Logro indiscutible de un obrero metalúrgico que a fuerza de su liderazgo para promover grandes cambios sociales en su país sin efectos negativos en la marcha macroeconómica de la nación conquistó las más altas cotas de aprobación política y gerencial, dentro y fuera de Brasil. ¿Cómo es posible que bajo esa capa de victorias en un continente marcado por el fracaso político, los desarreglos económicos y la injusticia social se haya ocultado tal vez el principal protagonista de la mayor red de corrupción que se haya conocido en el corrupto ámbito de la política latinoamericana?

   El auge y caída de quien durante muchísimos años fue ejemplo de un auténtico y novedoso liderazgo político puede que sea el inicio de una nueva etapa de la vida pública y judicial en América Latina. Quizá por eso, un cineasta brasileño tan avispado como José Padihla, la mano brasileña detrás de dos muy exitosas series televisivas, Narcos y la primera temporada de Tropa de Élite, haya asumido el reto de llevar este impactante caso, la llamada Operación Lava Jato, bajo el título de O Mecanismo, cuya primera temporada fue estrenada el pasado 23 de marzo en la cadena Netflix. Al inicio de cada uno de los ocho capítulos de esta primera serie se aclara que la historia que se cuenta solo se basa “vagamente” en hechos reales, pero lo cierto es que para adentrarse en esta escandalosa “roman à clef” no se necesita forzar ninguna puerta herméticamente cerrada por sus autores.

A Petrobras, por ejemplo, apenas la disimulan llamándola Petrobrasil, mientras que a la constructora Odebrecht la llaman Miller & Brecht, al ex presidente Lula da Silva se le reconoce bajo el nombre de Joao Higuino, a Dilma Rousseff, presidenta de Brasil en tiempos de la Operación Lava Jato, como Janet Ruscor, a Marcelo Odebrecht, nieto de Norberto Oderbrecht, fundador de la empresa en 1944, condenado en 2016 a 19 años de prisión por pagar más de 30 millones de dólares en comisiones ilegales a diversos funcionarios públicos a cambio de jugosos contratos facturados con sobreprecios, puesto en libertad dos años y medio después de su condena por colaborar con la justicia, se le identifica con el nombre de Ricardo Brecht. Y así sucesivamente.

   El otro y más inaudito aspecto de esta investigación de la red de corrupción montada por Odebrecht es el tupido tejido de sobornos y comisiones ilegales más allá de las fronteras brasileñas desde que la empresa comenzó a realizar grandes obras públicas en casi todos los países de América Latina. El más reciente escándalo fue el ocurrido en Perú con la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, igual que Rousseff, para eludir el acto de su destitución, como ha ocurrido en Panamá y como seguramente ocurrirá muy pronto en Colombia, cuando Juan Manuel Santos, acusado de haber recibido de Odebrecht un millón de dólares para su campaña electoral, le entregue la banda presidencial a su sucesor, a todas luces el uribista Iván Duque.

En esta lista de gobiernos corruptos esperan su turno los de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, señalados ambos de haber firmado contratos multibillonarios con Odebrecht sin realizar transparentes subastas públicas, muchos de ellos, además, pagados en su totalidad aunque no hayan terminado las obras La férrea censura de prensa que impera en Cuba ha impedido airear lo que puede haber ocurrido con las irregularidades de Odebrecht en el manejo de las grandes obras contratadas por el gobierno de Raúl Castro en el puerto del Mariel. En este sentido, vale la pena recordar que en la expansión de Odebrecht por el mundo se destacan las relaciones personales de Norberto Odebrecht con Fernando Cardoso y con su sucesor, Lula da Silva, a quienes solía acompañar en sus viajes de Estado. En 2008, su nieto Marcelo Odebrecht profundizó con Lula ese fructífero papel de compañero de viajes, amigo personal y socio comercial de Lula. Con los resultados que hoy escandalizan al mundo.

   Es precisamente en esta dimensión internacional de las complicidades de Odebrecht y algunos gobernantes de la región que la maloliente realidad se pone de manifiesto con el inminente ingreso de Lula da Silva en prisión, así sea por pocos días. Un hecho singular en la dilatada historia de la corrupción de los gobiernos de América Latina, que no termina con este penoso episodio, sino que puede representar el decepcionante inicio de una cadena de oscuros sucesos que dinamiten aún más la débil posición de gobiernos como el del sucesor de Rousseff, Michel Temer, y de otros gobiernos y gobernantes.

Puede que salga algo bueno de este penoso y todavía inconcluso escándalo brasileño, convertido por obra del dinero mal habido en lo que Padihla y sus colaboradores han llamado “O Mecanismo. En tiempos de revolución tecnológica y redes sociales, gracias a condenas como la de Lula da Silva, se hará muy difícil esconder bajo el silencio cómplice de grandes medios de comunicación la perversa realidad de una peligrosísima alianza del poder político y el poder económico, relación por cierto que será tema muy principal de la próxima Cumbre de las Américas, a celebrarse en la capital peruana los días 13 y 14 de este mes, con la muy significativa exclusión de Nicolás Maduro, por razones políticas, por supuesto, pero también por graves acusaciones de corrupción. De ello nos ocuparemos entonces.

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